El carrobomba que enmudeció la navidad del 92

Hace 27 años, a las 11:50 p.m., el rumor que rondaba el Atanasio Girardot se confirmó: un carro cargado con 120 kilos de dinamita estalló y se llevó la vida de 13 personas.

El hecho

Era una noche de celebración. Atlético Nacional había vencido 3-2 al Junior de Barranquilla en el estadio Atanasio Girardot, con 45.000 personas a bordo, y mantenía intacta su esperanza de liderar el cuadrangular final y poder alcanzar su sexto campeonato. Sin embargo, una hora después de que terminara el juego un despliegue policial inusual para un miércoles enrareció el ambiente festivo de la carrera 70.

El operativo tenía un objetivo: ubicar el carrobomba que, según llamadas anónimas que le hicieron a la Policía, estallaría en inmediaciones del templo del fútbol antioqueño. A las 11:00 p.m. se intensificaron las redadas en un perímetro de un kilómetro a la redonda del Atanasio, fueron revisados hasta los camerinos en los que minutos antes retumbaron los gritos de júbilo de los verdolagas vencedores e incluso un helicóptero sobrevoló la comuna 11 en busca del vehículo que cargaba la destrucción. Todos fueron esfuerzos insuficientes.

A diez minutos de la medianoche, cuando la patrulla número 30-03 de la Policía avanzaba por la 70 escoltada por las motos 210 y 223, el estallido de un Renault 4 que desde las 9:30 p.m. estaba parqueado en el cruce con la calle 44B cumplió la amenaza. La onda expansiva de los 120 kilos de dinamita con que estaba cargado segó la vida de los seis agentes que iban en la camioneta, los cuatro que se desplazaban en moto y de tres hombres que laboraban en la 70. “Yo sentí como si el edificio se hubiera levantado del suelo y volviera a caer donde estaba”, recuerda Amparo Rojas, habitante del edificio Apirama, situado en la 70 con la calle 45E. El costado que daba a la avenida se llevó la peor parte del atentado terrorista.

Ventanales rotos, pérdida total para el local en el que funcionaba una panadería ubicada en el primer piso del conjunto residencial y un olor a ceniza que no se quitaba pese a las labores de limpieza y reformas posteriores es lo que recuerda Amparo del día siguiente, pues esa noche se acuarteló en su cuarto con sus dos hijas con el temor de que el estallido fuera tan solo el inicio de un enfrentamiento.

Aunque nunca se dio captura a los responsables del atentado, el 3 de diciembre de 1992 el comandante de la Policía Metropolitana, el brigadier general Jairo Antonio Rodríguez, fue enfático en señalar que tenía claro a quiénes atribuirles la autoría intelectual del hecho.

“No tenemos duda de quién se trata y de dónde proviene este tipo de actos demenciales que contribuyen a que la paz, la tranquilidad y el sosiego que merece la sociedad antioqueña no se consiga como todos anhelamos. La muerte de nuestros hombres y de ciudadanos inocentes constituyen para nosotros un motivo que nos induce a luchar más, a buscar todas las formas para combatir esta criminalidad demencial de individuos que nada aprecian a sus coterráneos”, señaló. Justo un año después del carrobomba en la 70, el 2 de diciembre de 1993, las palabras del comandante Rodríguez se materializaron en el abatimiento de Pablo Escobar.


13 nombres para no olvidar
El atentado del 2 de diciembre de 1992 apagó la vida de los agentes Elí Arango Loaiza, Jairo Mier Morales, Joselito Ortiz Muñoz, Uriel Moreno Serrano, Ómar Antonio Cañas Marulanda, Porfirio de Jesús Gallego Cardona, Jesús Antonio Rodríguez Lugo, Gildardo Durango Cardona, Luis Andulfo Ortega Pabón y Luis Fernel Mendoza Botello. Además, fallecieron los civiles Juan Carlos López Ortiz, Juan Clímaco Úsuga Hidalgo y Jairo de Jesús Vargas Arango. Ninguno pasaba de los 50 años.

EL HÉROE
Amílcar Graciano

Llegó a Medellín en 1991 escapando de un desplazamiento forzado en Carepa, municipio del Urabá antioqueño. “El ambiente era muy maluco. En ese entonces se había entregado el Epl. Algunos de los que uno veía primero como guerrilleros pasaron a ser paramilitares, y nos decían que nos teníamos que ir de la finca o nos la quitaban. Como yo ya era mayor de edad, mi papá me dijo que mejor me fuera para Medellín a buscar trabajo”, recuerda. Además, cuando un cuñado le dijo que le iba a dejar su puesto como celador en un edificio de la carrera 70 porque había encontrado otro trabajo, no dudó un segundo en que el destino le estaba indicando el camino para que iniciara una nueva vida. Tras pasar un año cumpliendo religiosamente los turnos de guardia de 8:00 de la mañana a 2:00 de la tarde la mitad del mes, y rotando al de 2:00 a 6:00 p.m. cada dos semanas, Amílcar agradeció no estar en el edificio en la noche del 2 de diciembre de 1992. “Cuando llegué a la mañana del día siguiente, todavía estaba la Policía haciendo la inspección del caso. Todos los ventanales del edificio se quebraron y nos tocó cambiar la fachada porque quedó arruinada”. En los días siguientes, Amílcar se convirtió en ebanista, pintor y obrero para reparar los daños que la onda expansiva de la bomba dejó a su paso en el edificio Apirama. Aunque recuerda que muchos de los residentes de ese entonces vendieron sus apartamentos por cualquier peso por el temor de vivir un nuevo atentado, él se mantuvo en el puesto de trabajo que le devolvió la tranquilidad a su vida cuando decidió probar suerte en una ciudad desconocida.