En San Antonio se hizo pedazos el símbolo de la paz

Con 10 kilos de dinamita, la noche del 10 de junio de 1995, atentaron contra miles de ciudadanos en el Centro de Medellín. La bomba dejó 23 muertos y destruyó la icónica obra de Botero.

El hecho

Como una cicatriz que perdura para recordar a las 23 personas que murieron en el atentado en el Parque de San Antonio, Centro de Medellín, el monumento de El Pájaro, del maestro Fernando Botero, se mantiene en el mismo estado en el que quedó luego del estallido de 10 kilos de dinamita el 10 de junio de 1995.

Aquella noche se extendieron en ese lugar más de 50 toldos que componían un mercado artesanal organizado para celebrar el evento Cartagena Contigo, una estrategia para estrechar los lazos entre ambas ciudades. Un conjunto vallenato montado en tarima amenizaba la jornada y los niños corrían de un lado para el otro mientras los artesanos promocionaban sus productos a los visitantes.

De acuerdo con el reporte policial, el explosivo de mecha lenta fue ubicado junto al ave de bronce y, alrededor de las 9:30 p.m., explotó haciendo añicos gran parte de la obra y elevó por los aires a los inocentes que se encontraban en el parque. En cuestión de segundos la alegría se trasformó en confusión, gritos y tinieblas, pues el atentado ocasionó un corte de luz que dificultó la atención de un centenar de heridos. Con el pasar de las horas se supo que fueron 23 las vidas que se apagaron esa noche y las horas siguientes.

Gloria Gallego Vélez, una de las artesanas que sobrevivió a la bomba, relató que se salvó por minutos de morir en el atentado. Había trabajado hasta las 6:00 p.m., cuando guardó sus productos, y continuó disfrutando de la fiesta. Estuvo recostada sobre la base del pájaro de bronce, pero se sintió mal y un compañero la acompañó en dirección a su casa.

Contó que, cuando avanzaban por la avenida Oriental, los sorprendió el estruendo de la explosión; regresaron de inmediato y lo que encontraron fue el escenario de muerte en el cual perdieron a varios amigos.

Franny Sánchez Ramírez también sobrevivió. La onda que produjo la bomba lo sacudió y al levantarse, aturdido, escuchó los gritos de heridos que pedían auxilio. Al día siguiente regresó para conocer el listado de víctimas. Lo desgarró ver el parque lleno de fragmentos de los objetos que dejó la explosión y de manchas de sangre sobre el suelo. “Una de mis amigas perdió la vida (...) Jamás volví a permanecer en ese lugar, y menos por la noche”, contó.

Gilberto Rodríguez Orejuela, capo del cartel de Cali, fue capturado el día anterior al atentado, por eso se asumió que el ataque era parte de una retaliación del grupo narcotraficante; no obstante, también apareció un supuesto comunicado de la Coordinadora Guerrillera que se atribuyó la autoría del hecho, que luego fue desmentido por el entonces grupo subversivo de las Farc. No se supo con certeza quiénes fueron los responsables.

El maestro Botero pidió conservar su obra semidestruida. Por esas fechas, en un comunicado escribió: “Quiero que la escultura quede como recuerdo de la imbecilidad y de la criminalidad de Colombia”.


Botero donó una nueva obra
Cinco años se mantuvo en soledad la escultura del Pájaro Herido, nombre con el que empezó a ser conocida tras quedar parcialmente destruida luego de la bomba en el parque de San Antonio. En el 2000, el maestro Fernando Botero le entregó a Medellín, como muestra del rechazo a la violencia, una nueva obra de bronce con las mismas características de la primera que fue bautizada como el Pájaro de la Paz.

LA HEROÍNA
Natalia Ocampo

A los 10 años, Natalia Andrea Ocampo Osorio vio por última vez a sus padres. Fue minutos antes de que el estallido de la bomba la lanzara por el aire y oscureciera todo a su alrededor. Ella estuvo sentada en la base de El Pájaro, el monumento de bronce del maestro Fernando Botero ubicado en el Parque de San Antonio, pero cuando ocurrió el atentado se encontraba a 10 metros, sosteniendo en sus brazos a la hija recién nacida de unos artesanos. “No quedé inconsciente, pero tampoco podía pararme porque las piernas no me respondían. Me arrastré y llamé a mis papás y, aunque no la veía, escuché la voz de mi mamá preguntándome cómo estaba y pidiéndome que buscara ayuda”, contó. Ese fatídico 10 de junio de 1995, Natalia avanzó como pudo hasta la avenida Oriental, entregó a un motociclista la bebé, que sobrevivió junto a ella a la crueldad humana, y recuerda que la subieron en un carro para trasladarla hasta el pabellón infantil del hospital San Vicente. Un par de días después, una enfermera la organizó para recibir el sol en el balcón de su habitación. Desde allí vio el paso de dos carros fúnebres acompañados por gran cantidad de gente. En el interior de los vehículos iban los cuerpos de Alba Mery Osorio y Luis Norbey Ocampo, a quienes pasaron por la calle del hospital para despedir a su hija. “No supe que eran ellos sino hasta que mi abuela llegó a preguntarme con quién me quería quedar y me contó la noticia”, relató Natalia. No volvió al Parque de San Antonio sino en una sola ocasión, en el 2000, para la instalación de una placa conmemorativa. Se casó a los 17 años y ahora tiene un hijo, Cristian, que junto a su esposo, se convirtieron en la razón para sanar cada día la gran herida que la violencia le dejó en su corazón.