El trágico día que asesinaron al “incorruptible”

El coronel Valdemar Franklin Quintero, comandante de la Policía Antioquia, fue asesinado por el cartel de Medellín el 18 de agosto de 1989. Recuento de un día lúgubre para Colombia.

El hecho

La escena no podía ser más paradójica: mientras al despacho del alcalde Juan Gómez Martínez iban llegando, por montones, ramos de flores por el cumpleaños 55 del mandatario, el comando de la Policía Antioquia se llenaba de coronas fúnebres.

Los secretarios del gabinete fueron citados de urgencia, los teléfonos no paraban de repicar y las secretarias, presurosas, advertían al corrillo de camarógrafos y periodistas que se aglomeraron en la Alcaldía que la reunión era a puerta cerrada por la gravedad de los hechos que conmocionaron la ciudad esa mañana del 18 de agosto de 1989. A las 6:10 a. m., mientras esperaba el cambio del semáforo de la carrera 80, en la intersección con la calle 48 (Pichincha), un grupo de sicarios disparó ráfagas de metralla contra Valdemar Franklin Quintero, comandante de la Policía Antioquia, que se movilizaba en una camioneta Trooper.

El oficial, de 48 años, recibió 31 balas que le ocasionaron la muerte inmediata. Su conductor y su escolta, León Enrique Madrid Zea y Miguel Marín Flórez, sobrevivieron.

La oscura noche

Apenas habían transcurrido seis semanas del carrobomba en el que murió el gobernador Antonio Roldán Betancur, en la misma calle 48 pero siete cuadras más abajo, atentado que, entre otras cosas, iba dirigido contra Quintero.

Antioquia se deshacía tras la seguidilla de ataques del cartel de Medellín, al frente del cual estaba Pablo Escobar Gaviria.

Y de pronto, en medio de la tensión del salón de gobierno, asomó el alcalde Gómez: “Es un hecho de dolor que conmueve otra vez a la comunidad antioqueña. Pero Colombia no se ha acabado, vamos a salir adelante”, dijo.

El asesinato del coronel puso una vez más de presente que el narcotráfico le estaba ganando la guerra a un Estado “minusválido, incompetente y en franca retirada”, tal como lo reseñó el editorial de EL COLOMBIANO. “(Debe ser) el concurso de la sociedad toda porque la próxima convocatoria será para los sobrevivientes de la hecatombe”, añadía.

El hombre de las leyes

Quintero, que era santandereano, también se desempeñó como instructor en la Escuela de Policía de Bogotá y coronel de las divisiones de Caldas y Boyacá. En Antioquia lideró la lucha contra las guerrillas, las autodefensas y los narcotraficantes. Dirigió la Operación Retorno y la Operación Primavera, dos golpes en contra de los paramilitares del Magdalena Medio.

En mayo de 1989 capturó al caballista antioqueño Fabio Ochoa. Lo mismo hizo con el hijo del capo Gonzalo Rodríguez Gacha, alias el Mexicano. Y nunca se dejó comprar por los dineros de la mafia y, anticipando su destino, retiró sus escoltas para que no mataran personas humildes. El que finalmente murió fue él, aunque su legado como el “Incorruptible”, el hombre de las leyes, permanece indemne.


Los mártires de la patria
“Se agrega un nuevo mártir a la lista de los innumerables caídos en la Policía, lo que se admira de estos hombres es que no retroceden ante el peligro y la muerte”, lamentó el procurador para los Derechos Humanos de la época, Bernardo Echeverri O. “Es la única forma como se puede triunfar sobre el mal porque de otra manera la desesperación que producen estos ataques, impediría encarar el grave problema que vivimos”.

EL HÉROE
Richard Quintero

Dos días antes de la tragedia, Richard Quintero y su madre Leonor Cruz temieron lo peor tras escuchar la detonación de un petardo cerca de su casa, en Laureles. De inmediato, por el Walkie Talkie, preguntaron la suerte de su padre y esposo, el comandante Valdemar Quintero Quintero. Ese miércoles se salvó del ataque porque estaba en el comando concediendo una rueda de prensa por la captura de El Negro Vladimir, autor de la masacre de La Rochela. Respiraron profundo y la vida siguió, como puede seguir una existencia atrapada entre el miedo y la zozobra. El viernes, cuando la fatalidad se cruzó sin recurso de apelación, lo último que alcanzó a ver Richard, todavía medio dormido, fue el reflejo de su padre saliendo y diciéndole: “Chao, vago”. Se levantó, entró al baño y en ese momento escuchó el grito desgarrador de su madre. Corrió al cuarto y lo primero que hizo fue apagar el radio en el que Juan Gossaín había acabado de dar el extra.Seguir adelante, con apenas 17 años y cursando undécimo grado, junto con su madre y sus dos hermanos, fue posible porque era la manera de exaltar el legado de Valdemar. “Mencionar los valores es fácil, pero son los hechos los que definieron lo valiente y lo honesto que era mi papá. Su ejemplo fue de entrega”, recordó. Y tan vigente está su legado que sus palabras perviven hoy: “Para que uno pueda ser un verdadero padre, orientador de sus hijos basta darles un buen ejemplo, mantener la familia unida y enseñarles que la defensa de uno está en la inteligencia y no en las armas”.