Un estallido que recordó la peor época de Medellín

A las 10:02 p.m. del jueves 17 de mayo de 2001 un carrobomba con 60 kilos de dinamita explotó en pleno Parque Lleras y acabó con la vida de cinco mujeres y tres hombres. Hubo 144 heridos.

El hecho

Fiesta, calle, vida. Eso pidió Liliana María González para su cumpleaños número 30 y su esposo Juan Carlos Agudelo quiso complacerla. El 17 de mayo de 2001 la pareja se encontró con un grupo de amigos; el plan era ir a un bar, pero cuando llegaron no había mesa así que decidieron irse al café Orleans porque uno de los amigos conocía al dueño. “Nos dieron la mejor mesa del sitio, en la esquina, y pedimos unos aguardientes.

Recuerdo que estábamos brindando”, cuenta Juan Carlos. La siguiente imagen que llega a su memoria es su mano negra y cubierta de sangre, supo que estaba en un carro y preguntó varias veces por su pareja y sus amigos, pero se desmayó antes de obtener una respuesta.Mientras la cumpleañera brindaba, en la mesa de al lado un grupo de amigas tomaba café y hablaba de la vida. Una de ellas, Clemencia Arango, estaba sentada frente a la calle y en un segundo sintió que todo se quedaba en silencio.

Vio una bola de fuego naranja y roja emergiendo por encima del suelo y llegando hasta ella. “Yo creo que vi la muerte”, dice. La mujer cayó y le tomó unos segundos volverse a poner de pie. Recuerda que no sintió su brazo y pensó que se le había desprendido. Su reacción fue pensar en el hijo de tres años que la esperaba en casa y por eso echó a correr en busca de ayuda médica. Unas cuadras más adelante el conductor de un carro particular paró y le dijo que la llevaba, ella no lo pensó dos veces y se subió. Solo en ese momento se dio cuenta que su cuerpo estaba bañado en sangre y que tenía esquirlas de vidrio enterradas.

El conductor misterioso llevó a Clemencia a la Clínica Medellín, al mismo lugar al que fue llevado Juan Carlos. Ambos fueron sometidos a cirugías: ella para reconstruirle los nervios del brazo y él para atenderle el oído, el ojo, la mano y otras muchas partes que resultaron afectadas por la detonación. Mientras los médicos hacían su trabajo, los periodistas empezaron a informar. Antes de 24 horas las autoridades habían dado un consolidado: Clara Velásquez, de 24 años; Diana Álvarez, de 31; Esteban Velásquez, de 32; Hernán Restrepo, de 22; Liliana González, de 30; María Carolina Llano, de 27; María Clara Restrepo, de 29 y Ricardo Echavarría, de 40, murieron en el sitio.

144 personas resultaron heridas y los locales en un radio de 300 metros sufrieron pérdidas materiales.El dolor invadió a sus familias. Las amigas de Clemencia salieron ilesas pero Juan Carlos se enteró un mes después, cuando volvió a estar consciente, que su esposa y dos de sus amigos no habían sobrevivido a la explosión que los sacudió justo cuando brindaban.La vida de Juan Carlos y la de Clemencia tuvieron muchas similitudes en los años siguientes al atentado: fisioterapias, medicamentos y, sobre todo, la decisión de salir adelante. “Llega un momento en el que uno toma la decisión de no quedarse pegado en el dolor y seguir, reinventarse y con fe, lo logré”, dice Juan Carlos.


Familias abrazan su historia
Ayer los familiares de los que murieron y muchos de los que vivieron ese momento se reunieron en el Parque Lleras para rendir homenaje a las víctimas. Juan Carlos Álvarez, quien perdió a su hermana Diana, acudió con su madre y dejó una ofrenda de flores blancas en el sitio donde detonó la bomba. “Este acto sencillo, luego del dolor tan inmenso que tuvimos, es una pequeña alegría. Ojalá nadie más viva esto”, dijo.

EL HÉROE
Hermann Niño

Un minuto antes de que la bomba estallara, Hermann Niño cruzó el Parque Lleras en su carro. Cuando estaba a 200 metros de su bar, Donde Aquellos, sintió que una fuerza inusual lo sacudió y cuando se dio cuenta, su carro estaba sobre la acera, pero él no estaba lastimado. Recuerda los gritos de la gente, las alarmas de los carros y el ruido de muchos vidrios cayendo. Sin saber qué sucedía, corrió para buscar sus familiares y clientes. Solo había un hombre con una herida producida por los vidrios, nada grave. Su instinto, dice, lo impulsó a salir corriendo hacia el parque hasta que se encontró con una de las escenas más crudas que ha presenciado. “Cuando iba en el carro recuerdo que vi a una muchacha muy bonita, con una camiseta de animal print. Después de la explosión reconocí esa prenda, a ella la estaban recogiendo y estaba bañada en sangre”, recuerda. Hermann apenas llevaba un año en el Lleras como empresario. El bar había sido su apuesta de vida, su negocio, su proyecto y ahora no sabía qué pasaría. “Al día siguiente nos reunimos los comerciantes. Inmediatamente supimos que teníamos que unirnos para salir adelante, para no dejar morir el parque”, agrega. La asociación entre vecinos, dice Hermann, fue la salvación del sitio que durante dos años tuvo que luchar contra el estigma y el miedo que quedó entre los visitantes. Su apuesta fue quedarse, resistir, y en menos de cinco años los frutos se vieron: el Lleras se convirtió en el sitio de entretenimiento nocturno más visitado y empezó a figurar en las guías de turismo internacional. “El atentado fue el momento más triste del parque que apenas empezaba. Pero salimos adelante y ese es el mejor homenaje a las víctimas. Hoy tenemos otros retos, pero sé que también los vamos a superar.”