Las balas segaron la vida del autor de “Quiero a Medellín”
Pablo Peláez González, exalcalde de Medellín, murió el 11 de septiembre de 1989 en un atentado sicarial. El amor por la ciudad fue la impronta que marcó su mandato.

El hecho
La puntualidad que lo caracterizaba le jugó en contra a Pablo Peláez González el 11 de septiembre de 1989, hoy hace 30 años. Ese lunes, cuando salió de su casa en El Poblado minutos antes de las 9:00 a.m. para dirigirse a la sede de Hojalata y Laminados S.A. (Holasa), empresa que dirigía, dos vehículos le cerraron el paso al suyo en el cruce de la carrera 36 con la calle 10. Tres sujetos descendieron de ellos y con sus armas dispararon apagando la vida de quien fuera alcalde de Medellín entre 1982 y 1984, y la de Adalberto Rodríguez Lora, conductor del carro que nunca llegó a Holasa.
Aunque Peláez fue trasladado de inmediato al Hospital General de Medellín, allí no tuvieron de otra que marcar las 9:15 a.m. como la hora en la que ingresó sin signos vitales al centro hospitalario. Los cuatro impactos de proyectiles de nueve milímetros que recibió en el tórax, abdomen y miembros inferiores y superiores, marcaron el 45 como el último cumpleaños que pudo celebrar él, que desde la dirigencia de la ciudad trabajó por inculcar en los habitantes un amor por Medellín que se materializara en esfuerzos para alcanzar la entonces esquiva tranquilidad.
“En forma muy especial este día, formulo un llamado a la comunidad entera del área metropolitana a laborar intensamente por alcanzar la plenitud de esa paz que tanto hemos adolecido en los últimos tiempos”, dijo al inicio de un discurso que profirió el 28 de mayo de 1984, el último año de su alcaldía. “Solamente en el concurso decidido de cada ciudadano lograremos la justicia social, el desarme de los espíritus, el silencio de las armas, la solidaridad comunitaria, así como el respeto por la ley, los bienes comunes, los derechos de los demás y las normas básicas de la convivencia urbana, todo ello necesario para configurar la tranquilidad anhelada”, se leía en su discurso.
Y es que los esfuerzos por la paz no fueron flor de un día en el mandato de Peláez, pero sí encontraron en esa figura el ícono que quedó grabado en la memoria de una generación: la campaña “Quiero a Medellín”, canción con sonoro estribillo y que abogaba por retornar los valores a los ciudadanos. Ese fue el legado que junto al publicista Michel Arnau le dejó Peláez a la ciudad cuando culminó su mandato en agosto de 1984, que se llenó de mensajes que propendían por el civismo y se acompañaban de una flor que tenía por pétalos un corazón de sonriente rostro.
El 12 de septiembre de 1989, cuando su cuerpo fue velado en cámara ardiente en el Concejo de Medellín, fueron muchos los pétalos que rodearon el féretro que contenía los restos de Peláez, y que estaba cubierto con la bandera de la ciudad a la que sirvió desde el sector público y privado. Un mes antes, en el encuentro Antioquia: Compromiso Colombia, Peláez dijo una frase que bien puede aplicarse a su partida: “Hierve la sangre cuando vemos caer a nuestros mejores hombres como consecuencia de la violencia fratricida y demencial”.
Una voz de aliento en la adversidad
Pablo Peláez González
Alcalde de Medellín (1982-1984)
“Hagamos cosas grandes sin titubeos ni vacilaciones; comprometámonos en proyectos realizables y concretos, demos rienda suelta a nuestra creatividad e inteligencia para encontrar luz en la oscuridad; templanza en la debilidad; amor en la discordia; paz en la barbarie, pero ante todo fe, mucha fe en la desesperanza”, con esta frase, los amigos de Peláez lo recordaron en un recital, el 28 de septiembre de 1989.
LA HEROÍNA
Elena María Peláez
La jornada académica de Elena María Peláez Posada el lunes 11 de septiembre de 1989, en el Colegio La Enseñanza, se vio interrumpida por una inesperada visita al aula de clase. Dos de las monjas que dirigían la institución se acercaron a ella a las 9:30 a.m. para informarle la fatídica noticia que minutos antes había marcado la partida de su padre: “Yo estaba presentando un examen, y me dijeron: ‘ven, no termines que tu papá tuvo un accidente’... Y ya”, recuerda ella, a quien la memoria de esa mañana aún le nubla la vista con incontenibles lágrimas. De ese día, sin embargo, Elena se queda con el recuerdo del rito que fue la última imagen que tuvo de su padre con vida: “Nosotros teníamos un ritual que seguíamos todas las mañanas. Siempre se despedía de mí y rezábamos juntos, y así mismo lo hicimos ese día”, dice Elena, que aún ora a la memoria de Pablo. Aunque nunca tuvo claro quiénes le arrebataron al que consideraba su amigo más cercano, Elena no guarda rencores, y hoy se dedica a ayudar a otros a superar episodios de pérdidas como la que ella sufrió cuando tenía 17 años. “Desde que era pequeña yo siempre había tenido claro que quería ser psicóloga, pero la muerte de mi padre me motivó a estudiar Derecho. Luego de ejercer por unos años y dirigir una empresa familiar, decidí volver a explorar esa faceta más humana, por lo que me formé como coach en 2010, y desde entonces acompaño a las personas que pasan por momentos como el que yo tuve que afrontar”. Doce años después de la partida abrupta de su papá, Elena formó una familia con su esposo José Luis Buitrago, junto a quien le transmite a su hija Manuela el legado de amor que le dejó su padre Pablo.