En las carreteras y caminos del Suroeste, una de sus montañas destaca por su singular forma: una pirámide natural cuya cima es el sueño de caminantes y símbolo mítico y sagrado de pueblos ancestrales.
El cerro Tusa, una elevación cercana a los 1.850 metros sobre el nivel del mar, se levanta entre el relieve y, con el cerro Bravo, es uno de los retos de montañistas más representativos de la región.
Su imagen está presente en el escudo de Venecia, municipio al que pertenece, y en los muros de las casas de la localidad. Y hasta se dice que fue el referente para el logo de la Federación Nacional de Cafeteros, pues allí funcionó otrora la trilladora más importante de la región.
Pero más allá del café, las montañas y los caminantes, hay otro motivo para mirar hacia el cerro Tusa: el pasado.
Las crónicas de la Conquista relatan que, cuando Jorge Robledo arribó a estas tierras, los escribas, soldados que sabían leer y escribir, registraron en sus textos la existencia de una población que denominaron Zenufaná.
“No se tiene muy claro de dónde proviene el nombre. Los españoles llamaron así a una provincia, pero la tribu de los Zenú, con la que se podría relacionar por el nombre, se ubicaba en el norte del país”.
Quien habla es Pablo Aristizábal, arqueólogo PhD de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, EHESS, quien ha estudiado este emblemático cerro desde hace más de 20 años.
“Hay otro relato, elaborado por alguien que no fue testigo sino que recuperó diferentes historias, y este hace referencia a la existencia de un gran reino Zenú, conformado por tres provincias, una de ellas la Zenufaná, ubicada en el lugar donde se extraía el oro”, contó. “Lo que sí se ha determinado es que, teniendo en cuenta los hallazgos arqueológicos, quienes habitaron esta zona tenían costumbres y técnicas que los puede relacionar en dos períodos: cerámica inciso y la cultura quimbaya”, complementó.
Los hallazgos a los que se refiere Aristizábal suman más de 10.000 elementos, entre herramientas para la caza, elementos del uso cotidiano o destinado a ceremonias, urnas fúnebres, entre otros.
El camino a Ciudad Bolívar
Para las comunidades indígenas, las montañas, eran parte fundamental de su relación con la naturaleza.
Además de ser sitios sagrados, pues según su cosmogonía, representaba la conexión con el cielo y los dioses, eran la guía para movilizarse por la región: su altitud les permitía tener una mejor visión y control sobre sus tierras.
“En cerro Bravo iniciaba un camino que comunicaba hasta lo que hoy es Ciudad Bolívar. Se trata de una ruta indígena que luego sería retomada tanto por los españoles como por los campesinos. Gran parte aún se conserva”, resaltó Aristizábal.
Quien recorra este camino, se topará con diferentes sitios de carácter indígena: además de pasar por la base del cerro Tusa, lleva a la cueva de Santa Catalina, lugar en el que más se han hallado vestigios de su cultura y a zonas donde se han encontrado enterramientos indígenas.
“El camino pasa por Venecia y luego se divide en dos ramales, comunica tanto con Bolombolo como con Titiribí. Se sabe que su trazado es indígena por los sitios que conecta, los cuales eran santuarios para ellos y, también, por las rutas que siguen: las cuchillas de las montañas”, expone Aristizábal.
Un sueño cumplido
El proceso para presevar la memoria de estos territorios no ha sido fácil y, como el camino a Ciudad Bolívar, ha estado fragmentado a través del tiempo.
Ahora, luego de varios intentos por lograr una apropiación por parte de la gente y de la administración, se ven los primeros resultados: gran parte los vestigios están en el Parque Educativo Zenufaná, en el museo que, aunque ya abrió las puertas, será inaugurado oficialmente en mayo próximo.
Allí, Víctor Restrepo, un joven de 25 años, recibe a los visitantes, locales o extranjeros, que se interesan en conocer este nuevo espacio. Él comenta que “por lo general, la primera impresión de quienes llegan es la sorpresa. Pueden conocer, a grandes rasgos, la historia del municipio, pero no llegan a dimensionar la importancia o la variedad de objetos que se han encontrado”.
El museo es pequeño y está ubicado en un salón adecuado especialmente para albergar estos tesoros. “Las vitrinas donde se exhiben los hallazgos fueron donadas por la universidad Eafit, estamos en el proceso de instalar más elementos informativos sobre lo que es el museo y lo que este alberga”, detalla Ana María Bedoya, secretaria de Productividad del municipio.
La ruta de la protección
En agosto del año pasado, el concejo local acordó la protección del Cerro Tusa y con esto, comenzó el proceso por la recuperación y protección de esta zona, tanto en lo ambiental y como en lo patrimonial.
Para Bedoya, el proceso apenas comienza, pues “es un pequeño paso para lo que se quiere en la región y en el municipio, un turismo sostenible, en el que el visitante disfrute , se conecte con la naturaleza y, además, el territorio no se vea afectado”.
Aristizábal, al igual que Bedoya, propone el turismo como un estrategia que visibilize todo lo que la región puede brindar en términos históricos, pero “para esto se necesita un proyecto con bases científicas y divulgación internacional. Aún falta mucho por explorar e investigar, para que se respete y se reconozca este lugar por su valor histórico. Hasta podría ser nuestro Machupichu”.