Pico y Placa Medellín
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Diego Agudelo Gómez
Crítico de series
Cuando Georges Perec concibió su novela, La vida, instrucciones de uso, imaginó que ese edificio parisino en el que se desarrollaba había sido despojado de su fachada, de modo que un observador que estuviera al otro lado de la calle pudiera mirar las vidas que acontecían en sus 99 habitaciones, desde el sótano hasta la buhardilla. Cada capítulo es una descripción taxonómica del inmobiliario y de los dramas que han tenido lugar en distintos escenarios del tiempo y el espacio. El narrador, como un dios todopoderoso, arroja su mirada en todos los resquicios componiendo un atlas ambicioso en el que se juntan gran parte de las coordenadas de la condición humana. Asocio este esfuerzo de Perec con una de las mejores series que se estrenaron este año, El ensayo (The rehearsal), emitida en HBO Max.
Aunque lo que sucede en El ensayo está en las antípodas de los procedimientos que Perec utilizó para componer su obra maestra. Si en la novela se despoja de fachada al edificio de la vida, en la serie se construyen falsas fachadas en las que los protagonistas tienen la singular oportunidad de navegar por todas las variables que cabe suponer en alguna situación que deben afrontar. El argumento de la serie tiene una originalidad que deleita. Apropiándose del formato de falso documental, Nathan Fielder, creador, guionista y protagonista, les propone a distintos personajes la oportunidad de ensayar alguna situación para la que no se sienten preparados. ¿Quieres confesar una mentira que has sostenido durante mucho tiempo? ¿Sueñas con ser madre pero te gustaría experimentar cada una de sus etapas antes de dar el paso decisivo? ¿Quieres encontrar las palabras precisas para convencer a un familiar de entregarte la parte que te corresponde de una herencia? Si participas en esta iniciativa de Fielder podrás recrear todas las posibilidades, ensayándolas con actores que se han entrenado para reaccionar tal y como lo harían las personas de la vida real, en escenarios simulados con un nivel de detalle que hace difícil notar la diferencia. Fielder erige numerosas fachadas para dejar que la vida se ramifique en sus múltiples derivas sin las consecuencias irreversibles de la vida real. Si algo falla en el ensayo, basta reiniciar el momento, probar otro juego de palabras, otra secuencia de comportamientos, hasta lograr el resultado anhelado. ¿Quién no quisiera devolver el tiempo para enmendar sus errores?
A medida que se van desarrollando cada uno de los ensayos que Fielder ha orquestado, sus reflexiones empiezan a otorgar a la serie un trasfondo filosófico repleto de preguntas: sobre el transcurso del tiempo, sobre la certeza de lo impredecible, sobre la consistencia de la realidad y, en general, sobre la incertidumbre de estar vivos. Además, la producción se empieza a convertir en una puesta en abismo que hace de la serie una de esas producciones que se sustentan en la fina escritura. Al guion se le puede ceñir el epíteto de gran literatura. Destriparlo revela una estructura de cajas chinas sofisticada que también recuerda a la película de Charlie Kaufman, Synecdoche, New York, en la que un director de teatro se embarca en el montaje de una colosal obra que reproduce minuciosamente su propia vida. De esta manera, en la obra de teatro se hace una reproducción a escala de Nueva York lo que implica crear dentro de la misma obra otra reproducción a escala de la ciudad, y así sucesivamente hasta el infinito.
En la serie, la puesta en abismo tiene ese mismo efecto caleidoscópico, pues Nathan Fielder empieza a hacer ensayos de sus propios ensayos para desentrañar las costuras del comportamiento humano. Lo paradójico es que, por controlados que sean los escenarios y las situaciones, siempre hay algo que escapa a su entendimiento, y en su obstinación por conocer todas las variables, Fielder se sumerge en un pozo de simulaciones que lo alejan de esa realidad que él quiere componer sin fisuras.