Diez años después, nos sigue doliendo el asesinato de Monseñor Isaías Duarte Cancino. Creemos que lo trasladaron de la diócesis de Apartadó a la arquidiócesis de Cali intentando protegerlo, pero allí les fue más fácil a los violentos acabar con su vida.
Monseñor Duarte era un hombre esencial e íntegro. Y, como buen santandereano, un hombre de carácter que siempre les habló con la claridad y contundencia necesarias tanto a los miembros de las distintas guerrillas, como a los mal llamados paramilitares y a los narcotraficantes.
Él ya percibía, desde los años 90 del siglo pasado, la alianza macabra que se iba tejiendo entre todos estos actores violentos.
Duarte Cancino siempre buscó la vida digna para todos, pero estaba listo para irse. Fue acribillado después de celebrar la Misa. Monseñor es un mártir. Fue un privilegio conocerlo.
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