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El paisa que les ha devuelto los ojos a 8.000 personas

Mario Escobar Ramírez tiene 85 años. Lo acaban de reconocer por su contribución científica al desarrollo del ojo artificial.

  • El ocularista Mario Escobar Ramírez tiene más de ocho décadas de trayectoria ayudando a las personas a recuperar sus ojos. FOTO CAMILO SUÁREZ

    El ocularista Mario Escobar Ramírez tiene más de ocho décadas de trayectoria ayudando a las personas a recuperar sus ojos.

    FOTO CAMILO SUÁREZ

09 de enero de 2023

El ojo. El bisturí. El bisturí que corta la córnea. Las manos que tiemblan. La firmeza de la esclerótica –la parte blanca del ojo–. La punta que perfora y emerge una sustancia gelatinosa y fría. El ojo que se rompe, las manos que se limpian en la bata blanca de laboratorio. Los ojos del profesor de biología. El ojo roto, opaco, vaciándose.

Mario Escobar Ramírez –ocularista, 85 años, 7.890 pacientes con ojos artificiales– dice que son devastadoras las miradas de asombro que se quedan en la cavidad vacía, el ojo opaco o inmóvil o en el parche. El daño físico –por objetos que revientan, por enfermedades que enceguecen– se compensa con movimientos de la cabeza, con lentes para abarcar mayor visión. Su prestigio se lo debe a que su trabajo resulte invisible, a que se olvide.

Una puerta cerrada entre los consultorios del piso 14 de la Torre Médica Ciudad del Río, en Medellín. A través de una mirilla, desde el interior se sabe si el visitante es conocido o esperado. Adentro, cuatro sillas en un pequeño vestíbulo con dos puertas de vidrio esmerilado. A la izquierda, la oficina de Recepción y Despacho, y en frente, el acceso al consultorio y al área del laboratorio, donde se fabrican ojos artificiales idénticos a los ojos naturales. Jueves en la tarde.

Los empleados se preparan para salir, se confirman citas para el día siguiente y se cancelan otras. Huele al acrílico líquido empleado en odontología –el del doctor Mario Escobar es un consultorio odontológico, también sede de Protescol (Prótesis Ocular Escobar Londoño), empresa familiar que fundó hace 20 años–; suena una máquina pulidora. Alguien toca a la puerta. Ante el ojo pegado a la mirilla aparecen el doctor Escobar y su esposa, Irma Londoño.

Hace tres meses, en la ciudad mexicana de Morelia, el doctor Mario Escobar fue reconocido en la clausura del Primer Encuentro Mundial y Segundo Panamericano de Ocularistas. La Academia Panamericana de Ocularistas y Contactología Protésica (APOCP) y la Escuela de Optometría de la Universidad Vasco de Quiroga le entregaron un reconocimiento de Honor al Mérito por alcanzar 52 años continuos rehabilitando pacientes que requieren un ojo artificial y por su contribución científica al desarrollo de su profesión como ocularista.

“Un ocularista –explica con paciencia el doctor Escobar– es un profesional de la salud dedicado al diseño, fabricación y adaptación de prótesis oculares. Hoy, debe tener una base académica en oftalmología u optometría. Anteriormente, como en mi caso, era en odontología, con especialidad en prótesis maxilofacial”. Cualquier persona puede perder un ojo por enfermedad, accidente traumático, violencia o por razones congénitas. Los pacientes llegan a Protescol tras la remisión de un oftalmólogo o un optómetra y, allí, el doctor Mario Escobar y su equipo diseñan, fabrican y adaptan cada prótesis.

No son ojos de vidrio. Ya no. Entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda, de 1914 a 1945, hubo un aumento desbordado en la demanda de ojos artificiales por la cantidad de personas heridas que dejaron ambas confrontaciones –alrededor de 20 millones en la Primera y entre 80 y 150 millones en la Segunda–. Los alemanes eran los principales productores mundiales de este tipo de prótesis y restringieron tanto la comercialización que hubo que buscar nuevos materiales y métodos de fabricación. Tras la aclaración, sentado en un rincón de su consultorio, el doctor Escobar, habla de la historia de la ocularística, mucho más antigua que el nombre que se acuñó a mediados del siglo pasado para este campo específico.

Los embalsamadores del Antiguo Egipto reemplazaban los ojos naturales por unos con incrustaciones de piedras preciosas. Se hicieron ojos artificiales de piedra, de madera y de porcelana antes de los actuales, hechos de polimetilmetacrilato de metilo, un plástico utilizado en la fabricación de prótesis dentales.

Tampoco son esferas. Las prótesis oculares actuales adquieren la forma de una impresión de la cavidad de cada paciente. En el laboratorio de Protescol se cumple un delicado proceso de artesanía que permite reproducir con asombrosa perfección la apariencia del ojo natural. Y, una vez elaborado cada ojo artificial, se coloca al interior de los párpados durante una cita en la que el ocularista da las indicaciones para el manejo. Las prótesis oculares se mueven gracias a los mismos músculos que sirven para mover los ojos naturales y así se logra que no se vean, que se olviden.

El doctor Escobar ideó un método para que las personas que han perdido un ojo y no pueden llegar hasta su consultorio por falta de dinero también puedan acceder a una prótesis ocular. En estos casos, el oftalmólogo u optómetra se encarga de tomar las medidas, a distancia, con el apoyo de un kit para especialistas; luego la prótesis se envía por correo.

***

Mario Escobar Ramírez nació en El Retiro, en 1937. Es el menor de nueve hermanos. “Estoy más viejo que un solar –dice, muerto de risa–, pero la gente se pone feliz de que sea yo el que los atienda”. Su mamá murió a los 105 años y su abuela, a los 106. Quedó huérfano de padre cuando era niño. Uno de sus hermanos mayores, profesional de farmacia, se hizo cargo. De todos, sobreviven una mujer y dos hombres.

Estudió cinco años en un internado, en Rionegro, y terminó el bachillerato en el Liceo de la Universidad de Antioquia. Al principio pensó en estudiar Medicina, pero dos de sus compañeros lo convencieron de escoger, como ellos, Odontología. Se graduó en la U. de A. el 22 de febrero de 1962. En el reencuentro de celebración de los 60 años de su graduación, confirmó que es el único que sigue trabajando y también el único que se dedicó al campo de prótesis maxilofacial, por el que llegó a la ocularística.

A través de la Beca Internacional Profesor Leopoldo Panatt W., estudió la cátedra de Prótesis Maxilofacial en la Universidad de Chile. Regresó al país y fue monitor de cirugía plástica de la Facultad de Odontología de la U. de A., en el Hospital San Vicente de Paúl. Trabajó 20 años vinculado a la Universidad y terminó como director del Servicio Odontológico (para empleados y estudiantes). Se jubiló hace más de 30 años, pero aún frecuenta su alma mater.

A su esposa, Irma Londoño, la conoció mientras cursaba el año rural, en Liborina, Antioquia. Fue en unas vacaciones, que ella fue al pueblo y su tío le presentó a su amigo, el doctor Escobar, odontólogo. “Mi tío lo siguió llevando a la casa, hasta que cayó”, recuerda ella, sentada junto a él en aquel consultorio de Ciudad del Río. Se casaron en 1970 y hoy tienen dos hijas: Ana María y María Clara, que es odontóloga y calcó la formación de su padre en prótesis maxilofacial con énfasis en prótesis ocular. Irma es profesional en Arte y Decorado. En Protescol, la empresa que fundaron ambos, es la encargada de pintar cada ojo artificial: consigue un resultado idéntico al natural.

Irma era diseñadora de estampados en la empresa Pantex. Y se casó con Mario a pesar de que le ofrecieron una beca para estudiar Teoría del Color en Burlington College, en Nueva York. Sí se fue a La Gran Manzana, pero al Memorial Hospital for Cancer. Y a Washington, al Hospital Naval de Bethesda, y a Inglaterra. Juntos, estudiaron a fondo el arte y la ciencia involucrados en la elaboración de prótesis oculares. “Donde sabíamos que había algo de prótesis ocular, allá íbamos”, recuerda ella.

***

Hay muchas maneras de perder un ojo. Las balas fueron la mayor causa en la violencia de los 80 y los 90 —hoy son solo el 2 o 3 por ciento de los casos atendidos en Protescol—. Según el informe Tiros a la vista, realizado entre el Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social de la Universidad de los Andes y las Ong Temblores y Amnistía Internacional, la represión de las protestas durante el estallido social de 2021 dejó por lo menos un centenar de víctimas de trauma ocular. En la época de la violencia bipartidista de mediados del siglo XIX era conocido el ‘machetazo salgareño’, que marcaba la frente, el ojo y la nariz con una cicatriz imposible de borrar. Hay accidentes de tránsito que arrasan casi medio rostro. Muchas veces, cirujanos oculoplásticos tienen que intervenir para reconstruir la cavidad que ocupaba el ojo y los párpados.

Las lesiones por pólvora, por juegos e incluso por las hélices de drones también están entre las historias privadas de los pacientes que llegan al pequeño vestíbulo del consultorio del doctor Escobar. “Tratamos de que no se encuentren varios pacientes en la sala —explica—, porque por lo general vienen con traumas fuertes y no quieren cruzarse con nadie, que nadie los vea”.

Cuando los ojos no alcanzan su desarrollo completo durante la gestación o en casos en los que aparece un tumor maligno —el retinoblastoma—, el tratamiento se debe iniciar a los tres meses de edad. Se colocan conformadores de diferentes tamaños, cada tres meses, para lograr que la cavidad soporte el ojo artificial. La prótesis ocular se debe cambiar cada seis meses hasta alcanzar el desarrollo craneofacial adecuado.

“Nuestro objetivo ineludible –señala el doctor Mario Escobar– es lograr siempre que el paciente rehabilitado por nosotros recupere su autoestima y se reintegre a su entorno en iguales condiciones que las demás personas, sin que nadie note su deficiencia”.

Jueves en la tarde. Los empleados en el consultorio se preparan para salir, confirmadas las citas para el día siguiente y canceladas otras. Ha cedido el olor a acrílico líquido; ya no suena la pulidora de odontología. En el laboratorio de Protescol, esperan los ojos a quienes los han perdido.

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