¡Todo parecía fácil! Los satélites, la Luna, la estación Skylab y el sueño más ansiado: Marte.
En su décima salida al espacio, el transbordador espacial Challenger explotó en pedazos a 73 segundos de partir el 28 de enero de 1986. Sus siete tripulantes murieron, el primer y duro revés en pleno vuelo, tras la muerte en ensayos en 1967 de los tripulantes de la que sería la primera Apolo.
La Nasa, hasta entonces una exitosa agencia espacial, modelo para el mundo y envidia para los países desarrollados, se había burocratizado, perdido rigurosidad en los procesos y desarrollos y tenía una enorme presión política a sus espaldas. Se descuidó.
Eso, según analizó en el Sentinel Alex Roland, historiador de la Nasa. Y esa historia le confiere la razón. La noche previa al vuelo, los técnicos que inspeccionaban los tanques advirtieron que el frío podría generar problemas en los anillos O que sellaban los cohetes impulsores, que en otras misiones habían mostrado debilitamiento.
Su sugerencia: aplazar el despegue. Pero el éxito no podía esperar y para los de arriba, no era para preocuparse.
June Scobee Rodgers, la viuda del comandante de la misión, Francis Scobee, dijo a la CBS que no tiene resentimiento ahora con la Nasa y la forma como mantuvo los orbitadores volando pese a las deficiencias en los cohetes.
Cuando la comisión nombrada por el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, para investigar las causas del desastre, entregó el reporte sintió rabia. Su hijo, entonces un cadete, hoy general, golpeó la mesa donde les leían las conclusiones. Todos los familiares atónitos: la negligencia era culpable del accidente.