En el pacífico colombiano algunas comunidades creen que si una mujer descuida al bebé mientras está lactando, atraerá a la petacona, como le llaman a la boa constrictor, porque ella buscará succionar leche del pezón e introducirá su cola en la boca del bebé.
Otros mitos dicen que si una de estas rastreras de cuerpo alargado es partida en dos, cada extremo se convierte en una serpiente diferente; que si una mujer está menstruando no puede salir a campo porque será perseguida por esta habitante de los pliegues de la Tierra. También que una mujer en embarazo puede hacerla dormir. Y, no es que ellas no duerman, solo que no tienen párpados, nunca cierran los ojos.
El desconocimiento sobre ellas es proporcional a su abundancia. Con cerca de 300 especies, Colombia es el tercer país de América más rico en serpientes, después de México y Brasil. De las 3.000 que existen en el mundo, solo el 10 % son venenosas, cuenta Carlos Andrés Galvis, biólogo especialista en reptiles y jefe de poblaciones de la Fundación Zoológica de Cali.
Conocerlas es vital. Sus toxinas han sido importantes para los humanos, no solo para producir antiofídicos, sino porque sus presas, los roedores por ejemplo, pueden convertirse en una plaga peligrosa para los humanos si ellas no se los comen.
Además, explica Galvis, las investigaciones alrededor de la variedad de proteínas que se encuentran en sus venenos han llevado a aplicaciones médicas que hoy están salvando vidas. El captropil, para pacientes con hipertensión, fue el primer medicamento aprobado por la Agencia de Medicamentos y Alimentos (Food and Drug Administration, FDA) de Estados Unidos, para uso terapéutico y originado de un veneno de la serpiente brasileña Bothrops jararaca.
No buscan hacer daño
Es muy común encontrar una serpiente en un camino tomando el sol. Está tratando de elevar su temperatura. “Por el hecho de ser reptiles son animales que dependen de temperaturas externas para mantener su metabolismo”, explica Galvis.
Pero si un campesino la observa en el sendero puede pensar que lo está esperando. Si la pone al lado y ella no ha conseguido llegar al punto ideal de temperatura, volverá al mismo lugar. No para morderlo, sino para obtener más energía del Sol.
Pasa con la Lachesis muta, tiene fama de violenta. Hay quienes recitan y repiten que esa verrugosa de unos cuatro metros tiene comportamientos agresivos. Galvis aclara que “este es uno de los mitos que la rodea. Debido a que esa especie es grande e imponente, le crean una cantidad innumerable de historias, pero en realidad ninguna serpiente agrede a una persona sin razón. Si lo hace es porque se siente en peligro, o perturbada. Tal vez alguien la pisó sin querer, la manipuló por curiosidad o la intentó matar”.
Hay algunas especies en particular que pueden ser más nerviosa que otras, dice el biólogo, pero definitivamente estos reptiles no están buscando asesinar humanos. El encuentro de las serpientes con el hombre siempre es un accidente, y por eso especialistas le llaman accidente ofídico a la mordedura de serpiente.
No siempre inoculan veneno, pero cuando lo hacen el resultado puede ser la amputación o la muerte, si no se recibe tratamiento médico. En el caso de las venenosas, sus toxinas producen el fallecimiento del 3 al 5 por ciento de los pacientes, dice Rafael Otero Patiño, médico especialista en toxinología (disciplina que estudia el veneno de animales y plantas) y autor del Manual de diagnóstico y tratamiento del accidente ofídico de la U. de A.
Que sí lo envenena
Los venenos de estos reptiles tienen diferentes componentes de acuerdo a las familias. Los vipéridos como la verrugosa causan edema (hinchazón), hemorragias que hacen parte de la destrucción del músculo y de los tejidos, y sangrado local y a distancia (a órganos como el cerebro, los pulmones, la vejiga). También los vasos sanguíneos pueden sangrar.
Así mismo actúa de manera diferente en diversos sistemas del cuerpo como el digestivo o nervioso, por eso Otero recomienda a sus colegas “no hacer incisiones, nada de cortadas o succión del veneno”. El médico asegura que históricamente muchas muertes han ocurrido por malos procedimientos. La víctima debería ser trasladada rápidamente (ojalá en minutos, máximo un par de horas) al centro médico más cercano y aplicar el antiveneno adecuado. El afectado tiene el derecho a exigirlo.
La subnotificación de la incidencia y la mortalidad por sus mordeduras es común, según un informe de la OMS de abril de 2019. Galvis, que recorre con frecuencia el pacífico colombiano, asegura que sabe de un alto número de casos de personas enterradas luego de morir por uno de estos accidentes, sin ser reportadas.
En Colombia, según cifras del Instituto Nacional de Salud (INS), se registran anualmente cerca de 4.500 accidentes ofídicos. Son más frecuentes en regiones rurales cálidas. De estos, aproximadamente el 1 por ciento de los casos son mortales y entre el 6 y el 10 por ciento dejan secuelas. Otero anota que esta morbimortalidad es generalmente el resultado de atención tardía o inadecuada.
Los datos del INS reflejan que la incidencia (casos nuevos) de accidente ofídico en el país durante 2016 fue de 10 por cada 100.000 habitantes. Antioquia fue el departamento de Colombia donde mayor número de casos se reportaron ese año, con un total de 721. Un estudio publicado en la Revista de salud de la Universidad Industrial de Santander por el grupo Ciemto de la Facultad de medicina de la U. de A., relata que ese año asesoró la atención médica de al menos uno de cada ocho accidentes (94 de 721 casos, el 13 %) a través de su línea de asesoría toxicológica en Antioquia.
Sus resultados indican que hay un mayor reporte de casos en el departamento debido a una mejor notificación y también debido a la diversa fauna de serpientes que hay acá. Concluyeron que el antiveneno fue administrado al 62 por ciento de los casos, es decir que uno de cada tres pacientes no recibió suero antiofídico.
En 2016 se reportó al Sivigila un 78 por ciento de uso de antiveneno, lo cual es bastante inferior comparado con reportes de Brasil donde la frecuencia es del 94 por ciento, informa el estudio publicados en la revista Clinical Toxicology en 2017.
Tanto por hacer
La OMS sugiere a cada país producir sus antivenenos debido a las particularidades geográficas. Otero cuenta que en Colombia, quien se encarga de hacerlo, es principalmente el INS.
“Los sueros antiofídicos hacen parte del plan obligatorio de salud (POS) y por tanto todos los hospitales de Colombia están en la obligación de tenerlos. Pero los anticoral no están en el POS ni tampoco los de picadura de alacrán (ver Para saber más)”, observa el médico.
Y aquí se plantea un gran reto. Los investigadores consultados para este artículo están de acuerdo en que estás mordeduras de coral y las picaduras de alacrán son un problema de salud pública. Muere mucha gente aunque se tiene la cura.
En las capitales se encuentran sueros anticorales o antiescorpión, pero no en las zonas rurales. “Esto muestra una falla garrafal que tenemos en el sistema de salud colombiano”, concluye Otero.
Sobre la formación en toxinología en las facultades de medicina del país, Andrés Zuluaga, médico farmacólogo y director del banco de antídotos de la Facultad de Medicina de la U. de A., está de acuerdo en que se puede hacer más: “La educación médica en Colombia ha carecido de la enseñanza en la toxinología. Es escasa la formación en accidentes de animales ponzoños”.
Por su parte, prevenga. No perturbe a estos animales.
El veneno de las serpientes no evolucionó como mecanismo de defensa –solo lo hace en casos extremos–, recuerda Galvis. Su función es ayudar a capturar su alimento, por lo tanto no lo desperdiciarán con facilidad.
La mayor amenaza que viven es que los humanos desconozcan cuán fascinantes son: duermen con los ojos abiertos –no tienen párpados–, cambian de piel, “escuchan” sin oídos externos, han colonizado casi todo el planeta a excepción de los polos o zonas extremadamente frías, las hay desde 50 centímetros de longitud hasta los nueve metros y prácticamente huelen con la lengua, por eso la sacan.