En octubre de 2007, cuando Petro era senador, le hicieron un reportaje en el periódico El Tiempo que consistía en acompañarlo todo un día de trabajo. La periodista cuenta cómo, a primera hora de la mañana, Petro salió de su habitación con un maletín y ella le pregunta: “¿Y ahí qué lleva?” A lo cual Petro le responde: “Una ametralladora. Por si entran en la noche”. Y le explica que duerme con ella y durante el día se la entrega a sus escoltas.
Esa imagen poco conocida del candidato del Pacto Histórico y hoy el que tiene más opción de ser Presidente según las encuestas revela uno de los rasgos más definidos del carácter de Gustavo Petro: su obsesión con que puede ser asesinado.
Hace menos de dos semanas anunció que estaban planeando un atentado en su contra. La Policía negó que existiera información de inteligencia que “permitiera inferir la existencia de un plan criminal”, pero de todas maneras reforzó la seguridad del candidato.
En la campaña de 2018 también el tema apareció: Petro aseguró que le habían disparado a su carro blindado y en efecto se veía el vidrio de la ventana de su camioneta despicado. Sin embargo el director del CTI dijo que luego de hacer evaluaciones técnicas no se trataba de un impacto de arma de fuego. Habría podido ser una piedra.
En 2007, por las fechas del reportaje mencionado, Petro en el Congreso, dijo haberse enterado de que un grupo de asesinos estaba en Bogotá con la misión de matarlo. Y en 1994 cuando fracasó en las urnas, fue nombrado diplomático en Bruselas por las amenazas de muerte que denunció haber recibido.
Eso por mencionar solo algunas de las veces que el hoy candidato del Pacto Histórico ha denunciado estar en peligro. Ciertamente, en un país como Colombia, en el que han matado varios candidatos presidenciales ese tipo de denuncias nunca se pueden echar en saco roto.
Ese rasgo de su personalidad, además, hace que Petro viva en modo de desconfianza (“que seas paranoico no quiere decir que no te estén persiguiendo”, decía Kurt Cobain). Cambia de celular con regularidad para evitar ser chuzado o rastreado. Y a diferencia de otros candidatos que tienen secretarios privados, Petro tiene cómo su mano derecha a una figura peculiar: Augusto Rodríguez, que parece un espía de los años 70, fue su compañero en el M19 y durante los últimos 25 años ha construido con Petro los temas más complejos.
María Mercedes Maldonado, quien fue secretaria de planeación y hábitat en la alcaldía de Petro lo definió en el portal La Silla Vacía: “Augusto es alguien de bajo perfil, pero que sabe mover muy bien la fibra sensible de Petro: la teoría del complot. Todo el tiempo manipulaba la información y metía ruido para hacerle creer que estaba rodeado de gente desleal”.
Su vida
Hay personas a las que una fecha los marca de por vida. Y en el caso de Gustavo Petro es el 19 de abril. De manera contundente, tres veces.
Un 19 de abril, de 1960, nació. Un 19 de abril, de 1970, cuando tenía apenas 10 años, él dice recordar haber pasado la noche al frente del radio sumando los resultados de las elecciones y que cuando se fue a dormir el general Gustavo Rojas Pinilla iba ganando. Y el tercer 19 de abril es el del nombre del movimiento guerrillero al que Gustavo Petro a los 17 años, y cuando estaba en primer semestre en la Universidad Externado, decidió ingresar.
Gustavo Petro Urrego nació en Ciénaga de Oro, un municipio de Córdoba que colinda con Sahagún en límites con Sucre. su bisabuelo, Francesco Petro, había desembarcado cerca a esas tierras huyendo del hambre que sufrían en el sur de Italia, después de la unificación en 1870.
Su papá, Gustavo Petro Sierra, nacido en Cereté, maestro y laureanista, le enseñó el amor por los libros. Su mamá, Clara Urrego, maestra de Gachetá, Cundinamarca, e hija de un líder liberal fue la primera que le habló sobre la violencia liberal. Los dos se conocieron en una conferencia en Sincelejo y fue “amor a primera vista”.
Un mes después de que el pequeño Gustavo comenzó el kínder la profesora los llamó para que lo pasaran a primero porque ya sabía leer. “Como no entendía se ponía a llorar porque pensaba que lo habían degradado”, cuenta su papá. Y después los llamaron para pasarlo de segundo a tercero y su papá le dijo a la profesora que él se veía chiquito y frágil que mejor lo dejaran así.
“Yo no soy político. Ni mi familia es política. Gustavo tendría como ocho años y empezó a escribir una novela de tipo político, sin yo saberlo le cogí el cuaderno y desde entonces él no volvió a escribir”.
La familia se fue a Zipaquirá, porque a don Gustavo lo trasladaron, Petro terminó su bachillerato en el colegio La Salle y a los 17 años, cuando comenzó a estudiar economía en la Universidad Externado, se metió en el M-19, un movimiento que tenía poco más de dos años de creado. “Gustavo estudió Economía en el Externado porque yo lo convencí de que no lo hiciera en la Nacional, que era en la que quería, por las protestas y los cierres”, explicó a medios el papá.
En 1980, con 20 años, Petro se convirtió en Personero de Zipaquirá, y en 1984 se hizo concejal con 780 votos. Un año después, los militares lo capturaron con revólveres, explosivos y propaganda del M-19. La fecha de su captura es clave, el 24 de octubre de 1985, es decir, dos semana antes de que el grupo guerrillero se tomara el Palacio de Justicia y diera pie al holocausto en el que murieron 11 magistrados de la Corte Suprema.
Petro se ha desmarcado de la toma del Palacio de Justicia diciendo que para ese momento él estaba capturado y, según sus palabras, siendo torturado en la Escuela de Caballería. De todas maneras nunca ha aclarado si como uno de los cinco miembros de la Dirección de la Región Central del M19 participó de la planeación de la toma.
Petro estuvo preso 16 meses, en la cárcel Modelo de Bogotá, hasta febrero de 1987. Menos de dos años después, le tocó participar de una reunión entre Carlos Pizarro, comandante del M-19, y Rafael Pardo, comisionado de paz. El propio Petro cuenta que fue de pura casualidad. Y esa tarde, el 10 de enero de 1989, el hoy candidato escribió uno de los párrafos del comunicado que abrió la puerta para el histórico desarme de esa guerrilla.
Hasta el día de hoy, hay que decir, Gustavo Petro ha cumplido y nunca ha vuelto a tomar las armas.
Oficio: candidato
Se estrenó en la vida civil, como asesor de la Gobernación de Cundinamarca, en 1990, y en 1991, fue elegido Representante a la Cámara. No logró hacerse reelegir y lo nombraron en Bruselas de diplomático. No duró mucho por fuera, dos años después, volvió para lanzarse a la Alcaldía de Bogotá, pero apenas sacó menos del 1 por ciento de los votos.
Pero Petro no se desanimó. Se lanzó a la Cámara al año siguiente, como segundo renglón de Antonio Navarro, y fue la lista más votada, con casi 120 mil votos. Fue entonces su mejor momento, empezó a lucir su mayor talento, el de la oratoria.
Con los debates de control político se creció como el gran opositor del gobierno de Álvaro Uribe: puso en el banquillo al ministro Fernando Londoño por las acciones de Invercolsa, denunció el escándalo de Banpacífico, y puso en problemas al fiscal Luis Camilo Osorio por la penetración de los paramilitares en la Fiscalía.
En 2006 saltó al Senado y fue el candidato más votado del Polo Democrático con 143 mil votos, y el tercero de todo el país. Allí se dio su consagración con el debate de la parapolítica.
Se sintió tan fuerte que se lanzó a la Presidencia en 2010, y aunque le ganó sorpresivamente a Carlos Gaviria en una consulta interna, no le alcanzó para la presidencia porque en el tarjetón figuraba Antanas Mockus y su Ola Verde. Petro se quedó con el tercer lugar, 1 millón 300 mil votos y varias caras largas en el Polo decepcionados por el manejo egoista que Petro le dio al proceso.
“Yo he sido gallardo con Petro, he sido decente con él y él no me ha pagado con la misma moneda”, decía entonces Carlos Gaviria. Esas palabras y sobre todo su manera de ser introvertida y su peculiar mirada le han granjeado a Petro fama de arrogante.
Petro aprovechó la derrota para seguir en el modo denuncia y, en momentos en que el escándalo del cartel de la contratación de Bogotá ya estaba en los medios, Petro salió al paso con un informe sobre el tema para lavarse las manos con respecto al brutal saqueo orquestado por el alcalde, Samuel Moreno, miembro del Polo.
Como si su vida consistiera en lanzarse a elecciones una y otra vez, a finales de ese año, 2010, se lanzó a la Alcaldía de Bogotá y gano con 721.308 votos. En la Alcaldía de Bogotá demostró que así como es de bueno para hablar no lo es tanto para ejecutar.
De la oratoria y la demagogia
En la Alcaldía dejó claro un sello: la improvisación. El caso de la crisis de las basuras es un buen ejemplo de lo que fue su gobierno. O al menos fue el más ruidoso. A Petro se le ocurrió cambiar el esquema de recolección de basuras, con el embeleco que era una tarea del Estado y que no la debían hacer los privados, a pesar de que estos la tenían funcionando como un reloj. El cambio produjo una gran crisis: del 18 al 20 diciembre de 2012 la ciudad se inundó con desperdicios.
Las grandes promesas de Petro se quedaron en veremos, el metro subterráneo, el tranvía por la séptima, la recuperación del Hospital San Juan de Dios, casi duplicó la burocracia (recibió 29.625 contratos por prestación de servicios y los aumentó a 50.490), dejó la salud en quiebra (entregó la EPS pública de Bogotá con pérdida de 579 mil millones de pesos), y 36 contratos importantes de obra pública suspendidos. Cuatro meses antes de terminar su alcaldía, solo 18% de bogotanos confiaban en él, según Bogotá Cómo Vamos.
Gustavo Petro siempre ha dicho que su gran logro fue reducir la pobreza. Pero lo que no suele contar es que la pobreza bajó menos en Bogotá que en el país en general.
En la Alcaldía, Petro descubrió una nueva fórmula: se dio cuenta de que a su capacidad de echar discursos le podía sumar, las redes sociales, las cuales creció exponencialmente como Alcalde, y descubrió el potencial de usar las calles para mover, incluso, decisiones jurídicas a su favor.
Petro se lanzó por segunda vez a la presidencia en 2018, sacó 4,8 millones de votos en primera vuelta, y 8 millones en segunda que no le alcanzaron para derrotar los 10,3 millones de Iván Duque.
Con la misma vitalidad de siempre, Petro se levantó de la lona. Se posesionó como senador, por haber sido el segundo en la contienda presidencial, y en los últimos cuatro años ha sacado a relucir esa otra faceta suya, la de movilizar a la gente en las calles, gracias a la herramienta de las redes sociales que antes no tenía tan calculada.
Ahora, va por su tercer intento para ganar la Presidencia. Llega con una mezcla explosiva de apoyo de personajes políticos cuestionados, una sofisticada campaña en redes sociales (que la historia se encargará de evaluar si cruzó límites) y un menú de propuestas populistas que nunca antes se habían hecho en el país. A propósito, el candidato Sergio Farjardo le cuestionó esta semana que de dónde va a sacar 139,5 billones que cuestan apenas ocho de sus vendedoras propuestas.
Los grises
Sobre Gustavo Petro quedan abiertos interrogantes. Por ejemplo, el del video en el que aparece contando billetes que deposita en una bolsa de papel como si fuera un mafioso. Primero dijo que se trataba de un préstamo, después que una colecta.
Y sobre todo, Petro quedó en entredicho cuando el escritor Héctor Abad Faciolince escribió en twitter: “Recuerdo cuando mi amigo Carlos Gaviria me contaba, con ira, de cómo Petro cambiaba las actas del Polo, por la noche, para poner lo que no se había resuelto. Un tramposo”. En la misma línea en que otro amigo suyo, Daniel García Peña, lo definió al renunciar a su cargo de Alto Consejero en la Alcaldía de Bogotá: “un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota”, le escribió.
A Gustavo Petro no parece importarle nada de eso. Quienes lo conocen dicen que es capaz de vivir como un franciscano a punta de pan y agua y durmiendo en el suelo. Y que él es capaz de dar todas las batallas porque lo anima una convicción muy grande: la de llegar a ser Presidente.