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Trump, Trump, Trump y más Trump: parece ser lo único de lo que todo el mundo habla últimamente. No es para menos: su regreso a la presidencia ha traído una avalancha de decisiones, amenazas, anuncios y medidas que van y vienen que, en apenas unas semanas, están reconfigurando el panorama político y económico global.
En ese contexto, no debería sorprender que el impacto de su segundo mandato no se limite a las fronteras de Estados Unidos. Todo lo contrario: Trump está influyendo en la política de países tan diversos como México, Reino Unido, Ucrania o Canadá. Y lo hace, paradójicamente, al convertirse en un adversario común que fortalece a sus críticos: en buena parte del mundo, el nuevo orden trumpista está redefiniendo los incentivos electorales, fortaleciendo a quienes adoptan posturas más firmes frente a su retórica y sus decisiones.
Uno de los casos más ilustrativos es el de Canadá. Hasta hace poco, los Liberales, arrastrando el desgaste de los malos resultados del gobierno de Trudeau, enfrentaban una caída estrepitosa en las encuestas. Pero la llegada de Trump revivió sus posibilidades: su nuevo líder, Mark Carney, ha logrado posicionarse como el contrapeso necesario frente a las amenazas del vecino del sur. Con el eslogan “Canada strong” ha encarnado una narrativa de defensa nacional ante el intervencionismo comercial y político de Trump. ¿El resultado? El partido ha pasado de estar en camino a una derrota segura a ser ahora el favorito en las elecciones previstas para finales de este mes.
En México, otro blanco usual, la llegada de Trump ha impulsado el perfil de Claudia Sheinbaum, a quien las encuestas le han reconocido su manejo pragmático de la compleja relación con Washington. Sheinbaum ha optado por una estrategia de cooperación en temas sensibles como migración y seguridad, lo que le ha permitido evitar represalias inmediatas —incluyendo aranceles— y mantener abiertas las vías diplomáticas, sin renunciar a un tono retador en asuntos como la discusión sobre el nombre del “Golfo de México”. Este enfoque, marcado por firmeza sin estridencias, le ha permitido alcanzar una aprobación ciudadana que supera el 80%, y desmarcarse parcialmente de AMLO en sus primeros meses de gobierno, a pesar de los persistentes problemas de seguridad en el país.
En Europa, la reconfiguración también es evidente. Las dudas sobre el compromiso de Washington con la OTAN y la posibilidad de que Trump condicione o retire el apoyo militar a Ucrania ha vuelto a cohesionar el liderazgo europeo frente a Moscú. Y no solo eso: los líderes más criticados por Trump también han visto repuntes en su popularidad doméstica. En el Reino Unido, por ejemplo, Keir Starmer —que venía perdiendo terreno tras su llegada al poder— logró recuperar impulso tras la intromisión de Elon Musk y otras figuras cercanas a Trump en la política interna británica. En Francia, Emmanuel Macron, con sus esfuerzos por contener el daño a la relación transatlántica, ha sido recompensado con un leve repunte en las encuestas, pese al persistente descontento tras el disfuncional panorama político de su país en la actualidad.
Este fenómeno tiene raíces profundas. Durante décadas, el “poder blando” de Estados Unidos —su influencia basada en la cultura, las instituciones y los valores compartidos— ha sido uno de sus activos más poderosos. En muchas democracias, alinearse con Washington era sinónimo de estabilidad y progreso. Sin embargo, el estilo transaccional, nacionalista y errático de Trump ha socavado buena parte de ese capital simbólico, llevando —en contravía de la tradición occidental— a que la opinión pública recompense a quienes se enfrentan a una figura cada vez más impopular fuera de Estados Unidos, como lo es hoy el propio Trump.
Colombia no es ajena a este cambio de tendencia. Tras ser un país históricamente pro-EE. UU., en recientes encuestas Washington ha registrado su peor imagen en años: la favorabilidad hacia Estados Unidos cayó del 52% al 39% entre los colombianos, según la última medición de Invamer.
En ese contexto, la postura frente a Trump podría volverse un factor decisivo en elecciones como las que vivirá el país en 2026. Históricamente la cercanía con Washington era un activo valioso. Hoy puede convertirse en un lastre. Los candidatos a la Presidencia enfrentarán un dilema: ¿Cuán alineados quieren parecer con el nuevo inquilino de la Casa Blanca? ¿Qué tanto respaldo ciudadano tiene hoy un discurso pro-Washington, si ese Washington es trumpista?
La otra cara de la moneda es que, por ahora, el manejo errático de Petro frente a Trump a principios de año —cuando, con un trino en condiciones sospechosas a las tres de la mañana, casi provoca una crisis diplomática con el principal socio comercial de Colombia, que debió ser contenida por diversos actores tras bambalinas— no ha afectado ni para bien ni para mal su popularidad, que se mantiene estable alrededor del 30%.
En este sentido, la posición de los candidatos a la Presidencia frente a Trump y Estados Unidos será uno de los temas más interesantes a observar en los próximos meses de campaña: como pocas veces en la historia reciente, la postura frente al inquilino de la Casa Blanca podría ser un factor decisivo a la hora de definir quién será el próximo mandatario del país.