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Pareciera a veces que el presidente no sabe vivir sin pelear. Como si la pelea fuera el termómetro que definiera su existencia.
Hoy cumple un mes de sesiones el Congreso de la República, y el balance para el gobierno deja mucho que desear: no se ha empezado a discutir ninguna de las reformas que venían de la legislatura pasada (salud y pensional) ni se ha radicado la que naufragó (la laboral), y mientras tanto se anuncian otras más –como la de justicia– que no se conocen.
Es cierto que en época preelectoral los congresistas están embolatados buscando votos en sus regiones, pero lo que ha pasado hasta ahora no pinta nada bien para el gobierno: sufrió varias derrotas consecutivas en la conformación de las mesas directivas del Senado, perdió la presidencia del Congreso pero también la presidencia de la comisión primera, que es vital por los temas que tiene a su cargo.
El presidente Gustavo Petro, que en un momento parece haber pensado que su victoria electoral era suficiente para controlar el Congreso, y que tres veces al menos intentó convocar movilizaciones masivas con el mismo fin, se enfrenta hoy a la realidad que han enfrentado todos los gobernantes en la democracia colombiana: para gobernar hay que buscar acuerdos y hacer amigos.
Tal vez por esto, en las últimas semanas hemos oído de parte del mandatario varias referencias a un “acuerdo nacional”. Lo dijo el 20 de julio cuando se instalaba el Congreso. Lo dijo al instalar el mecanismo de participación en los diálogos con el ELN. Y lo repitió en el Puente de Boyacá el 7 de agosto. Esas menciones, naturalmente, generaron expectativas.
¿Qué ha pasado con ese propósito? El gobierno ha empezado a convocar reuniones con los partidos para buscar acuerdos. Esto no va muy rápido que digamos: la única reunión ha sido con La U, y de ella no salieron anuncios concretos. Por el contrario, los asistentes le manifestaron al Presidente su preocupación por lo que se está volviendo el dolor de cabeza de todo el país: la seguridad. Pero paradójicamente, mientras a paso de tortuga avanzan estos acercamientos, desde el gobierno se han acentuado la agresividad y los ataques verbales contra diferentes personas y sectores de la sociedad. La semana pasada, en su cuenta de Twitter (ahora llamado X), el Presidente no hizo más que disparar a diestra y siniestra.
Arremetió contra el fiscal Francisco Barbosa. Se lanzó en prosa contra el ex fiscal Néstor Humberto Martínez, con quien parece tener una especial obstinación. Se fue contra el Grupo Aval y Sarmiento Angulo, habitantes también del reino de sus obsesiones. Llegó incluso, con el pretexto de los sucesos del caso Odebrecht, a arremeter contra ex funcionarios y personas que han trabajado de manera honesta por el país, repitiendo varias veces sus nombres como firmantes de un contrato de estabilidad jurídica con Corficolombiana, el cual era perfectamente normal y legal y no tiene nada que ver con los sucesos de la multinacional brasileña.
No contento con sus andanadas en Twitter, se fue a Pitalito a cargar contra la Federación de Cafeteros. No les perdona haber elegido gerente sin su previo visto bueno. Amenazó a ese gremio con quitarle el contrato de administración del Fondo Nacional del Café, y falsamente afirmó que el gerente de la Federación gana $ 200 millones mensuales.
Y cerró la semana con un desplante doble: por la mañana, no les llegó a los del Diálogo Social reunidos en el coliseo Bernardo Caraballo de Cartagena, y por la tarde dejó en visto a los empresarios del país reunidos en el Congreso de la Andi. El golpe se sintió sobre todo porque el presidente de la Andi, Bruce Mac Master hizo un gran esfuerzo para que este fuera un escenario de diálogo genuino entre los empresarios y el gobierno.
Como si no fuera suficiente con el Presidente, anda también de peleón el Ministro del Interior, que es precisamente quien más tendría la tarea de hacer amigos y tender puentes. En una declaración desafortunada, acusó de hipocresía y de tener intereses políticos oscuros a los gobernadores del país, solo porque le reclamaron por la creciente inseguridad de todos los territorios. Esa relación, que es vital para gobernar a Colombia, quedó gravemente herida, pues los gobernadores, molestos y agraviados, han incluso pedido que se reemplace al ministro Luis Fernando Velasco.
Pareciera a veces que el Presidente no sabe vivir sin pelear. Como si la pelea fuera el termómetro que definiera su existencia. Lo malo es que pelear no sirve para gobernar, pues gobernar exige tender puentes y construir acuerdos. Tal vez, en el fondo, al Presidente no le interese gobernar, y le interesen más su figura y su honor. Decía el analista Mauricio Reina que Petro prefiere ser un Che Guevara a ser un Lula de Silva: es decir, prefiere el radicalismo y el falso sentido del honor a la búsqueda de acuerdos que permitan hacer cosas, como hizo en su primer periodo el presidente de Brasil.