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Durante casi un siglo, el dólar ha reinado como la moneda indiscutible del sistema financiero internacional: ni la creación del euro, ni la expansión económica china, ni el auge de las criptomonedas han logrado desplazar su dominio. A pesar de las crisis económicas, guerras comerciales y tensiones geopolíticas, el dólar se ha mantenido firme como el refugio seguro, el medio de pago universal y la principal unidad de cuenta del comercio global.
Pero esa solidez podría estar tambaleándose. Y no por una revolución tecnológica o una decisión geopolítica orquestada desde Pekín o Bruselas, sino por la reelección de un presidente que no cree en los fundamentos que han sostenido ese liderazgo: Donald Trump, de nuevo en la Casa Blanca, ha iniciado un proceso de desmantelamiento de los pilares sobre los que se forjó la supremacía de la moneda de su país. ¿Podría esta vez ser el principio del fin?
La hegemonía del dólar no fue un accidente, sino el resultado de una estrategia deliberada a lo largo del siglo XX. Primero, con la creación de un banco central en 1913 que garantizó la liquidez y estabilidad financiera; luego, con el acuerdo de Bretton Woods en 1944, que consagró al dólar como la única moneda plenamente convertible en oro y lo consolidó como el eje del sistema monetario internacional.
Esto sumado al predominio económico de Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, puso al dólar en el trono del mundo occidental con tres pilares que lo han sostenido hasta ahora: la defensa del comercio internacional, la confianza que otorgan sus instituciones y una política exterior con alianzas de largo plazo.
Hoy, todos esos principios están siendo desafiados por la visión de mundo que encarna Donald Trump: una economía cerrada y proteccionista, un sistema institucional debilitado por la confrontación con el banco central y con los organismos multilaterales que han sostenido el orden económico vigente, y una política exterior que abandona alianzas históricas en favor de una lógica transaccional y unilateral.
Su reciente imposición de aranceles “recíprocos” a casi todos los países del mundo es apenas el síntoma más visible de ese giro: una medida que propone fijar aranceles no con base en reglas multilaterales ni en principios económicos, sino en la mera existencia de déficits comerciales bilaterales con Estados Unidos, los cuales, en la lógica de Trump, son intrínsecamente nocivos. El libre comercio internacional, tal como lo hemos conocido durante décadas, podría estar llegando a su fin.
La reacción de los mercados internacionales no se hizo esperar. En lugar de fortalecerse —como indicaría la teoría económica convencional ante medidas que encarecen las importaciones y reducen la demanda de divisas extranjeras—, el dólar se desplomó. Los índices que miden su valor relativo frente a otras monedas han venido cayendo a lo largo del año, y con mayor fuerza desde el anuncio de los aranceles la semana pasada. Frente al euro, la libra, el yen y el franco suizo, la moneda estadounidense ha perdido su valor, y hasta monedas de economías emergentes como el peso mexicano han mostrado apreciaciones en términos relativos. Todo sugiere que el anuncio fue interpretado no como una muestra de fortaleza, sino como una señal de disfuncionalidad.
Ahora, habrá que esperar cómo evoluciona el comportamiento para llegar a conclusiones más contundentes.
Este comportamiento no es trivial. En tiempos de crisis, el dólar ha funcionado históricamente como refugio: su valor tiende a subir cuando aumentan los riesgos globales. Pero lo ocurrido tras el anuncio de los aranceles recíprocos sugiere que esa condición está siendo erosionada. Si, en lugar de apreciarse, el dólar cae cuando crece la incertidumbre, entonces su estatus como activo seguro —uno de los pilares de su rol como moneda de reserva mundial— podría estar en entredicho.
Más allá de la coyuntura, lo más inquietante para el futuro del dólar es la dirección estratégica que insinúa la nueva política de Estados Unidos bajo Trump 2.0: se ha abierto un frente de hostilidad no sólo contra sus rivales económicos como China, sino también contra sus socios históricos. La Unión Europea, Japón, Corea del Sur y otros aliados tradicionales enfrentan ahora medidas punitivas que antes estaban reservadas para adversarios estratégicos, lo cual debilita la confianza en la estabilidad del orden financiero global liderado por Estados Unidos.
Las caídas recientes en el S&P 500, los rendimientos de los bonos del Tesoro, el aumento de los índices que miden l a incertidumbre del mercado y, sobre todo, el debilitamiento del dólar, son señales de que la idea de una economía estadounidense confiable, predecible y central en el sistema internacional está perdiendo fuerza.
El dólar ha sobrevivido a muchas crisis: guerras, recesiones, cambios políticos. Pero su fortaleza nunca ha sido automática. Depende de un entramado institucional, político y económico que garantice que, cuando todo lo demás falla, el dólar no lo hace. Si ese entramado comienza a colapsar, como hoy empieza a insinuarse, la caída del dólar no será un accidente pasajero, sino el primer síntoma de un cambio de era..