Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
El silencio que el gobierno Petro ha mantenido con respecto a los peores crímenes de la dictadura es ensordecedor.
Desde el día en que Nicolás Maduro se atribuyó de manera arbitraria el triunfo en las elecciones de julio de 2024, el comportamiento del presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha dejado mucho que desear a la hora de fijar una posición clara sobre este criminal atentado contra la democracia.
Y hasta hoy, cuando todo está dispuesto en Caracas para que el próximo viernes el sátrapa ratifique su permanencia en el poder, para un tercer periodo presidencial, aún Colombia no tiene claro si el presidente Gustavo Petro va a asistir o no, o si solo mandará al embajador en Venezuela, Milton Rengifo.
Desde los primeros días cuando se publicaron los resultados de las actas que demuestran que Maduro perdió con un pobre 30% de los votos frente a un 67% de Edmundo González, Petro se convirtió en una suerte de defensor de Maduro, o al menos eso pareció cuando se reunió con México y Brasil para que no le quitaran el respaldo al dictador e incluso cuando, al ver que la indignación en las calles escalaba, salió a pedir públicamente a los venezolanos un compás de espera. Mientras tanto el régimen hacía su trabajo: 2.000 personas, entre ellas más de 100 adolescentes, fueron encarceladas.
Y hasta el sol de hoy. A pesar de que entidades tan serias (y no propiamente de derecha) como el Centro Carter y la Unión Europea, tras revisar las actas han ratificado el triunfo de Edmundo González, al presidente de Colombia tan solo se le oyó decir tímidamente, primero, que había “graves dudas” sobre los resultados, luego que era necesario ver las actas de votación –que el régimen nunca ha mostrado– y también intentó lanzarle otro penoso salvavidas a Maduro, proponiendo un “frente nacional” en Venezuela. Y pare de contar.
El silencio que el gobierno Petro ha mantenido con respecto a los peores crímenes de la dictadura es ensordecedor. Y la anunciada presencia del embajador en la posesión de este viernes es una clara declaración sobre de qué lado de la historia está el gobierno Petro.
¿Cuál sería la decisión correcta? ¿Asistir o no asistir? Los partidarios de no hacer un desplante sacan la lista de siempre para mantener el vínculo diplomático: que los dos países comparten una frontera de 2.200 kilómetros; que los habitantes de la frontera sufren aún más con una ruptura; que se tiene un intercambio comercial de 800 millones de dólares al año; que 3 millones de venezolanos viven en Colombia y que hay cientos de ilegales armados de origen colombiano en Venezuela.
Y todo eso es verdad. Pero ese listado, interpretado sin contexto, desconoce que precisamente ayudar a mantener una dictadura lo único que hace es agravar cada una de esas realidades y ponerles la vida más difícil a los colombianos y a los venezolanos de a pie. Para nadie es un secreto que en donde hay ilegalidad florece más ilegalidad: y nada más ilegal que romper el contrato social más elemental en una democracia, que es respetar las elecciones.
Las palabras de tanto utilizarlas (y sobre todo mal utilizarlas) van perdiendo su sentido. En esta coyuntura es urgente entender que decir que Maduro es un dictador y que está acabando de un hachazo la democracia no es un tema menor.
La democracia, recordemos, es la garantía de la libertad. Es la garantía de que mañana usted y yo nos vamos a levantar y vamos a poder hacer lo que a cada uno de nosotros nos parezca, siempre y cuando no afectemos a los demás. Es poder expresarnos sin que nadie nos diga cómo pensar o sin que nadie nos condene a trabajos forzados por hacerlo. Es poder votar para elegir al que mejor nos parezca para gobernarnos y no tener que vivir toda nuestras vidas bajo el dictado de una sola persona, que suele convertirse en un líder decadente. Es, incluso, poder hacer cosas tan aparentemente simples como abrir el internet y navegar en cualquier página que te interese o te convenga. Es ir por la calle y no temer que la policía secreta de la dictadura te detenga y te lleve a la cárcel porque sí. Es sobre todo la garantía de que hay leyes claras y justas. Y se respetan.
Podemos llegar a entender que no asistir a la posesión amañada de Nicolás Maduro no es una decisión fácil para Gustavo Petro. De hecho es toda una encrucijada. Pero el dilema se puede resolver pronto con simplemente aceptar que al asistir se legitima el grosero e inadmisible robo por parte de Maduro de las elecciones. Y con ello se estaría comprando por anticipado más sufrimiento y lágrimas, no solo para los venezolanos, sino también para muchos colombianos.
Petro ha hecho referencia a Antonio Negri y su teoría del poder constituyente, que es el poder directo del pueblo. Apoyar a Maduro es ir en contra de ese “poder de la multitud” que lo derrotó. Al apoyar a Maduro, Gustavo Petro estaría yendo en contra de lo que ha dicho creer.