Pico y Placa Medellín
viernes
no
no
SANGRE DE LOBOS
“Los asesinos de la luna”, de Martin Scorsese
Samuel Castro
Nadie se movía. Desconcertados, los espectadores de la función subtitulada nocturna de “Los asesinos de la luna” a la que asistí, veían cómo después de tres horas y media de una película que jamás descansa en su narración, que no se ahorra ningún detalle del exterminio de la indígena nación Osage a comienzos del siglo XX en Estados Unidos, la pantalla se ponía negra. Escuchábamos las palabras que decía el presentador del espectáculo radiofónico con la que se cierra la película, en las que se describía el destino de los tres personajes principales, pero no podíamos ver nada. De la platea alguien salió trotando a buscar al encargado y mientras tanto, a pesar de que fuera casi medianoche, todos siguieron en sus butacas. Sólo cuando el percance se solucionó y a los gritos lograron que el proyeccionista ubicara el momento en que la imagen se había esfumado y pudieron ver a quienes narran los finales de William Hale, Ernest Burkhart y su esposa Molly, los asistentes aceptaron que aquel viaje extraordinario que nos habían propuesto llegaba a su fin.
Esta anécdota vale para entender el poder de las imágenes que componen este nuevo capítulo de la historia universal de la infamia. No es casualidad que la película comience y termine con danzas y cantos rituales, porque lo que nos ofrece el guion de Eric Roth y del mismo Martin Scorsese es en realidad una ceremonia, un acto de contrición público donde el director neoyorquino, experto en indagar en los mecanismos de la violencia desde su ética católica, pide perdón en nombre de todos los estadounidenses por la violencia ejercida por la sociedad blanca hacia un pueblo originario, que creía haber tenido suerte cuando descubrieron petróleo en las tierras que el Estado les había asignado.
Allí llegará Ernest, a quien Leonardo DiCaprio construye con pericia, porque no es fácil lograr que un pusilánime sea el personaje principal de una historia. Por eso es tan importante para el mecanismo narrativo el amor que siente Ernest por Mollie. No importa que se case con ella animado por su tío William (la mejor actuación de Robert DeNiro en los últimos 20 años) pues se le nota el cariño, la admiración y el deseo por esa mujer independiente, de mirada inescrutable, cuya sonrisa es como un regalo para el que la recibe. Son las miradas entre DiCaprio y Lily Gladstone, quien también nos brinda una interpretación consagratoria, las que sostienen emocionalmente una trama que va de un asesinato, a una enfermedad provocada, de un fraude a un bombazo, porque todas las formas de la maldad fueron ejercidas contra esos indígenas a quienes los blancos no iban a dejar por mucho tiempo más ser sus “superiores”.
Conservaremos la esperanza de que Ernest se rebele contra los designios de su tío, para alcanzar una redención que tiene al alcance de la mano. Pero Scorsese en persona se reserva la última palabra para reiterar que es consciente del pecado que nos muestra y de la cueva de lobos que llamamos civilización, donde ni siquiera el amor pesa más que el ansia de sangre.