Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
La serpiente que se muerde la cola, el uróboro milenario que dibuja Melquíades en ese libro que es la historia de los Buendía y es la historia que escribió Gabriel García Márquez y es nuestra historia, aparece suficiente tiempo en la serie que estrenó Netflix como para que lo recordemos. Y su sentido es claro a primera vista porque todos hemos experimentado la sensación de que al final la vida termina repitiéndose, a pesar del esfuerzo que hacemos para que no sea así.
Podría no haber aparecido, claro. Sobre todo si esto fuera una película —que era en realidad a lo que se oponía GGM, ahora que todos parecen saber mejor que sus hijos lo que hubiera querido— y no una serie, y hubiera que condensar en dos horas una saga familiar de varias generaciones, decenas de amoríos y treinta y tres guerras peleadas por el coronel Aureliano Buendía. Pero la minuciosidad del diseño de producción, del vestuario y de la caracterización de los personajes es tal que los espectadores se descubren abrumados, sin saber dónde mirar a pesar de los ocho capítulos disponibles, perdiéndose detalles que obligaran a la revisión posterior —como esa alfombra de vuelo fulgurante o la aparición de Prudencio Aguilar en el primer entierro del pueblo— y batallando varias peleas internas entre lo que ven y el Macondo que tienen en su memoria.
Digo memoria y no imaginación porque en realidad todos ya vimos esta serie. Lo hicimos con los ojos del alma gracias a la prosa prodigiosa del maestro de Aracataca, cuando leímos “Cien años de soledad”. Por eso la primera gran decisión, valiente en estos tiempos uniformes, es la de renunciar a los diálogos para usar, con buen tino casi siempre, la narración misma del Nobel, sus palabras y su cadencia, a pesar de que cargan el peso de la literatura, muy distinto al del habla cotidiana. Por supuesto que eso marca un ritmo peculiar, que parece más cercano a la sensibilidad de Laura Mora, quien dirige los capítulos mejor construidos, que a la de Alex García López, empecinado en que la cámara se luzca a toda costa, insistiendo varias veces con ese plano de cruce de caminos que es menos atractivo con cada repetición, y poco dado a la ironía melancólica que producen cuadros como el de la lluvia cayendo en el jardín, con José Arcadio amarrado al árbol.
Los que entendemos a Úrsula Iguarán como la fuerza vital de Macondo, celebramos la sensualidad amorosa de su juventud vista en la serie, que las páginas del libro apenas insinuaban. Si la actuación de Susana Morales es brillante en su fiereza espontánea, la de Marleyda Soto es perfecta al proyectar la autoridad y la hondura que alcanza la matriarca. Solo está a su misma altura Claudio Cataño, quien parece haber nacido para encarnar la tristeza insomne del coronel y que se destaca, junto con Viña Machado, entre un reparto correcto aunque con altibajos (es muy difícil hacer de un pusilánime como Arcadio, y que el público no te juzgue igual), que nos permite saborear la clarividencia de GGM al dibujar un país y un continente de mujeres aguerridas que todavía sacan adelante a sus familias inventando comidas espléndidas; de maridos ausentes e hijos con apellidos prestados, de ejércitos infantiles y señores de la guerra que no saben vivir en paz; de mediocres que se creen sabios cuando asumen el poder y producen risa y lástima. Un país cuyo destino se muerde la cola, y que se verá a sí mismo en otras versiones de esta historia, ojalá tan hermosas y bien hechas como esta.