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Samuel Castro
“Tanto el hombre de ciencia como el hombre de acción viven siempre al borde del misterio, rodeados de él”.
J. Robert Oppenheimer
Un hombre desnudo está sentado frente a la mujer, también desnuda, con la que acaba de tener sexo. Hablan de sus sentimientos y de lo complicado que será para él volverla a ver. Es difícil pensar en una imagen más íntima, más humana. ¿Pero qué hace una imagen así en una película sobre el físico que se convirtió en el líder científico del proyecto Manhattan? ¿Por qué incluirla? Porque Oppenheimer, que es una película biográfica, pretende (y probablemente consigue) que conozcamos a su personaje principal en todas sus dimensiones. La del hombre seguro de sí mismo, que era capaz de conquistar a una mujer con un par de frases. La del físico brillante, un genio de su tiempo, que podía entenderse de tú a tú con Albert Einstein. La del líder inspirador, que asumió la tarea de construir una bomba que apenas existía en la teoría como una forma de enfrentarse a Hitler y defender a su gente, el pueblo judío, que estaba siendo exterminado. Y todavía hay una más: la dimensión política de un personaje que fue maltratado durante una época de oscurantismo, porque igual que ahora, el mundo parece no soportar la complejidad.
Para hacerlo, Christopher Nolan, el mismo que fue capaz de convertir una historia de Batman contra un villano vestido de payaso en una profunda reflexión sobre la justicia, escribe un guion preciso y apabullante por la cantidad de información que nos entrega, usando una estructura semejante a la de un túnel que atraviesa puentes superpuestos (la primera pregunta que se formula en la película, qué pudo decir Oppenheimer que disgustara a Einstein, es la última que se responde), balanceando con mucho cuidado las distintas dimensiones descritas antes, de tal manera que, transcurridas las tres fascinantes e intensas horas del metraje, sentimos que vimos varias películas amalgamadas en una sola.
Aprendiendo del enorme error de su película anterior, Tenet, que fue escoger mal a su actor protagónico, Nolan le brinda la oportunidad a Cillian Murphy de entregarnos una actuación extraordinaria, llena de matices en sus gestos y en su voz que construyen a un personaje ambiguo y complejo, salido de los cánones binarios y simplones de la actualidad. En un ambiente de guerra y de tensiones mundiales como el que vivimos, tan parecido al que le tocó a Oppenheimer, necesitamos dejar de creer en héroes impolutos y villanos infames, nos dice Nolan. Porque son los seres complejos los que logran las grandes empresas y los que nos ayudan a enfrentar los dilemas más difíciles. Los que no ven contradicción en construir una bomba porque “era lo necesario” para luego abogar por no avanzar en otra, tal vez por la misma razón. Los que no pasarían un test de moral, pero que se entregan hasta el final por sus convicciones. Los que huyen de los extremos y prefieren vivir al borde, rodeados de lo que Oppenheimer llamó misterio y es realmente humanidad.