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Lo que están por leer es la historia de un melodrama romántico, un amor no correspondido, la lucha de clases, la depresión, la enfermedad, la fuerza creativa, la sordera y la genialidad que se esculpen entre teclas blancas y negras.
Beethoven fue un hombre de extremos. Su vida fue una sinfonía de contrastes: tormento y grandeza, oscuridad y luz, pobreza y una mente rebosante de inspiración. Vivió el dolor, pero también la capacidad de encauzar su destino a través de la música. Una existencia apasionante, sin duda. El amor que conoció fue puro, pero desconcertante; una fuerza universal que nunca logró concretar, como una melodía que tocaba, pero se suspendía en el aire sin que pudiera tomarla con sus manos.
Y ese amor tuvo la forma de un duelo envuelto en celofán, en el que nacía una canción: la sonata para piano n.º 14, conocida como Claro de Luna. Compuesta en medio de la fragilidad del desamor y la inspiración del paisaje sereno del lago de Lucerna, en La Suiza Central.
En la página de dedicatorias de la partitura de la Sonata Claro de Luna, publicada en 1802, aparece el nombre “Giulietta”. Ese nombre captó la atención del público de la época. Ella era una condesa de Austria, y conoció al músico alemán porque sus padres así lo quisieron. Su posición en la sociedad le pedía a la familia Guicciardi que sus hijas, entre ellas Giulietta, aprendieran de música, a tocar un instrumento y ellos, con el dinero y el poder, buscaron al mejor de todos: Ludwig van Beethoven. Él sería el profesor de piano de sus hijas.
Desde la primera clase de piano, el flechazo fue explosivo. Sus ojos se encontraron emocionados, sus manos se tocaron con la sutileza de la pedagogía y el piano sonó como nunca antes. Esto fue un oxígeno para Beethoven en medio de la depresión por una enfermedad que lo atormentaba día y noche, despierto y dormido. Un diagnóstico de acúfeno, un zumbido permanente en sus oídos, que lo tenía no solo al borde de la sordera sino de la locura.
Por eso, encontrarse con esa mujer fue un motivo más para seguir vivo y componiendo. Su amor obsesionado le dio la fuerza para retomar la música, para sonreír de nuevo ante la vida.
En una carta a su amigo Franz Wegeler, Beethoven expresó que conocer a Giulietta le daba una razón para vivir y que pensar en el matrimonio con ella lo llenaba de esperanza y ganas de componer.
Pero el destino fue cruel. La familia Guicciardi, al enterarse de la cercanía entre el maestro y la alumna, interrumpió las clases y se opuso al amor que florecía. Giulietta fue obligada a casarse con otro músico, el conde Wenzel Robert Von Gallenberg, quien, además, y para colmo, había sido alumno de Beethoven.
El dolor del desamor se apoderó de su vida y lo arrastró hacia una depresión aún más profunda. El nuevo esposo de Giulietta carecía de talento musical, pero el drama se hace mayor, por ser él un discípulo de Beethoven.
Con el corazón roto, Beethoven creó una de las obras más grandes de la humanidad: la Sonata Claro de Luna. Musicalmente, es un viaje poético que se acerca a lo divino. Comienza con un tempo lento y melancólico, con arpegios cargados de intención. A lo largo de la pieza, el alma se eleva desde la sombra y el dolor, hasta estallar en una tempestad violenta, pasando de la calma melancólica a la furia. Una composición que es, al mismo tiempo, la mayor declaración de amor y desdicha. Todo a la vez.
Y así, Beethoven inmortalizó su desamor en cada nota, como si en cada acorde quisiera liberar lo que nunca pudo ser. Su dolor se convirtió en la melodía de la eternidad, en el claro de luna de un desamor.