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Ni se les ocurra parpadear cuando crean que han atrapado al asesino, casi al final de esta película llena de méritos técnicos y artísticos, deudora tanto del juego narrativo zigzagueante de Quentin Tarantino en Pulp fiction como del amor por el rojo de Pedro Almodóvar. Dura un segundo y si cierran los ojos se la pierden, pero esa imagen demoníaca bañada en sangre, es la mejor justificación que JT Mollner, guionista y director de Asesino serial (Strange darling), tiene para darnos por el comportamiento de su personaje principal.
Dar explicaciones no es algo que le interese a Mollner. Estamos ante un artefacto de guionista muy bien construido, poliédrico, que por la única persona por la que se interesa es por el espectador. Cada instante está buscando provocarnos, ya sea con momentos incómodos que ocurren en una cita para sexo casual, con el miedo adulto y casi primitivo que genera la preparación de un desayuno hecho para tapar arterias o con la tensión de esa persecución con la que abre la cinta, que funciona mucho mejor para engancharnos de lo que lo habría hecho si los viéramos en orden cronológico, el primer episodio de los seis que componen este relato, y que están bautizados con frases siempre juguetonas, nunca casuales, dichas por los personajes. Como hizo Tarantino en Pulp fiction aunque tal vez más con la intención de recomendarnos que no nos dejemos llevar por las apariencias, como hace Alfonso Cuarón en su extraordinaria miniserie Disclaimer, Mollner nos recuerda que malos podemos ser todos y que cualquier víctima se convierte en victimario si le gana la sed de venganza.
Como en todo artefacto de guionista, el mayor riesgo de Asesino serial lo corren los actores, que necesitan ser muy hábiles para escapar a las convenciones y hacer de sus personajes algo más que estereotipos. En esta ocasión sale mejor librado Kyle Gallner, que en algún momento nos aterroriza con lo que pueden conseguir las lecciones de actuación que ha tomado su personaje, mientras que Willa Fitzgerald se pasa un poco de rosca en su intención de encarnar la mayor cantidad de gestos posibles y Mollner no le ayuda con un plano que dura por lo menos un minuto más de lo que debería. Sin embargo, el actor que de verdad nos quita el aliento en esta película es Giovanni Ribisi, al que muchos recordarán como el hermano de Phoebe en Friends. Ribisi hace un debut extraordinario como director de fotografía, especialmente con su búsqueda de texturas (como en el desayuno grasiento, ya citado), el uso alternativo del azul y el rojo, o el efecto que consigue cuando la chica se encierra en un baño. En su propuesta radica la mayor potencia de esta película, que es estética. Es con su definición de los personajes desde el vestuario y los colores que prefieren, que Asesino serial deja de ser un thriller intenso y bien contado, para convertirse en una propuesta que nos excita y nos sorprende por igual.
A eso seguimos yendo al cine también. A que alguien nos fuerce a no querer cerrar los ojos.