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Anacrónico deseo. “Queer”, de Luca Guadagnino

20 de enero de 2025
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  • Anacrónico deseo. “Queer”, de Luca Guadagnino
  • Anacrónico deseo. “Queer”, de Luca Guadagnino

Hoy nadie se escandaliza con la palabra homosexual. No al menos como la hace la vecina de mesa en el pequeño restaurante de esa Ciudad de México de cartulina y fantasía en la que ubica Luca Guadagnino a William Lee, la encarnación de sí mismo que William Burroughs utilizó para narrar sus propias vivencias en “Queer”. Al menos no con ese gesto de horror, como si hubieran conjurado a un monstruo junto a ella.

Pero no era así en los tiempos en que se publicó el libro y ese remordimiento mezclado con la falta de aceptación que carga el personaje, tan alejados del espíritu contemporáneo urbano y primermundista, puede ser una de las barreras que encuentre el público masivo para conectarse con esta adaptación. Guadagnino, en su prolongada exploración de los matices del deseo —el irrefrenable a pesar de que implique dañar a otros, como en Hasta los huesos; el que se carga las convenciones sociales, como en Challengers o El amante; el que alguien apenas descubre, como en Llámame por tu nombre—, ha decidido mostrar una dimensión del mismo casi anacrónica: la del deseo dubitativo y lacerante por algo o alguien a quien no se comprende del todo, de quien ni siquiera se está seguro de compartir apetencias. “Tú no eres queer”, le dice Lee al muchacho judío que lo acompaña en la primera escena de la película, mientras señala el dije con la estrella de seis puntas que lleva el otro en su cadena. Esa seguridad contrasta con la anhelante pregunta que le hará posteriormente a Eugene Allerton, casi rogándole para que le diga que no le disgusta del todo tener sexo con él.

En esas ansias atroces por conocer los verdaderos pensamientos del otro, inexpugnable en su misterio, se fundamentan los dos siguientes episodios temáticos en que el guionista, Justin Kuritzkes, divide el argumento. Y si esa ciudad del comienzo tenía un encanto kitsch de telenovela (y una fotografía tibia de teatrino de marionetas) tanto el periplo del viaje que hacen Lee y Allerton por Latinoamérica, como la selva en que se internan para hallar la ayahuasca que buscan, lucen igual de postizos pero sin el espíritu romántico que los justifique. La película muta y se transforma en un título mediocre de aventuras o de horror, o mejor, en una “experiencia exótica” de esas que se montan para engañar turistas pudientes.

De nada valen las excelentes actuaciones de Daniel Craig y Drew Starkey, el erotismo descarnado que le imprime Guadagnino a sus escenas íntimas, o la científica rebelde que compone con ahínco Lesley Manville. El tono intimista y onírico del comienzo, en el que quedaban tan bien esas canciones fuera de tiempo, como la versión de All apologies de Sinéad O’Connor, se desvanece y es reemplazado por una sudorosa mezcla de géneros, y una resolución sin alma del conflicto central, que intenta paliarse con un par de trucos que se saca de la manga el director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom. Pero ya es tarde. Igual que ocurre con Lee, para ese momento, ni siquiera un vestigio de ternura puede salvarnos.

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