“Si me preguntan qué es la amistad, digo que Guillermo Valencia: El Cid”. Así comenzó Gonzalo Arango, fundador del nadaísmo, un artículo que tituló “Poetas industriales”, en el que plasmó su hermandad con quien es catalogado como el mayor productor y exportador de ropa que ha tenido Colombia en toda su historia.
Ese 21 de julio de 1969, en la revista Cromos, Arango relató que como él y Guillermo Valencia Jaramillo eran muy inteligentes, decidieron salir de pobres y crearon “la fabriquita” de “Pomada Milagrosa Amén”. Él, dueño de la idea, fue el socio ideológico, y “El Cid”, como idealista, puso 2.000 “barras” o pesos.
Al mes, en el mercado ya no se hallaba ni para remedio una cajita de la pomada. Y todo, “porque mi socio y yo para que nos fuera bien en los negocios y el amor, nos untamos toda la producción sin obtener resultados positivos”.
Pero ambos sí saborearon el éxito. Arango, lo tuvo como escritor, periodista y poeta, pese a que la muerte disfrazada de camión se lo llevó a los 45 años. “El Cid”, próximo a cumplir 89 años, es considerado “el único hombre verraco que ha tenido la confección colombiana y, tristemente, no ha habido nadie más como él, que sea capaz de exportar”.
La afirmación es de Jorge Alberto Velásquez Peláez, quien siendo director de Proexpo Antioquia conoció a Valencia Jaramillo hace más de 30 años, cuando este último era presidente de Industrias e Inversiones El Cid. De esa época es un “secreto”, que por vez primera queda en letras de molde.
“Inexmoda nació en Medellín, en el Parque de Berrío, en mi oficina situada en el Banco de la República. Todo lo hizo don Guillermo: desde la idea, hasta la redacción de los estatutos y hacia dónde se iban a destinar los recursos”.
El exfuncionario, hoy dedicado a la consultoría, cuenta que Valencia Jaramillo propuso que el Instituto para la exportación y la moda se desarrollara con un dinero que los confeccionistas dejaron de recibir por concepto de Certificado de Reembolso Tributario (Cert), luego de que Estados Unidos demandara ese estímulo por considerarlo un subsidio, en 1984.
“Esos recursos se guardaron en el Banco de la República y eran un dineral. El Emisor aceptó la propuesta de Valencia Jaramillo y en 1987 se creó Inexmoda. De acuerdo con los estatutos, en la Junta Directiva debían tener asiento representantes de los grandes exportadores de ropa, pero resulta que el único que cumplía esa condición era El Cid. Las demás firmas eran de papel y, para más señas, de Barranquilla, porque en esa época uno de los deportes favoritos eran las exportaciones ficticias”.
Velásquez Peláez reconoce que, al dejar por fuera a estos “empresarios”, se violaron los estatutos, pero ellos no reclamaron jamás su derecho, porque sabían que tenían rabo de paja. La seguridad con que relata la historia obedece a que, él mismo, denunció esas exportaciones ficticias en la década de los 80. “Me hice célebre por ello. Pero es que, por entonces, uno podía hablar de esas cosas y no lo mataban”.
“Estábamos locos”
“El Cid”, el hombre del que habló Gonzalo Arango, nació en San Roque, Antioquia. Teresita fue su mamá, y Nacianceno su padre. En la juventud que compartió con el nadaísta, fue actor de teatro, en el grupo Amigos de El Triángulo. En el folleto de “La zorra y las uvas”, se testimonia también su actuación en “La vida es sueño”, “Esta noche tampoco” y “La Cueva de Salamanca”, piezas teatrales para cuyos ensayos utilizaban el Hospital Mental. “Sí, es que estábamos locos”, anota en medio de risas Guillermo Valencia Jaramillo.
“Paté”, uno de sus hijos, comenta que “Memo”, como lo llaman en casa, dejó de estudiar para ayudar a la crianza y educación de sus cuatro hermanos. La necesidad era tal, que ni aceptó una beca, para toda la carrera, que le ofreció el rector de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Esa es una de las razones por las que no fue ni economista ni filósofo, dos profesiones que aparecen en una breve semblanza que le hizo una revista especializada en temas económicos. “Paté” describe a su padre como un autodidacta en esas materias. A su hermano, Jorge Valencia Jaramillo, que fue alcalde de Medellín y senador de la República, don Guillermo le pidió prestados los libros de economía y se convirtió en una autoridad en la materia. La filosofía casi lo deja al borde del manicomio, por su inmersión en el existencialismo y el disfrute de las obras completas de Friedrich Nietzsche.
Es casi seguro que el deporte ayudó para que no perdiera el juicio, pues Guillermo Valencia Jaramillo ha sido un deportista disciplinado. “Paté” acompaña una intimidad con una sonora carcajada: “Memo no tiene pies, tiene garras. Su puente es como el de un carro, porque le encantaba patear descalzo”. Pasados los 80 años, y solo por motivos de salud, dejó la montada en cicla y los partidos de fútbol en el Club Campestre, cuya cancha lleva su nombre.
Les vendo, pero me voy
“El Cid” que conocieron personas como Jorge Alberto Velásquez Peláez, es el empresario que junto con su cuñado Raúl Álvarez, dejó escrita una página, cercana a la leyenda, en la generación de divisas en Colombia.
En su origen, El Cid fue un almacén de ropa, en el que Valencia Jaramillo trabajó después de ser todero en el diario El Correo. Con un crédito de su suegro, Pedro Álvarez, compró en Guayaquil una bodega, donde montó un almacén al que llamó El Cid, el mismo que luego transformó en Bobie Brooks y al que se sumaron dos tiendas a las que bautizó como Gasolina Extra.
Los negocios tomaron una escala mucho mayor, cuando en Industrias e Inversiones El Cid hicieron llave Valencia Jaramillo y su cuñado Raúl Álvarez. El contrato más brillante, y de palabra durante 36 años, lo tuvieron con el cliente gringo Oxford Industries, para quien era el ciento por ciento de su producción.
“Paté” revela que el negocio era tan atractivo, que Oxford intentó en varias ocasiones comprar El Cid. “Memo tuvo intenciones de vendérselos, pero como decía que cuando eso pasara él se salía, entonces los gringos nunca lo compraron”.
En archivos de prensa se lee que las exportaciones de El Cid comenzaron en 1973 y en 1988 se dedicó con exclusividad al mercado externo, apoyado en incentivos como el Plan Vallejo. Y, para 1993, hay registros de 50 millones de dólares en generación de divisas. Su robustez era tal, que, según Velásquez Peláez, El Cid superó la crisis que se produjo cuando en un avión de Tampa hallaron un cargamento de cocaína camuflado en las cajas de ropa de este confeccionista. “A otra empresa la habría matado esa noticia”.
“Empresario excepcional”
Así describe Javier Díaz Molina, presidente de Analdex, a Valencia Jaramillo. Lo exalta, porque tuvo visión para crear la empresa y también para cerrarla en el momento que era, en septiembre de 2010.
“¿Qué necesita, cómo le podemos ayudar?”, le preguntó el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez al empresario, quien le respondió: “Nada. Es el mercado”. El mismo mercado cuyas leyes implacables él ha defendido toda su vida.
“A mí me tocó forzar el cierre de El Cid”, relata León Darío, el hijo que maneja otros negocios de la familia, como Interllantas. La crisis del 2008 golpeó muy duro a Estados Unidos, mercado en que las ventas llegaron a caer un 75 %. Venían de tiempos gloriosos, en que empleaban a 4.000 personas y elaboraban 3.700 vestidos diarios. Como ya ni grande ni chiquita funcionaba la compañía, se procedió a salvar el patrimonio. A los bancos y proveedores se les pagó todo y 2.500 trabajadores se fueron indemnizados, pero tristes y llorando.
De ahí en adelante, Guillermo Valencia Jaramillo siguió en las juntas directivas de organizaciones como el Éxito, Bancóldex, Proantioquia y Analdex. León Darío recuerda que la salida de la Junta del Éxito fue muy brava, porque él era quien velaba por los pequeños accionistas y quienes más lamentaron su retiro fueron los empleados de la cadena comercial. Es que, dice su hijo, “Memo es un hombre sencillo, que siempre ha irradiado bondad”.
Tan sencillo, que este hombre, que le fabricó a Oxford millones de elegantes trajes para los gringos, no tiene en su clóset más de cuatro camisas blancas, tres vestidos y cuatro pares de zapatos.
Según León Darío, “él nos ha enseñado a ser derechos en la vida, a a no hacer trampas. Hasta los 83 años jugó fútbol con sus tres hijos y hace apenas dos meses me vino a confesar que es hincha del Medellín, a mí que soy del Nacional, para evitar rivalidades”.
Javier Díaz Molina también da fe de esa sencillez. Cuando viajaban a largas rondas de negociación de acuerdos comerciales, por ejemplo, Valencia Jaramillo llevaba una pequeña maleta, pese a lo cual siempre se le veía impecable. Sus amigos bromeaban y le decían que él les daba vueltas a los calzoncillos y medias, a lo que él respondía que no le gustaba llevar maletas grandes, para que no le hicieran encargos.
El “camello”, al que no le gusta tomar agua, ni siquiera al hacer deporte, el hombre al que se le salía el filósofo y poeta en las tertulias, corroboró los más íntimos detalles de este perfil. Al preguntarle cómo le gustaría que terminara el cuento, expresó muy sonriente: “diga que se hizo contra mi voluntad” .