De teatro no sabe nada, pero una vez le tocó hacer de payaso. También de otras cosas, pero se acuerda cuando hubo que armar un circo en pleno acto y los actores no eran capaces. Entonces se puso el disfraz y "ese susto que le da a uno. Había 900 personas. Uno siente que se le incendia la cara".
Divadier Serna llegó hace 25 años y unos días al Teatro Metropolitano, cuando todavía "esto era un arenero. Faltaba un mes para la inauguración". Era celador, pero eso le duró poco. De esas cosas que necesitaban apoyo y él se fue a ayudar, le preguntaron que cómo montaban las luces y él de puro sentido común contestó y les tocó buscar otro celador.
"Dizque tramoyista. Ni sabía qué era eso", se ríe tantos años después, cuando ya casi ni tiene que mirar los botones para que suban o bajen las 25 barras eléctricas que tiene el teatro.
Tira las cifras, convencido: resisten 650 kilos. El escenario mide 25x25 metros, "es uno de los más grandes de Colombia", y tiene 12 metros de altura y "lo trabajamos a nueve para que la gente del balcón vea".
Luego se va a explicar lo de empujar el sonido hacia afuera, los cerramientos, el lugar para camuflar la escenografía y así sucesivamente va conversando detrás del uniforme rojo, que tiene unas letras pequeñas un poco más abajo del hombro con el nombre de ese teatro en el que aprendió siendo autodidacta, porque se enamoró. "Se enreda un telón y hay que subirse. Algún efecto, hay que ayudar. Aquí se pasa bueno, aunque a veces se cansa uno mucho". Y eso que no ha llegado a cuando le toca improvisar.
Los primeros días
La noche de hace 25 años se abrieron las puertas del Metropolitano. Era la primera vez que ese de ladrillos anaranjados recibía tanta gente y tanta música y tantos aplausos. También tantos artistas en el escenario. "Eran, póngale, unas 250 personas", recuerda Fernando Sánchez , que en ese entonces era conserje y ahora jefe de programación.
Estaba la Orquesta Sinfónica de Antioquia, la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el Estudio Polifónico de Medellín. Todo empezó con la novena sinfonía de Beethoven. Dirigió Sergio Acevedo.
"También se estrenó la obra del maestro Blas Emilio Atehortúa, que era Obertura para la inauguración de un teatro", relata, como si fuera hoy, el maestro Alberto Correa , actual director de la Orquesta Filarmónica de Medellín. Fueron tres días de inauguración. Sin sillas vacías.
El teatro ha sido, sobre todo, la casa de muchos. Sobre todo de los músicos y los artistas. El maestro Correa alcanza a decir que ha sido un segundo hogar. "Es un templo donde se hace ritualmente el sacrificio de la música". Y eso sin contar el del teatro, la danza, el cine y unos cuantos más.
Tres millones doscientos mil personas se han sentado en las sillas rojas. 4.200 eventos se han parado en el escenario. Un cuarto de siglo de historias. Y un montón de señores que como Divadier saben de convicción, que 25 años se resumen en una sonrisa. En la emoción. Incluso en la colección de aretas perdidas que cuelgan en el cuarto del conserje.
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