El barrio de la integración familiar. Entre los Maya, los Muñoz, los Tabares, los Peña y los Paniagua solo fluía el amor. Se integraron tanto que fueron ellos los encargados de poblar el sector y mantener sus apellidos entre todos sus habitantes.
Es que en el barrio El Socorro, donde el sábado pasado un deslizamiento de tierra cobró la vida de 28 personas, entre ellas un bebé en gestación, el árbol genealógico no es difícil de reconstruir.
A la parte alta de este sector llegaron Juan Clímaco Maya, Honorio Muñoz, José Tabares, entre otros y abrieron trocha entre la montaña.
Recuerda Francisco Vélez, que hoy tiene 80 años, que después de la iglesia la América no estaba sino Tejicóndor y "de ahí pa allá mangas y más mangas".
Hace 106 años fundaron este sector, que en un principio se llamó El Salado de Correa y más tarde algún ocioso lo empezó a llamar Hoyo Sapo, todo porque en tantas lagunas, quebradas y riachuelos, había más sapos que gente en los terrenos. Pero el padre Pedro Gómez Villegas se enojó y prohibió llamarlo así. Reunió a los feligreses y les propuso el nombre de El Socorro, en honor a la virgen.
Todavía los más veteranos del barrio se ríen y no olvidan que alguna vez vivieron en Hoyo Sapo. Igual, para ellos lo más importante del barrio ha sido la calidad de la gente que vive allí. "Siempre tan solidarios y tan unidos", rescata Diego Tabares, hijo de uno de los fundadores.
Estaban tan aislados que tenía que ir hasta lo alto de la montaña a traer cuatro galones de agua diario, tres para el consumo y uno para bañarse, relata Diego. "Nos levantaban a las 4 de la mañana. Pero lo más duro era que casi a punto de llegar a la casa uno se deslizaba por la pendiente y el agua ¡zas!, desaparecía", dice mientras ríe.
Por el barrio van y vienen los niños, los jóvenes, los ancianos y en cada cuadra una tienda, un supermercado y casas grandes de dos y tres pisos se levantan a lado y lado.
Mientras hoy el ruido de los carros es parte de la cotidianidad. En otras épocas, la música que se escuchaba era el crac crac de las ranas. A cada paso que se daba un sapo saltaba.
De convites y empanadas
En El Socorro, como en muchos barrios de Medellín, las vías se hicieron a pico y pala. Pero allí, no solo los convites permitieron abrir los caminos de herradura para comunicarse con otros sectores. A ellos les llegaron refuerzos desde los Estados Unidos. Las fuerzas de paz participaron del desarrollo del barrio, recuerda Francisco, más conocido como Pacho.
Estaban tan alejados del centro de la ciudad que sus habitantes están convencidos de que una de las razones para que entre las familias fundadoras reinara el amor, "era que no tenían más para dónde mirar", dice entre risas Pacho, que de joven salía con un megáfono por las calles del barrio y cobraba las dedicatorias a 5 centavos. "La gente pedía las complacencias para su enamorado y con eso recogíamos fondos para las obras que necesitaba el barrio".
Allí eran muchas las pachangas que se hacían. "Con la orquesta Siboney bailábamos hasta el amanecer por solo cinco pesos la entrada", relata Diego, un hombre de 56 años, presidente de la JAL y director de la Asociación Mutual de San Javier.
En cada lugar había un sitio especial. En Chapinero había un traga níquel adonde llegaban la mayoría de hombres del barrio. Celio González estaba de moda con su canción en "El balcón aquel".
Eran tiempos tranquilos. Los hombres, la mayoría de ellos trabajadores de Tejicóndor, aportaban su mano de obra para construir el alcantarillado, el acueducto. Las mujeres hacían las olladas de sancocho.
De vecinos y amigos
Pero no solo de rumba vivían en El Socorro. Hace 46 años, una mujer salió a pedir con qué enterrar a su esposo y desde ese día los viejos del barrio decidieron crear la Asociación Mutual, para que nadie tuviera que pedir para el funeral de un pariente.
Desde ese día, los habitantes de El Socorro tienen como referencia de desarrollo esta institución, que subsidia la educación de los niños, les da útiles escolares, tiene IPS, salud para los asociados y colaboran con las distintas actividades sociales del barrio.
El Socorro pertenecía al barrio Aná, de Robledo. Incluía San Javier La Puerta, La Divisa, Nariño y Juan XIII. Había trapiche y los momentos más difíciles eran cuando la quebrada La Hueso se crecía y los dejaba hasta las dos de la mañana esperando a que bajaran las aguas. "No había puentes y eso nos impedía pasar de San Javier a El Socorro", cuenta Pacho.
De los buenos recuerdos queda el chorro de Piedra Lisa.
A un costado de donde ocurrió la tragedia pasa la quebrada La Bolillala, ahí, en lo que llaman Piedra Lisa, "poníamos una penca de cabuya y armábamos un chorro para bañarnos", y sí que había que esperar el turno, rememoran sus habitantes. Pero la contaminación de las aguas y la urbanización del barrio acabó con esa diversión.
En ese barrio de gente humilde y trabajadora, la solidaridad ha sido un principio. En épocas lejanas, la vecina gritaba de finca a finca: "comadre me presta el gustador, (el hueso de calambombo para hacer la sopa). -Sí venga por él, pero ni me lo machaca ni me lo chupa, -contestaban del otro lado.
Es por eso por lo que cuando Darío Maya recuerda los viejos tiempos se le viene a la cabeza la gente. "Lo unidos que éramos".
"En mi casa éramos 11 hijos y compraban kilo y medio de fríjol para toda la semana. Cada plato tenía mucha cidra, plátano y ocho frijolitos, los mismos que guardábamos en los bolsillos y sentados en un corredor nos chupábamos uno por uno", rememora Diego, sentado en una oficina de la Asociación, donde también hay biblioteca para el barrio.
En aquellas épocas caminar por los cañaduzales y los guayabos a plenas 11 de la noche daba miedo, "pero no a los vivos. Eran los espantos los que nos asustaban. Uno salía corriendo a encontrarse con el primero que se atravesará. Pero luego la historia se cambió y a las ocho de la noche todos estaban encerrados escuchando las balaceras que había en los barrios aledaños".
Llegaron las épocas duras de los años 80 y 90 con las bandas, los sicarios, el narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares. Aunque El Socorro no fue el barrio más golpeado por la violencia, sabían que no podían pasar de un lado a otro.
Este sector de estrato dos, que parece tres por el bienestar que allí se respira, es conocido por ser el barrio de los trabajadores de Tejicóndor.
Allá donde todos se enamoraron en familia, donde ayudar al vecino es parte de su idiosincrasia, donde la tranquilidad que respiran desde hace más de 5 años se vio alterada el sábado 31 de mayo, con una avalancha de tierra, lodo y escombros, la solidaridad se puso a prueba de nuevo y no falló.
En El Socorro hoy ya no le tienen miedo a los vivos.
La opinión
Darío Maya, “El barrio tiene el problema de la quebrada La Bolillala. El 21 de noviembre se inundó el barrio porque la gente tira de todo y está entamborada en una parte y las casas que hay no tienen un metro de distancia con el cauce”
Alfonso Moreno, “Vivo en La Floresta pero me gustaba mucho venir a coger pescaditos para echarlos en una bomba de cristal. Este es un barrio de los menos aporreados por las invasiones, con casas muy buenas”.
Diego Tabares, “Este barrio es una maravilla. Después de la operación Orión un sábado a las 12 de la noche hágase de cuenta un pueblo, con supermercados abiertos y la gente en la calle. Es como si estuviéramos en la gloria”.