Antes, Sara Huff llevaba el apellido Winter. Ese cambio representó una ruptura sustancial en sus posturas políticas y culturales. Cuando era Winter, Sara fue una de las fundadoras del capítulo de Femen en Brasil. Dicho colectivo encarna una de las variantes más beligerantes dentro del feminismo. Ahora, como Huff, Sara ha asumido una postura muy crítica respecto a las banderas que antaño enarbolaba con entusiasmo. De alguna manera el suyo es un proceso muy similar al de Pablo de Tarso, el apóstol que tuvo un pasado de perseguidor de las ideas que luego ayudó a difundir por el mundo.
En el caso de Sara su cambio se materializó en el libro ¿Cómo fabricar a una feminista?, publicado por Harpers, y que pone en cuestión las bases del feminismo actual. EL COLOMBIANO conversó con ella sobre las intenciones detrás de un libro que ha avivado muchos debates en América Latina.
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De entrada, el título de su libro —¿Cómo fabricar a una feminista?— es polémico. Comencemos por ahí...
“Mi libro cuenta, básicamente, cómo se fabrica a una feminista, pero el método es el mismo para fabricar a alguien que crea en cualquier ideología ‘progre’. Lo que cuento me pasó a mí: en mi juventud pasé por un proceso de ideologización. Con los años me di cuenta de que ese proceso no fue algo espontáneo ni casual, sino que detrás de él hubo un método de fabricación de militantes, de activistas. Yo logré identificar cada paso de ese proceso y por eso escribí el libro. Ahí cuento qué lleva a una mujer a abandonar su naturaleza femenina para adoptar las banderas feministas. El objetivo del feminismo es destruir la naturaleza de la mujer”.
¿Cuál es esa naturaleza de la mujer?
“La naturaleza de la mujer es la que ha nacido con ella. Es una naturaleza fisiológica, hormonal. Esta naturaleza la hace más inclinada a ciertos tipos de acciones y de deseos: la maternidad, el amor, la belleza, el cuidado, la creación. Todas esas inclinaciones son más femeninas que masculinas. Y esas inclinaciones no son sociales, son naturales. El feminismo quiere convencer a la mujer que estas inclinaciones son malas y que si opta por amar, por cuidar, por embellecer, por multiplicar sigue un camino de infelicidad, de destrucción, de esclavitud.
Además, convence a las chicas de que las cosas dañinas para las mujeres en realidad son buenas. Les convence que el sexo casual, la anticoncepción, el aborto, el divorcio son cosas buenas. La mujer que sigue el camino del feminismo en realidad nunca va a conseguir la felicidad”.
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Sin embargo, el feminismo sí ha llevado a la discusión pública asuntos importantes: la violencia contra la mujer...
“En mi libro yo cuento cómo el feminismo utiliza los problemas de las mujeres, pero provee soluciones falsas. Claro, existen el machismo, la violencia contra la mujer. Sin embargo, el feminismo enseña a las mujeres a solucionar eso de manera falsa. Por ejemplo, el machismo existe. ¿Qué podemos hacer para que los hombres no sean machistas? La opción correcta sería una educación basada en virtudes. Es decir, que mamás y papás le enseñen a los hombres que ellos son los protectores naturales de las mujeres y no sus explotadores, no sus violadores. También deben haber políticas públicas de seguridad a favor de las mujeres.
Sin embargo, ¿Qué le enseña el feminismo a la mujer? Que el camino de empoderamiento femenino es la sexualidad. Si alguien la llama puta, por ejemplo, hay que apropiarse de esa palabra, hay que asumir esa personificación, hay tener sexo casual y hay que convencer a la sociedad de que el sexo casual es algo que libera a la mujer. A mí no me parece que este tipo de solución sea buena para combatir el machismo”.
Y el asunto de los salarios distintos, del techo de cristal...
“Es cierto que los hombres ganan más que las mujeres, pero no en la misma profesión. En Occidente, ningún hombre gana más que una mujer ejerciendo la misma ocupación. En mi libro, por ejemplo, hay muchísimas investigaciones científicas que prueban que las mujeres están más interesadas en trabajar en el cuidado de las personas: como niñeras, profesoras, psicólogas, enfermeras. Mientras esto es así, los hombres están más inclinados a trabajar con cosas: ingeniería, arquitectura, tecnología, desarrollo de programas, todo eso.
La solución para eso es que las personas, la sociedad y las compañías pasen a valorar el trabajo de las personas que se dedican a otras personas. Y que lo hagan a través de políticas educativas, de incentivos fiscales, etc. Vivimos en una sociedad donde el ser humano está cada vez más devaluado y las tecnologías más valoradas”.