Un ser humano pestañea entre 15 y 20 veces cada minuto. Es automático, parece sencillo. Natalia Ponce de León tuvo que aprenderlo. Cuando reconstruyeron su rostro en un quirófano, sus párpados quedaron inmóviles. Hizo terapias y debió aprender a cerrar y abrir sus ojos, a pensar en que debía abrirlos y cerrarlos cada tanto. Hasta que su cuerpo memorizó el movimiento, por fin.
Ese fue uno de sus primeros retos después del ataque con ácido que le quemó la cara, los brazos y los muslos. El ácido derritió su piel y llegó hasta sus huesos, hasta su autoestima. Tres años y medio después, tiene una nueva identidad y otros sueños.
Esta semana se celebra el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer: una de las obsesiones de Natalia. De eso conversa.
¿Qué debe hacer cada mujer para combatir la violencia?
“Identificar las señales: algo está pasando, mi ánimo no está bien, me siento atrapada por este hombre. Porque el 80 por ciento de las agresiones vienen de la pareja o la expareja. Hay que invitar a las amigas, tías y primas a no guardar silencio. Esto que me pasó a mí puede ser la historia de cualquiera. Pensé que la violencia nunca iba a tocar las puertas de mi casa, que eso era un cuento de allá, otro mundo, pero no, la violencia está acá y hay que erradicarla. Si ves mal a tu compañera de trabajo, pregúntale y ayúdale.
A mí se me acercan muchas mujeres a contarme sus problemas, y yo les digo, no se dejen, llamen al 123, a las autoridades, o al 155, que es la línea de la Policía para la mujer. La sociedad tiene que despertar, creer que esto es de todos y si cada ser humano pone su granito de arena seguramente lograremos un país y un mundo más equitativo, con más amor y más calma. Hay demasiado ego, demasiada rabia”.
Ese ataque le abrió los ojos sobre la violencia de género, qué otras lecciones le dejó...
“Ha sido un proceso de evolución, he crecido mental y espiritualmente. Tuve tiempo de reencontrarme conmigo, saber quién era yo. Descubrí que era más fuerte el amor que ese odio que yo estaba sintiendo. Empecé a manejar mi corazón, a sanarlo. Los pensamientos positivos para la vida y la recuperación de una persona son muy importantes, el cerebro es potente. Con el amor de mi familia, del mundo, la ayuda médica y psicológica y con esa fuerza interna, que yo no sabía que era tan grande, descubrí que el amor propio es lo que tanto le falta al mundo para que cada uno sea feliz”.
En vez de preguntarse el por qué, ahora es para qué...
“El haber logrado trasformar y perdonar y sacar de mi corazón esa rabia y ese resentimiento me ayudó a dejar de preguntarme por qué a mí, a mi familia, por qué me hicieron esto, y entendí el para qué. Es una misión que la vida y Dios me pusieron. Estos son temas muy espirituales, unos creen y otros no, pero nuestras almas al nacer escogen misiones. La mía era pasar esos momentos de dolor físico y espiritual para crecer como persona y convertirme en un ejemplo de valentía y coraje.
En esta vida todo se puede y uno no debe quedarse como una víctima dándose golpes, al contrario, uno debe pararse todas las mañanas y decir me siento orgullosa de mí por esto, por lo otro, porque soy feliz, tengo una familia. El poder de los pensamientos positivos es mágico”.
El tema del amor propio no le es fácil a mucha gente. ¿Qué les aconseja?
“Yo siempre me he querido mucho, por esos valores que recibí en mi casa. Mis papás y mis hermanos siempre me apoyaban. He logrado muchos sueños, como viajar. El amor propio es dejar de querer ser una persona para caber en la sociedad o encajar en un tipo de grupo. La verdadera belleza viene del alma, de adentro. Todos nos vamos para el mismo hueco. Hay que cuidar el alma y estar tranquilo, compartir con la familia, gozar de los amigos. Salir de rumba, comer rico, de todo”.
¿De qué se enorgullece de la Natalia que es hoy?
“Físicamente soy diferente, aunque sigo siendo la misma Natalia de toda la vida. Soy temperamental, amorosa, social, callejera, pero veo la vida de otra manera y entendí que el dolor viene a enseñarnos algo y hay que transformarlo en cosas lindas. En cuanto a la belleza, me veo completamente linda, pasé de no tener una cara, a tener una identidad de la que me siento muy orgullosa y con la que salgo a la calle con la frente en alto”.
¿Debemos redefinir el concepto de belleza?
“Claro, ¿cuántas niñas no se mueren en huecos por ahí haciéndose cirugías? Yo pasé por 31 procedimientos y no entiendo cómo es posible someterse a eso para hacerse una cola. ¿Qué importa la cola? Uno viene como Dios lo creó. Nadie tiene que tocarte para transformarte. Uno vino como vino y así tiene que aceptarse y amarse. Además, ¿qué hacemos con mujeres muy bonitas que no usan la cabeza para nada? Mujeres que creen que siempre van a seguir siendo divinas y siguen esperando a su príncipe azul. Esos personajes de cuento de hadas no existen. Hay que crear hoy en día a mujeres guerreras y no princesitas. A nadie ya le funcionan los castillos; ya se destruyeron hace mucho y hasta Disney los está derrumbando”.
Después de las cirugías por las que pasó, ¿qué descubrió de su cuerpo?
“Aprendí lo importante y lo difícil que es hacer algo que parece tan simple como parpadear. Fue un reto muy difícil para mí al principio y es que lo que puede ser normal para una persona como caminar o comer, para mí era un desafío enorme. Todo: volver a comer, volver a vestirme... ya no podía hacer nada por mí sola. Ni siquiera tenía boca. Empecé con pasos chiquitos para mucha gente, pero que para mí eran grandes, y luego se volvieron retos gigantes, como construir la fundación, transformarme a mí, hacer que mi familia sea feliz”.
En las redes sociales hay rencor y odio, ¿cómo ha sido el proceso de perdonar?
“Yo me estaba tomando mi propio veneno queriendo que Jonathan, mi agresor, se muriera. Empecé a descubrir eso y dije: la que se está matando soy yo y dejé de sentir ese odio y esas ganas de venganza. Borrar esa cantidad de imágenes y recuerdos del momento en que él derramó el ácido sobre mí a la entrada de mi casa. Es un proceso largo. El perdón es la liberación del alma, esa idea de soltar, dejar ir, pasar la página, la vida sigue”.
¿Qué ha pasado desde que se creó la ley Natalia Ponce de León hace más de un año?
“Las investigaciones llevan su tiempo y la ley no es retroactiva, así que desde 2016 no nos cubre a ninguna de las víctimas. Un logro fue la circular número 008 de 2017. Allí se definió cuál es la ruta integral para víctimas atacadas con químicos. En ella el gobierno tiene que dar el tratamiento gratis ininterrumpido”.
¿Qué planes tiene?
“Yo vivo el día a día con furor. Así podríamos vivir todos, sin necesidad de que nos pase algo malo. La vida te puede cambiar en milésimas de segundo, uno no puede estar guardando la platica debajo del colchón. Claro que tengo planes, mi sueño es construir una unidad de quemados en Colombia. Ojalá no una, sino varias. El déficit de camas para estos pacientes es terrible. Ahora quiero ayudar a las mujeres que han sufrido quemaduras en países como la India, quiero viajar y conocerlas. También ganarme un Nobel de paz, hay que soñar en grande. ¿Y por qué no? Quiero tener familia, me gustan los niños. He sido muy noviera toda mi vida. Antes no pasaba tiempo sola y ahora disfruto estar conmigo, haciendo lo que yo quiera. Ya llegará un chico. Estoy muy feliz con lo que tengo y con lo que hago.
Si yo devolviera el tiempo no me arrepentiría de algo. Yo escogí el camino que era: levantarme de la cama y no seguir lamentándome porque a mí me pasó esto. Ya entendí que lo que debía preguntarme es para qué me pasó esto. Hoy mis días son espectaculares, llenos de gente que me ama, con oportunidades y puertas grandes. Esto ha sido un aprendizaje. Tengo una vida muy chévere”.