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Si sobreviven, ¿cómo serían los humanos dentro de 10.000 años?

Tendrían cerebros más pequeños y personalidades más sociables. El debate en torno a las predicciones se mantiene.

  • Predecir con exactitud qué pasará en los próximos 100 siglos es imposible. La biología evolutiva se encarga de estudiar el pasado, sin embargo, se pueden arriesgar predicciones a partir de tendencias. ILUSTRACIÓN SSTOCK.
    Predecir con exactitud qué pasará en los próximos 100 siglos es imposible. La biología evolutiva se encarga de estudiar el pasado, sin embargo, se pueden arriesgar predicciones a partir de tendencias. ILUSTRACIÓN SSTOCK.
  • Predecir con exactitud qué pasará en los próximos 100 siglos es imposible. La biología evolutiva se encarga de estudiar el pasado, sin embargo, se pueden arriesgar predicciones a partir de tendencias. ILUSTRACIÓN SSTOCK.
    Predecir con exactitud qué pasará en los próximos 100 siglos es imposible. La biología evolutiva se encarga de estudiar el pasado, sin embargo, se pueden arriesgar predicciones a partir de tendencias. ILUSTRACIÓN SSTOCK.
13 de abril de 2022
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Si para el año 12.022 los humanos siguen habitando la Tierra, es probable que sus cuerpos luzcan más delgados, tengan una mandíbula más fina y dientes muy pequeños. Su rostro se mantendría afable, serían “menos agresivos y más afectuosos”, vaticina el biólogo evolutivo Nicolás R. Longrich en un artículo publicado a inicios de marzo en el medio The Conversation.

Predecir con exactitud qué ocurrirá con los humanos en los próximos 10.000 años −a nivel físico y emocional− es imposible, tanto que una especulación hecha 10.000 años atrás en torno a cómo sería el Homo sapiens de hoy no hubiera logrado adivinar que aparecería una actividad como la agricultura, que influyó de sobremanera en la evolución de la especie (ver Radiografía).

Longrich especula desproporcionadamente, afirman expertos como Juan Carlos Gallego-Gómez, docente de Medicina Evolutiva Genómica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia y autor del libro Evolución, el legado de Darwin, quizá olvidando que la evolución es en esencia un estudio histórico. “Con ella puede decirse qué pasó y cómo sucedió −parcialmente−, pero no predecir”, y cita a uno de los mayores divulgadores de la biología evolutiva, Stephen Jay Gould: “Si devolvieras el cassette de la historia de la vida en la Tierra y le dieras reiniciar... nunca se repetirían los mismos eventos que hemos presenciado desde los orígenes”.

Así, aunque nadie sabe con certeza qué pasará en los próximos 100 siglos, pueden hacerse conjeturas revisando el pasado y el presente, augurando cuáles tendencias podrían continuar, incluso en el futuro cercano. Todo si el fin de la especie no llega antes.

Cuerpos y dientes pequeños

La evolución es una adaptación constante y gradual −que implica cambios en el ADN− para garantizar la permanencia de una especie en el mundo. Evolucionar no significa pasar de ser “peores” a “mejores”, sino acoplarse con el fin de seguir existiendo.

Durante el proceso evolutivo del Homo sapiens han ocurrido dos cambios grandes e importantes que podrían mantenerse en el tiempo, señala Sergio Mejía de Bedout, antropólogo físico de la Universidad de Georgia y miembro de la Asociación Multidisciplinaria de Estudios en Biología y Astrobiología (Ameba): la reducción del aparato masticatorio y la reducción del sistema esquelético.

Los primeros homínidos herbívoros tenían grandes muelas para triturar los vegetales crudos, pero conforme empezaron a comer carne y cocinar sus alimentos, mandíbulas y dientes redujeron su tamaño. Ya no era necesaria tanta grandeza.

Comer blando y alimentos procesados es un hecho a día de hoy y parece que se mantendrá en los años siguientes, dice Mejía, por eso es de esperar que el aparato masticatorio siga encogiéndose y desaparezcan incluso las muelas del juicio.

Del mismo modo ha venido ocurriendo con la densidad ósea y muscular. A medida que los seres humanos necesitaron menos fuerza bruta para sobrevivir −crearon herramientas que facilitaban las tareas, además de que sus vidas se tornaron más sedentarias−, sus cuerpos se volvieron más livianos (que no delgados). Ahora, para Longrich, conforme las personas pasen más tiempo detrás de escritorios y volantes, será mucho más probable que esta tendencia se mantenga.

Cerebros pequeños también

Es un mito aquello de que los humanos serán más inteligentes a futuro, apunta el antropólogo. Que un niño use hoy un celular no lo hace más inteligente que un niño cromañón (Homo sapiens de hace 40.000 años), dice, solo se trata de conocimientos distintos.

“Para que la especie sea más inteligente tendría que haber una presión de selección con ese patrón, es decir, habría que encontrar una manera para que las personas inteligentes sean las únicas que se reproduzcan”, algo que es prácticamente imposible de forma natural, y falto de ética de forma artificial.

El tamaño del cerebro llegó a su punto máximo hace varios años, coinciden Longrich y Mejía, de hecho ambos señalan que ahora la tendencia va hacia la disminución −acontecimiento que se encuentra aún en estudio−.

Con esto en mente es impensable que el órgano maestro vaya a incrementar su tamaño dotando a los humanos de mayor ingenio. Su crecimiento, incluso, implicaría cambios drásticos y riesgosos en la arquitectura de la pelvis de las mujeres, con el fin de que el nacimiento de un niño sea viable y este cambio, a su vez, podría comprometer la capacidad de caminar en dos piernas.

Importante ser sociables

El ser humano ha llegado al punto en el que está, gracias a la tecnología y la cooperación, comenta Mejía, “sin esos dos factores no habría tenido oportunidad como especie”.

“Autodomesticación” llama al proceso mediante el cual ha sido posible convivir entre semejantes. Grandes ciudades superpobladas, condiciones de hacinamiento en el transporte público y la necesidad de relacionarse con miles de personas ha llevado −y seguiría llevando, según Longrich− al ser humano a adoptar actitudes de extroversión y tolerancia. “A pesar de las guerras que vemos, el ser humano se ha hecho más dócil. Míralo así: montar con tantos individuos en el metro sería imposible para los chimpancés, por ejemplo, nosotros vivimos hasta en hacinamiento”, complementa Mejía.

Avances en reversa

Durante el siglo pasado llegó a ponerse en duda si los humanos seguían evolucionando. Tener vacunas, antibióticos, alimentos e higiene había liberado a la especie de dos presiones clave: los depredadores y las enfermedades.

Tal idea quedó atrás, ahora se sabe que la evolución sigue dándose de forma natural, siendo tan evidente que puede observarse en que quienes viven en zonas poco soleadas desarrollan una tez más clara para captar mejor los rayos del sol y sintetizar la vitamina D.

Ahora bien, el desarrollo de ámbitos como la medicina moderna y la tecnología, que han facilitado la prolongación de la vida y la especie, podrían mantenerse a favor o tener un efecto contrario e inesperado de cara al futuro.

Dirigir la evolución es una posibilidad incipiente que sigue estando controlada por esquemas bioéticos. No obstante, la edición genética está latente, prometiendo que podría acabar con algunas enfermedades y casi que “diseñar” humanos a la medida.

Pensar en la selección natural implica también pensar en otros procesos evolutivos, acota Juan Felipe Zapata Martínez, candidato a doctor en Biología: teniendo en cuenta que la adaptación y la diversidad dependen de la reproducción, ¿cómo se verán afectadas las sociedades al migrar a la virtualidad? Para él surgirán nuevas variables de presión a raíz de tecnologías como la Inteligencia Artificial y nuevas propuestas como el metaverso, que llegarían incluso a ralentizar la tasa de mutación y, por ende, la evolución. “Sumado a esto hay que tener en cuenta las enfermedades emergentes y la crisis ambiental, todo ello hace más difícil predecir cómo serán los humanos del futuro”.

La extinción de la especie

Todas estas conjeturas serán posibles solo si la humanidad no se extingue antes, lo que es, sin embargo, muy probable.

La mayoría de las especies de vertebrados, que tienen un tamaño similar al de los humanos, tienen una esperanza de vida de dos millones de años en total, explica Gallego-Gómez.

“Como Homo sapiens nos originamos hace apenas 250.000 o 280.000 años, pero no es probable que duremos los dos millones de años, desde ya estamos causando una extinción en masa”, afirma haciendo referencia a que en tan solo en los últimos 50 años la especie ha hecho estragos irreversibles en términos ambientales. “De hecho, no creo que duremos 10.000 años más, tal vez unos 300”, puntualiza.

La crisis climática, la destrucción de ecosistemas y la presión sobre otras especies animales haría inviable la continuación de los humanos en la Tierra. Lo realmente probable es que no los habrá ni más delgados ni más sociables ni con cerebros más pequeños. No los habrá.

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