Mientras que algunos los llaman talleres, propuestas culturales y hasta escenarios artísticos, sus fundadores los reconocen como lugares donde “pasan cosas”, espacios de trabajo colectivo o inclusive “céntricos lugares de coincidencias”.
Nadie sabe definirlos con exactitud, pero sus integrantes saben cómo funcionan. Usualmente son casas antiguas, con tantos cuartos como ideas por albergar, sitios de fomento cultural alternativo que recorrió esta semana la Twittercrónica.
Alejados de la solemnidad y la pulcritud de los museos y las galerías, estos espacios a los que podríamos llamar talleres resguardan, tras gruesas paredes y altos techos, a colectivos, emprendedores, artistas y gomosos de casi cualquier temática. La Casa Redonda, Por Estos Días y La Pascasia son tres de estos lugares en Medellín:
El arte de lo doméstico
Hay días en que son un proyecto de acción cultural, otros, un diálogo entre disciplinas; hay días en los que se debaten entre el encuentro y la creación, otros, entre exploraciones y proyectos. Pero Por Estos Días, nombre del colectivo ubicado en una casona larga del barrio Belén, son eso, un espacio en el que todo puede pasar.
Y todo es todo: desde cenas subjetivas en las que la gente come cazuelas mexicanas expandidas como una sábana, hasta talleres en donde se fabrica el número faltante de una colección de revistas.
“Lo que queremos es hacer que en esta casa pase lo impensable, no sólo exposiciones de arte, que también son bienvenidas, sino además ciclos el cine, charlas y talleres, todo lo que tenga que ver con una nueva mirada de lo cotidiano”, comenta la comunicadora Olga Acosta, una de los cinco fundadores que le dieron vida a Por Estos Días hace 4 años, junto a dos arquitectos y dos artistas plásticos.
Esta última profesión es la de Alejandra Jaramillo, del equipo fundador, quien explica el funcionamiento de la casa desde la cocina , uno de los espacios sociales más importantes para sus habitantes, entre esculturas, tórtolas y artistas: “Nosotros además de nuestra profesión tenemos lo que llamamos un ‘Lado B’, que es como esa vocación latente, los artistas exploran con el diseño o la arquitectura y viceversa”, comenta sobre los creadores que trabajan en los cinco talleres de la casa: diseño, fotografía, joyería, escultura y decoración de interiores.
Todos para uno
En la Casa Redonda, ubicada sobre la Avenida Nutibara en Laureles, aún huele a pintura fresca por su reciente remodelación y por su interior plagado de murales que han salido de los pinceles de pintores locales.
Las reformas hacen de La Casa Redonda un laberinto, desde el que emerge Susana Yarce, una de sus ocho fundadores, quien narra cómo fue tomando forma la idea: “Todo empezó buscando un espacio en el que nuestro grupo de amigos pudiera trabajar cada uno en su cuento y ahorrar costos, pero nos empezamos a nutrir mutuamente y decidimos abrirnos al público, expandir una idea en esta casa efímera”, refiriéndose a la sede que han modificado a su antojo desde principios de 2016, facilitada por un proyecto inmobiliario durante un año, mientras concretan sus ventas .
Cerca de 25 emprendedores habitan los luminosos corredores de la casa; armadores de bicicletas, diseñadores de juguetes, de vestuario, ingenieros civiles y hasta escritores de cartas de amor, son algunas de las empresas que comparten las esquinas de la Casa Redonda.
Juana Restrepo, otra de las integrantes del equipo base, baja por una escalera fluorescente e invita a conocer la Tienda de la Confianza, una despensa en la que cualquier visitante de la casa puede tomar lo que necesite y pagarlo en los recipientes designados para ello: “Queríamos dejar esa cultura de la prevención y confiar en los demás, esos pequeños cambios hacen las grandes diferencias”, apunta.
Una casa (ex)céntrica
El silencio no es usual en una casa en donde cohabitan un periódico alternativo, un sello discográfico independiente y una productora de eventos. Las líneas coloniales de la arquitectura de La Pascasia, en el centro de Medellín, contrastan con los acordes de guitarras eléctricas, tertulias de cine o reuniones intermitentes en el jardín.
“Lo que pasa es que nosotros somos el producto de una mezcla de casualidades muy afortunadas”, explica el músico Julián Villa, del sello discográfico Música Corriente, uno de los tres proyectos que aloja la casa, junto con Universo Centro y el Grupo Hangar.
Lo que desde afuera parece una residencia que no ha sido modificada con el tiempo, de esas de tapias y puertas y ventanas de madera en la calle Pascasio Uribe, entre Maturín y Bomboná, por dentro alberga, además de un patio fresco que recibe la sombra de un árbol de totumo, una galería de arte, bar, redacción, oficina y un espacio que hace de sala de cine y de conciertos.
“La gente se puede venir a tomar un café, participar de una charla, ver arte o comer”, dice Camilo Orozco, también de Música Corriente, y resalta que los músicos también encuentran allí un espacio para mostrar su trabajo y recibir ganancias económicas. Resalta, además, que los conciertos y las muestras han sido lo más valorado por los visitantes de la casa desde su inauguración en abril.