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Una parte esencial de la cultura pop es hacer referencias a sí misma. Con eso se han construido miles de gags en Los Simpsons o en Big bang theory y esas referencias terminan cumpliendo el mismo papel de los pies de página en los ensayos literarios. Son citas, pero además muestran cuáles son las influencias temáticas de lo que estamos viendo. En Parpadea dos veces se menciona El club de la pelea, de David Fincher, y aunque se habla de las reglas del club, después de ver este estreno del jueves pasado en Colombia, uno se acuerda sobre todo de aquel vicio que tenía uno de los personajes en el thriller de Fincher de incluir un par de fotogramas de escenas pornográficas en películas familiares haciendo que la audiencia tuviera que pensar si en realidad había visto aquello o si sólo lo había imaginado. De esa molestia que sentimos sobre algo que no sabemos si es un recuerdo real o no, de esa inquietud, está construido el magnífico debut como directora de Zoë Kravitz.
Kravitz, que también escribe el guion junto a E.T. Feigenbaum, consigue armar un artefacto cinematográfico que reúne la belleza plástica de esos videos musicales de temas fiesteros, cálidos y repletos de belleza física y de estilo, con la permanente tensión de las mejores películas de Fincher, mezclando en el coctel que nos ofrece mucho del comentario social que ha logrado incluir Jordan Peele en el cine de género. Comenzamos creyendo que veremos una comedia romántica al estilo de Mujer bonita, cuando Slater, el magnate tecnológico que encarna con encanto Channing Tatum, invita a Frida y a su amiga Jess a que los acompañen a él y a otros amigos a una isla privada, donde él ha decidido vivir desde que pidió perdón por algunas conductas poco profesionales, que los espectadores conectamos de inmediato con las disculpas obligadas que han tenido que dar muchos, denunciados por el Me Too.
Kravitz, junto con su editora Kathryn J. Schubert, le imprimen a la narración un ritmo que jamás decae, utilizando el recurso de dejar en punta ciertas secuencias, que van actuando como pinchazos sobre los espectadores. “Oye, atención, esto no es lo que parece”, parecen decirnos. A eso se suma un guion que introduce a otro personaje interesante, Sarah (una excelente Adria Arjona), la participante de varios realitys de supervivencia, que pasa de competir por la atención de Slater, a construir una sororidad con Frida (por supuesto que el nombre del personaje de Naomi Ackie no está puesto al azar, si piensan en lo que tuvo que soportar Frida Kahlo toda su vida) que tendrá su punto cumbre cuando la historia derive en otro género, el gore.
Se puede denunciar de muchas maneras en el cine. Se puede hacer con calma y realismo, como lo hace desde hace medio siglo Ken Loach, o se puede hacer con la intensidad y las metáforas de Kravitz (ojo a la cita a la serpiente que le dio conocimiento a Eva). Lo importante es que se sienta la rabia, el enojo, en este caso por esas violencias que sufren las mujeres, crímenes que no deberían tener ni perdón ni olvido.