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Seguramente los estadounidenses que hayan ido a ver “Guerra civil” de Alex Garland, se quedarán en el recuerdo con lo que para ellos parece una película profética. Dos estados que representan formas de vida muy distintas, Texas y California, se han unido para impedir un tercer período presidencial del presidente en ejercicio (con un pelo que se parece más al de Trump que al de Biden) que al comienzo de la película intenta engañar a la opinión pública hablándole de triunfos militares y grandes batallas. Lo del tercer período es una pista más que clara de que Garland, que también escribe el guion, teme que la actual polarización que se vive en Estados Unidos explote en una contienda interna, entre ejércitos que ni se distinguen entre sí, si alguien que llega al Despacho Oval decide eternizarse en el poder. Sería en todo caso, el paso lógico después de que esos mismos gringos vieron en vivo y en directo hace tres años, a una muchedumbre que se tomaba por asalto el Capitolio, demostrando la fragilidad estructural de la que se supone es la democracia más poderosa del mundo.
Pero cuando se ve “Guerra civil” desde un subcontinente como el nuestro, que lidia con una polarización corrosiva desde hace más tiempo, o que ha visto tomas de palacios de gobierno y de justicia transmitidas por televisión desde hace décadas, la lectura pasa por otros lugares. Probablemente más cercanos a la visión descreída y pesimista del personaje principal de la película, la reportera gráfica Lee Smith, que se embarca con un par de colegas y una aspirante a ser como ella que encuentra en el camino, en un viaje que la lleve de New York a Washington para lograr hacer la última entrevista con el presidente antes de su inminente derrota.
Lee ya ha visto esto en otros lugares, y sabe que no acaba bien. Kirsten Dunst, que casi nunca ha tenido los papeles que merecería su talento, expresa de muchas formas la crisis interior que vive su personaje. Su expresión de cansancio y de incertidumbre es la más notable, pero también el tiempo que se toma para aconsejar a la joven Jessie o en recibir las advertencias de Sammy, su viejo colega. Es como si Garland intentara decirnos que algo no está bien con el periodismo que se hace hoy en día, porque en ningún momento vemos o escuchamos a alguno de ellos intentando explicar lo que ocurre, sólo registrándolo de la manera más “espectacular” que se pueda. Algo de admonición generacional hay también en una de las mejores secuencias de la película, cuando vemos a Jessie haciendo una estupidez que pone en riesgo su vida, para sólo caer en la cuenta de lo que está pasando cuando es muy tarde y tiene a una bestia extremista apuntándole. Como tiktokeros que calientan a la tribuna, sin medir las consecuencias.
Garland, sin embargo, hace una película epidérmica más que profunda, cayendo en el mismo error que denuncia. Tal vez no se atreva a dar explicaciones, no las tenga, o simplemente se engolosinó con la hipótesis. Pero su película termina siendo, lastimosamente, el episodio más impactante de una serie que mereceríamos haber visto.