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Por Samuel Castro
¿Estaba de verdad levitando? ¿Esos objetos, en verdad los movió con el poder de su mente? Si esta fuera una película que se pareciera más a la secuencia de acción que hace parte de su tráiler, resolver esas preguntas sería muy importante. Pero “Birdman” no es otra historia sobrenatural escrita para provocar gritos adolescentes, ni una batalla más entre superhéroes. Y es importante que lo sepan antes de sentarse en la silla del cine por razones equivocadas. Si hacemos un símil con la literatura, “Birdman” más que un cuento, es un ensayo cinematográfico, donde Alejandro González-Iñárritu intenta mostrarnos a través de sus personajes lo que significa el ego para los seres humanos, el monstruo o el héroe en que nos puede convertir, las inseguridades con las que nos pone a sufrir, los malos consejos que nos susurra al oído.
El protagonista de “Birdman” es Riggan Thomson, un actor entrado en años que fue alguna vez el hombre pájaro, un súper héroe con franquicia cinematográfica como Iron-man. Ese hecho, que hace parte de su pasado, lo persigue a todas partes, ya sea porque es lo único sobre lo que quieren preguntarle los periodistas impertinentes o porque una fanática que quiere tener una selfie tiene que recordarle a su hijo quién fue ese señor. Tal vez por eso decide González-Iñárritu que “Birdman” tenga vida propia, que sea esa voz de la conciencia que le grita a Thomson que es un imbécil, o que lo eleva (¿le permite levitar?) a punta de lisonjas, diciéndole que su arte está por encima del mundo.
Para intentar revivir su carrera, Thomson ha decidido entrar al mundo de Broadway, protagonizando, produciendo y dirigiendo una adaptación teatral de un texto de Raymond Carver. Por eso la historia se desarrolla en un viejo teatro, cuyos pasillos, bambalinas y recovecos le sirven a la cámara excepcional de Emmanuel Lubezki para llevarnos en un viaje sin pausa ni cortes por los días previos al estreno, en un movimiento continuo que nos demuestra que ‘vertiginoso’ no es sólo un adjetivo útil para las películas de acción, manteniéndonos en ascuas gracias a la música de percusión -un pulso rítmico que insinúa las reales emociones de los personajes- de Antonio Sánchez y a un guión que funciona con la exactitud de un cronómetro y la dosis justa de cinismo y mala leche, pues todo parece siempre al borde del colapso: los actores, las relaciones entre ellos, la obra misma.
Mención aparte en un reparto de gran nivel, merece el trabajo de Michael Keaton, que acepta el protagónico a sabiendas de los paralelos que tenía con su propia vida. Y a pesar de ello (o quizas, gracias a ello) triunfa en su tarea de encarnar la complejidad interna de todo aquel que quiere dedicarse a un arte: su susceptibilidad, su deseo constante de agradar, su orgullo irreprimible. Porque en “Birdman” hay una insinuación clara: al final no hay nada de malo en un ego feroz que planea sobre nosotros a toda hora, cuando el talento de la persona a quien le pertenece, está a su altura.