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El tiempo es una telaraña. Todos sus hilos están conectados. El temblor de un extremo reverbera en el centro. Si se rompe una mínima fibra, las demás se estremecen. El entramado de hebras es ineludible, inexplicable y letal. Ese es el dibujo que la serie Dark hace del tiempo. No es gratuito que un elemento fundamental de la historia sea una caverna a través de la cual se conectan las épocas. El mapa que algunos personajes han trazado de la red de túneles tiene un aspecto intrincado, como si su arquitecto compartiera destrezas con los arácnidos.
Esta historia de viajes en el tiempo ahonda en las paradojas que han sido exploradas por la ciencia ficción: ¿qué pasa si alguien se encuentra con su versión más joven o con la persona que será en el futuro? ¿Está escrito el destino? ¿Es posible cambiar el presente? ¿Supone una aberración en el orden del universo si alguien viaja al pasado para convertirse en su propia madre? ¿Vivir una y otra vez la misma historia es una invitación a la locura?
La respuesta a estas paradojas parece ser una melancolía indestructible. El personaje que mejor representa este sentimiento es Mikkel Nielsen, el niño que en la primera temporada queda atrapado en los años ochenta. Sin posibilidad de regresar, asume una nueva identidad y se convierte en el padre del héroe que detona los acontecimientos apocalípticos de la serie y, simultáneamente, como si hicieran falta más paradojas, intenta detenerlos.
La oscura tristeza de Mikkel es algo que contagia a cada personaje cuando se entera de la verdad. No hay otra respuesta posible cuando se enfrentan a la impotencia de saber que el futuro es ineludible y el presente tiene una fugacidad sobrecogedora.
Las palabras que el narrador ofrece al principio del séptimo episodio resumen el espíritu de esta serie alemana: “El hombre es una criatura peculiar. El deseo motiva todas sus acciones, y forja su carácter en el dolor. Por más que intente suprimir el dolor, reprimir el deseo, no puede librarse de la eterna esclavitud de sus sentimientos. Mientras la tormenta se agite dentro de él, no podrá encontrar la paz. Ni en la vida, ni en la muerte. El dolor es su nave; el deseo, su brújula”.
Dark es una serie exigente porque obliga a ejercitar hasta el último gramo de perspicacia que uno pueda tener en el cerebro. Si alguna neurona hay muerta en la masa encefálica, seguramente despierta a la vida con el esfuerzo que uno debe invertir para conectar los personajes, distinguir las épocas, entender las causalidades, identificar cuáles son las mariposas que aletean para provocar los huracanes de confusión que envuelven a los protagonistas. El deleite de este ejercicio se nutre con una producción cuidada con detalle: la recreación de las distintas épocas tiene precisión quirúrgica, la representación del futuro es sombría y pesimista, los actores que interpretan a los personajes en sus distintas épocas tienen un parecido que de verdad hace creer que un viajero del tiempo tuvo que hacer casting a lo largo de un siglo, esta semejanza crea una atmósfera de verosimilitud al abrigo de la cual se contempla cada episodio con una mente dispuesta a unir los fragmentos que se unen para formar una gran verdad que quizás tenga que ver con el verdadero rostro de Dios.
Un atrevimiento que se tomaron los guionistas, además -debo advertir que se avecina un spoiler-, es crear un villano horripilante, de piel lamida por la radiación, cuya identidad constituye un nuevo giro en el viaje del héroe: Jonas recibe el llamado a la aventura, desciende a los infiernos y regresa transformado en su némesis. En algún punto de la tercera temporada veremos esta transformación y comprenderemos que el ciclo que se repite cada 33 años, puede romperse con la intervención de agentes enviados desde mundos paralelos.
