Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Samuel Castro
Las sinopsis que se pueden leer de Asteroid city, la última película de Wes Anderson, caen en la trampa. Porque casi todas dicen que la película cuenta la historia de un fotógrafo que acaba de perder a su esposa por una enfermedad y termina varado en una ciudad desértica con su hijo adolescente, que a su vez asiste en aquel lugar a una convención de astrónomos aficionados, sus tres trillizas y su suegro, debido a un evento inesperado que los obliga a estar en cuarentena.
El problema es que el espectador que lea esas sinopsis sentiría menos desconcierto y estaría más abierto a la propuesta de Anderson si le contaran que en realidad va a ver la historia de una obra de teatro experimental, ubicada temporalmente en la década del cincuenta, las vicisitudes de su autor por construir una trama que logre traducir las emociones que quiere explorar y los problemas de los actores para entender las acciones de sus personajes, que está fotografiada en blanco y negro, y que al mismo tiempo verá la obra en un escenario de colores resplandecientes y saturados que no pretende ser realista (fíjense en el correcaminos de cartón que se mueve como si una mano moviera la pestaña de un libro infantil) donde ocurre lo de la cuarentena del principio. Y ese espectador disfrutaría todavía más si sabe que todo se trata en realidad de cómo seguir adelante, de cómo superar esos momentos de la vida que no entendemos, como una pandemia que no estábamos buscando, o una muerte que llega sin que la llamemos, o un amor que nos cambia la vida en el escenario menos esperado.
Porque estamos ante un nuevo y poderoso artefacto narrativo de Wes Anderson, que como si fuera un ovni aterrizando en medio del desierto de un cine cada vez más uniforme, nos asombra cada tanto con sus luces de colores raros, su música que no se parece a ninguna y sus pasajeros, unos actores que aceptan siempre estos personajes extraños que les permiten recuperar el sentido del juego de su oficio. Algunos comentaristas reniegan del director texano porque sus simetrías y su particular sentido del humor espantan a buena parte del público. Allá ellos. En realidad necesitamos más bichos raros como Anderson, que sigan creyendo que hay un público al que no hay que entregarle todo ultra masticado. Parece una contradicción escribir esto en el mismo texto en el que se sugiere revelar con claridad el mecanismo narrativo de “Asteroid city”, pero no hay tal. Igual que los rompecabezas más complejos tienen en su empaque la imagen fiel de lo que hay que armar, el espectador disfrutará más del viaje que le proponen si sabe hacia dónde va. Eso le permitirá concentrarse, por ejemplo, en las magníficas actuaciones de Jason Schwartzman, Scarlett Johansson y Tom Hanks, en el memorable diseño de producción de Adam Stockhausen, o en la sutileza de un guion que se permite decir verdades conocidas, como que ser adolescente es sentirse como un extraterrestre, de la forma más bella posible. De la forma en que sólo Wes Anderson, y nadie más que él, ni siquiera una potente e imitadora inteligencia artificial, es capaz.