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Por Alejandro Vargas Gutiérrez - opinion@elcolombiano.com.co

Un logro epidemiológico que ni los más optimistas vislumbraron

14 de septiembre de 2024
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Por Alejandro Vargas Gutiérrez - opinion@elcolombiano.com.co

Mi nombre es Alejandro Vargas Gutiérrez, vivo en Medellín y tengo 52 años. Soy médico cirujano y magíster en epidemiología egresado de la Universidad de Antioquia. Pertenezco a la Academia Nacional de Medicina, a la Academia de Medicina de Medellín y a la SAI (desde que gané el premio al inventor organizado por esa importante agremiación). Soy investigador de temas de salud pública y apasionado por la innovación en medicina.

Hoy quiero referirme a una noticia que poco a poco estamos preparando para nuestra ciudad y para todo el mundo. Medellín se acerca a una tasa de homicidio de 10 por cien mil habitantes. Un logro epidemiológico que ni los más optimistas vislumbraron en los años noventas o a principios del 2000. Me explico mejor a continuación.

En 1991 y años cercanos a esa fecha, nuestra ciudad vivió una epidemia de homicidios. Junto a Beirut (en el Líbano), teníamos las tasas de homicidios más altas del planeta. En nuestra ciudad eran asesinados casi seis mil personas en un año. Teníamos fines de semana con más de 60 muertes violentas, los cadáveres en la morgue no cabían y nuestros maestros de Medicina Legal no daban abasto para realizar tantas necropsias que en su mayoría, correspondían a jóvenes entre los 15 y 25 años. Era tanta y tan desproporcionada esta epidemia, que en la curva demográfica de Medellín, se empezó a dibujar tenuemente al principio, y ya luego con mucha nitidez, una letra “jota”. Es decir, la pirámide poblacional de Medellín se afectó tanto por las muertes violentas en los hombres jóvenes, que con respecto al lado de las mujeres, el lado del grupo poblacional de hombres entre 15 y 30 años empezó a recortarse en forma tan dramática que nuestra pirámide demográfica daba cuenta de una especie de devastación similar a la que ocurrió cuando desapareció la población de Armero durante el terremoto. Si revisamos las tasas de homicidio en esos momentos, la cifra era estremecedora: tasas por encima de 350 por cien mil habitantes. Ni ciudades de El Salvador o de Venezuela en años recientes tuvieron esas cifras. Con mucho llegaban a 120 por cien mil. A la fecha, sólo algunas ciudades de Siria, Ucrania y de la Franja de Gaza se podrían comparar con las nuestras a principios de 1992.

Por ello, para cualquier epidemiólogo o estadístico, lo que está a punto de ocurrir es una noticia que merece un gran despliegue y una profunda celebración. En lo que va corrido del año, tenemos un promedio mensual de 25.5 homicidios al mes y si la tendencia se mantiene, cerraremos el 2024 con una tasa de homicidios cercana a los 12.3 por cien mil habitantes. Ni Miami ni New York en Estados Unidos se pueden dar este lujo (esas ciudades tienen tasas superiores a 30 por cien mil habitantes). Medellín en poco tiempo tendrá cifras de homicidios de un sólo dígito (menos de 10 por 100.000) y en ese momento, gozaremos de un indicador de salud pública en estándares similares a ciudades europeas o de otros países desarrollados.

Decenas de miles de madres, hermanos y amigos lloraron incansablemente las muertes de jóvenes en los peores momentos del conflicto en Medellín. Los médicos extenuados por turnos de 36 horas en un quirófano por el exceso de heridos ya son parte de la historia, así como los carros bomba que dejaban a barrios enteros en estado de shock y a socorristas y bomberos al borde del colapso emocional. Ya hace años no vemos las morgues con filas eternas de madres suplicando por ver los restos de sus hijos, quienes sólo años atrás jugaban fútbol en la calle del frente y luego morían en medio de balaceras sin sentido.

Hoy, debemos prepararnos para la fiesta de la vida y de la resiliencia ciudadana. Pasamos del miedo a la esperanza como decía un político de la ciudad en 2008 y estamos muy cerca de un logro histórico que pondrá a la alcaldía actual en los libros de la historia epidemiológica de Colombia y de América. Sin duda, este año con la cifra más baja de homicidios de la ciudad en 40 años, 2024 será inolvidable y para quienes vigilamos de cerca la historia y la evolución de las violencias en nuestra querida Medellín, será el preámbulo del desarrollo social, la equidad y la superación total de la violencia. Ese día se acerca y confío en que podamos celebrarlo con tanto entusiasmo como el día que rodó el Metro de la ciudad por primera vez. A fe que El Colombiano estará presente para cubrir esa noticia y guardaré ese ejemplar físico o digital por los siglos de los siglos.

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Por Alejandro Vargas Gutiérrez - opinion@elcolombiano.com.co

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