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Perras salvajes

Como se acerca el Día del trabajo, esta columna va dedicada a las mamás trabajadoras, en especial aquellas que, aun estando acompañadas, están solas.

hace 11 horas
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  • Perras salvajes

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Primero fue el pelo en la nuca y los colmillos afilados. Luego fue el hambre. Un hambre voraz que la hacía devorar toda la carne cruda que había en la nevera. Así es como la protagonista de la novela de Rachel Yoder titulada Canina comienza a convertirse en una perra salvaje que escapa a ratos buscando libertad. ¿O acaso está tan cansada que se lo está imaginando? Todo comenzó cuando tuvo su primer hijo y se dio cuenta de que era humanamente imposible cuidarlo, atender la casa y seguir trabajando en aquella galería de arte donde fue tan feliz hasta que tuvo que renunciar. Pero, ni aún dedicada en exclusiva a las labores de la casa y la maternidad, encontró un respiro que le permitiera seguir siendo ella. ¿Y el marido? Bien, gracias.

«Puede que el concepto de madre trabajadora sea el disparate más grande jamás inventado. Vamos a ver, ¿es que hay alguna madre que no sea trabajadora? Y si le sumas un trabajo remunerado... ¿Qué eres entonces? ¿Una madre trabajadora que trabaja?

Imagínate que dijéramos padre trabajador», reflexiona un día.

Yo no soy mamá y trabajo a mi ritmo de manera independiente, total no puedo ni imaginar las vicisitudes que deben afrontar las mamás trabajadoras, aunque las lea en mil novelas y vea a mis amigas atareadas todo el tiempo. Lo de ver es un decir porque la verdad que nadie te cuenta es que cuando tus amigas tienen hijos, dejas de verlas. Siempre hay algo más urgente en sus vidas, siempre alguien más demandante; las que renuncian a su tiempo para resolver los asuntos familiares y domésticos, por lo general, suelen ser ellas.

Como se acerca el Día del trabajo, esta columna va dedicada a las mamás trabajadoras, en especial aquellas que, aún estando acompañadas, están solas. Las que madrugan a despachar a los hijos para el colegio, las que salen apuradas al trabajo y deben rendir aunque se hayan acostado tarde supervisando las tareas escolares. Las que tienen que pedir permisos cuando hay algún enfermo en casa, pero si son ellas las que enferman prefieren aguantarse porque la semana entrante hay entrega de calificaciones o la competencia de karate a la que prometieron acompañar a la criatura. Ni hablar de las maromas para llegar a la clase de inglés o de guitarra. ¿Otra piñata? No saben ya qué comprar de regalo y no tienen tiempo de investigarlo. Tampoco han encontrado a un profesor de matemáticas que vaya a la casa a reforzar lo que el colegio debería reforzar. ¿O acaso para qué pagan una mensualidad tan cara? En la noche llegan rendidas y ¡sorpresa! Nadie ha barrido la casa, ni lavado la ropa, ni hecho el mercado, ni preparado la cena, porque en el contrato matrimonial parece haber una letra menuda, muy menuda, tanto que nadie ha podido leerla a ver si es verdad que dice que esas labores también le corresponde hacerlas a ellas.

Queridas mamás trabajadoras sin red de apoyo: quisiera dales soluciones, pero no las hay, el sistema parece diseñado para fundirlas, para aplastarlas. Consideren emular a la protagonista de Canina: conviértanse en perras salvajes y, de vez en cuando, escápense a hacer sus cosas y a darse gusto, así no olvidan a qué sabe la libertad.

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