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Me quedan pendientes letras que insistan en el reconocimiento de la potente farmacia que llevamos dentro y las posibilidades infinitas que tenemos para activarla con herramientas tan sencillas como el pensamiento, la respiración o el movimiento.
Por Adriana Correa Velásquez - adrianacorreav@atajosmentales.com
La imagen que mejor captura a Jane Brody es una ilustración del New York Times, el diario que alojó sus columnas hasta el 2022. Se ve menuda y grácil, sosteniendo una cesta de frutas y un casco mientras impulsa su bicicleta. Brody forjó un sello distintivo que cautivó a los lectores, convirtiendo la salud en un tema accesible y portátil. Durante los 46 años que escribió, fue pionera de una forma de periodismo de servicio que cambió la manera de hablar de la salud y del bienestar propio. Veo su retrato colorido y me devuelvo a febrero de 2022 cuando Ignacio Gaitán me propuso volver a escribir para EL COLOMBIANO. Esta vez como columnista. Busqué a Jane, la releí y me imaginé secretamente redactando como ella. Entregando cada quincena 490 caracteres de salud personal basada en ciencia.
Para esta, mi última columna, revisé los titulares de los 44 textos que compartí los sábados. La muerte, las mascotas, los psicodélicos como terapia, la mirada femenina, el efecto de la música, de las caricias, el desamor, el amor, los sesgos, la depresión, la adolescencia, la adicción, el azúcar, las medicinas ancestrales, el paradigma sobre las “drogas”, los hongos, la herida de guerra, la respiración, la meditación, el efecto placebo o el poder de la imaginación, hicieron parte de esta lista de letras que preparé por casi dos años.
Dejo en el tintero mi deseo de escribir para quienes se preparan para el final de vida, así como para quienes los acompañamos, una pretensión que Jane Brody sí cumplió, dedicando un libro completo a este mismo asunto (Jane Brody’s Guide to the Great Beyond).
También me quedan pendientes letras que insistan en el reconocimiento de la potente farmacia que llevamos dentro y las posibilidades infinitas que tenemos para activarla con herramientas tan sencillas como el pensamiento, la respiración o el movimiento. Cedo este espacio porque me embarco en otro proyecto editorial en el que seguiré insistiendo en el sueño terco que imagina a Colombia siendo por una vez, de las primeras y no de las últimas, en reconocer y prescribir medicinas ancestrales y enteógenos que podrían revolucionar la salud mental. Considero apenas justo confiar este lugar del periódico a alguien dispuesto a dedicar tiempo e investigación para los lectores.
Gracias a esta columna recibí cartas que por segundos me hicieron sentir como una especie de Jane Brody criolla, mi inspiración cuando empecé la columna. Me hicieron sentir que lo que decía era útil. A este equipo de EL COLOMBIANO que me abrió las puertas y, especialmente, a todos los que me leyeron este tiempo, toda mi gratitud.