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El esfuerzo que hacen las redacciones de los periódicos más sólidos por emocionar a los lectores con los descubrimientos de los científicos es ya toda una disciplina dentro del periodismo.
Por Adriana Correa Velásquez - adrianacorreav@atajosmentales.com
Era el año 1610 y el entonces duque de Toscana, Cosimo II de’ Medici, recibió un regalo: un telescopio. Se lo enviaba Galileo Galilei con una carta y algunas instrucciones. Al dirigirlo al cielo, vio uno de los más brillantes de la noche: Júpiter. Siguió los pasos y descubrió las cuatro lunas que rodeaban al planeta. Lo que suponía este descubrimiento sacudiría los principios de lo que se consideraba inmutable hasta entonces: que la tierra no era el centro del universo.
Pero ese telescopio que llegó de regalo para uno de los principales patrocinadores de la investigación en el siglo XVII, abría también otra puerta: la posibilidad de experimentar de primera mano un descubrimiento científico. La posibilidad de comprender sin ser científico. Galileo emocionó tanto al mecenas que logró mejorar su salario, condiciones laborales y evadir las obligaciones como docente para dedicarse de lleno a la investigación.
Desde entonces – sin entrar en precisiones históricas – el carácter público de la ciencia se ha venido imponiendo como una necesidad práctica. Esa misma necesidad es la que se hace más latente cada año cuando son anunciados los ganadores de los Premios Nobel en medicina, física, química y economía. El esfuerzo que hacen las redacciones de los periódicos más sólidos por emocionar a los lectores con los descubrimientos de los científicos es ya toda una disciplina dentro del periodismo.
La misma semana en que se anunciaron los Nobel, también en Colombia se entregaban los galardones de ciencias y solidaridad más significativos del país. Quien creó esos premios, inspirado por los galardones suecos, dejó consagrado en su testamento su deseo de destinar parte de la fortuna a una fundación que debía crearse para premiar la excelencia en ciencias y solidaridad. Él se llamaba Alejandro Ángel Escobar. El mismo nombre que lleva hoy la fundación y también los premios. Este año, fueron cinco los ganadores en las categorías de ciencias exactas, físicas y naturales, ciencias sociales y humanas, medio ambiente y desarrollo sostenible y solidaridad.
La Fundación entregó $250 millones a los ganadores y siete menciones de honor. La noticia la recogieron algunos medios escritos, pero ninguno hasta ahora se adentró en las historias de estos personajes que han consagrado su vida a resolver problemas de Colombia a menudo en soledad y en silencio. Se trata nada menos de quienes se niegan a declararse impotentes ante los dramas de otros, ante la inequidad o la injusticia. Jesús Orlando Vargas Ríos, Diana Lucia Giraldo Charria, Alejandro Castillejo Cuéllar, Gloria Patricia Lopera Mesa, Manuel Enrique Silva Rodríguez, Carlos Alberto Vargas Jiménez, Jorge Andrés Giraldo Jiménez, Carlos Javier Alméciga Díaz, María Claudia Parias, Alegría Fonseca, Nathalie Charpak y Ana Rita Russo: digo, invoco, escribo y repito sus nombres como una plegaria para que alguien los pesque, busque, retrate, describa y comparta conmigo y con todos los que asistimos a esa noche de premiación del miércoles, tanta emoción y al mismo tiempo, esperanza gracias al trabajo de esta Liga de Extraordinarios que no se resiste a que el statu quo siga su curso.
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