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La tolerancia consista en el respeto a la libertad de cada cual a ser como quiera ser, siempre y cuando no atente contra principios de valor universal como los derechos humanos.
Por Armando Estrada Villa - opinion@elcolombiano.com.co
En la edición del 14 de agosto de 2023 tituló EL COLOMBIANO: “Ya hay más homicidios por intolerancia que por bandas en Medellín: van 43 este año” y en la del 14 de septiembre, tituló: “La intolerancia nos está matando”. Entre nosotros, es común que cualquier discrepancia o diferencia en materia política, familiar, deportiva, racial, de orientación sexual y religiosa, se convierta en un altercado, que no solo produce escándalos, gritos, insultos y riñas, sino que puede dar lugar a heridos e incluso muertos. La intolerancia es el antónimo de la tolerancia, que significa primero que todo respeto por las personas y también por sus creencias, ideas y opiniones, en tanto que la intolerancia por la convulsión que genera pone en peligro la convivencia y la paz social.
La tolerancia implica soportar a quienes sostienen y expresan ideas y creencias diferentes a las propias, exige una acción previa y ajena de incitación, como valor reactivo necesario para la convivencia y se manifiesta mediante una variedad de conductas muy similares como el respeto, la empatía y la invitación al diálogo; mientras que la intolerancia se caracteriza por la falta de respeto a las creencias y prácticas distintas, el rechazo de las personas a quienes consideramos disimiles, como los miembros de determinado grupo social o étnico distinto al nuestro, o a las personas con diversa orientación política, sexual, deportiva o religiosa. Esto suele expresarse con anterioridad a una incitación objetiva como programa defensivo o preventivo y permite una variedad de comportamientos que comprenden falta de respeto, discriminación, insulto, agresión, persecución y hasta exterminio, por el solo hecho de pensar, actuar o ser diferentes.
El intolerante es el que niega al otro el reconocimiento que se merece, basado por lo general en estereotipos y prejuicios, pues considera que la diferencia es buena cuando es la propia y que deja de serlo cuando es la de otro y más todavía cuando ese otro está cerca y ocupa el mismo espacio, en el trabajo, barrio, estadio, café, escuela o universidad. Para descalificar al diferente, el intolerante acude a bromas, gestos, insultos, sarcasmos, agresiones y al menosprecio de su cultura, hábitos y creencias, sin olvidar el arma de doble filo que representa la risa, pues esta será factor de distensión o de crispación, según se interprete como reírse con o reírse de.
La tolerancia no es instintiva, pero se apoya en actitudes y estas a veces es posible modificarlas por medio de las normas que expide el Estado, que prohiben los comportamientos dañinos, y también de la educación, ya que el sistema educativo debe reconocer la necesidad de desarrollar en cada persona una actitud tolerante, no discriminatoria, y de crear un ambiente de aprendizaje que reconozca los beneficios de la diversidad en lugar de ignorarla, excluirla o perseguirla.
Nuestra Constitución Política consagra el derecho a pensar, expresarnos y agruparnos libremente, respetando siempre la dignidad y los derechos de los demás. De allí, que la tolerancia consista en el respeto a la libertad de cada cual a ser como quiera ser, siempre y cuando no atente contra principios de valor universal como los derechos humanos, que por tal razón se convierten en los límites de la tolerancia. Por ello, la tolerancia es un instrumento decisivo para mantener la democracia, las libertades y la convivencia.