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De moda, la falacia ad hominem

Es un disparate global de moda. Por eso, en la campaña presidencial de Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump reducen la popularidad y el éxito de los debates a quién ofende más y argumenta menos.

23 de septiembre de 2024
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  • De moda, la falacia ad hominem
  • De moda, la falacia ad hominem

Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com

Insultos, calumnias, injurias, gritos van y vienen a lo ancho y largo del mundo. No es una moda sólo colombiana, aunque nada raro sería si se originara en este país, campeón de todas las infracciones posibles de cuantas pueda cometer el ser humano. Cuando no se sabe dialogar, discutir de modo razonable, utilizar la inteligencia y alejar las emociones, es decir cuando en cualquier debate se hace a un lado la argumentación lógica y se aprovechan defectos, antecedentes o características negativas del contradictor, predomina entonces la llamada falacia ad hominem, el engaño y la mentira en contra del individuo con el que se alega. No se destruye el argumento. Lo que se pretende destruír es al contrario, en forma literal y con toda la violencia verbal posible.

Si se pensara en serio en la incorporación de nuevos contenidos en los programas del proceso educativo, desde kínder, se crearía una materia esencial, si se quiere vital, definitiva para la formación de ciudadanos capaces de poner en vigencia la cultura de la discordancia que habría evitado incontables conflictos, enfrentamientos, maltratos familiares, riñas callejeras y hasta confrontaciones bélicas. Viviríamos en paz, no en son de guerra, si lógica y argumentación no aparecieran de modo tardío apenas en los últimos grados del bachillerato sino que se enseñaran desde el primer día de escolaridad, en la infancia, así como se ha hecho toda la vida con la aritmética, el lenguaje, la escritura, la educación física y las manualidades, tan importantes como la ciencia y el arte del diálogo y el intercambio de razones, no de sinrazones y agresiones que vuelven chicuca la convivencia en aceptable armonía y en un clima de respeto y tolerancia.

La equivocación ha consistido en maximizar las primeras letras y los primeros números y minimizar y aplazar los primeros diálogos, los primeros usos de la palabra. Pero no es un problema local, ni siquiera nacional. Es un disparate global de moda. Por eso, en la campaña presidencial de Estados Unidos, Kamala Harris y Donald Trump reducen la popularidad y el éxito de los debates a quién ofende más y argumenta menos, no pocos comentaristas españoles tratan de gentuza a los partidos que no les gustan, aquí otros analistas les dicen estúpidos, mamertos o torpes a los rivales de izquierda, que tratan de paracos, fachos y extremistas a los de la derecha, mientras un insultólogo eleva la audiencia de algún programa de televisión, para no repetir el penoso espectáculo del emperador que sólo madruga a disparar trinos contra empresarios, gobernadores, alcaldes, periodistas y señoras porque no conoce mejor recurso dialéctico distinto de la agresión verbal. Desaparecieron el buen uso de la razón, el arte clásico de la argumentación potente y lúcida, el brillante ejercicio dialéctico de hace tiempos. El ataque despiadado e infamante al contradictor por sus condiciones personales ridiculizables, tiene preponderancia en esta época del éxito fácil de la sinrazón mediante la falacia ad hominem, contra el otro ser humano.

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