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Nuestra historia está llena de ejemplos de masificaciones alentadas por intereses particulares. Piense en el narcotráfico. Sus pioneros crearon un mundo lleno de patrones de contagio que se mantienen vigentes.
Por Juan David Ramírez - columnasioque@gmail.com
Mientras veía las imágenes de colombianos colándose hasta por los ductos del aire acondicionado al Hard Rock Stadium en la final de la Copa América, un amigo dijo tajantemente: “Somos una epidemia”. Ante los hechos, imposible contradecirlo. Fueron 8.000 personas las que burlaron las normas estadounidenses.
Las autoridades federales dicen que 7.000 están identificadas e irán tras ellos, rastrearán caso por caso y llevarán los hechos a consecuencias, donde los implicados enfrentarán la expulsión del país y la cancelación de sus visas y permisos de trabajo. Otros perderán su estatus de residentes y afectarán la condición de sus familias. Un chistecito por el que tarde o temprano tendrán que responder.
Ese es el caso del vallecaucano Elkin Mayorga, quien llegó a ese país por el hueco. Un ilegal que fue arrestado por los delitos de agresión a un agente de la ley, invasión de propiedad, ebriedad, desorden público y resistencia violenta a una orden de arresto. Las autoridades le cayeron con todo el peso de la ley. Pero el tema de fondo no es de casuística, que, en su mayoría, será similar a la de Mayorga.
El asunto es: ¿Fue un comportamiento promedio en los colombianos, es decir, el actuar ventajoso, avivato, sin pudor ni vergüenza? Lo ocurrido en Miami no representa a los colombianos. Por el contrario, fue la condición humana atrapada por las masas, como pasó en Washington con la toma del Capitolio hace cerca de dos años. Sin embargo, sí representa lo que no le cabe en la cabeza al resto del mundo: el gusto de los colombianos por no respetar la ley.
Ese sí es un comportamiento promedio, resultado de la falta de conciencia moral y la pérdida del control y determinación sobre lo que está bien y lo que está mal. Nuestra historia está llena de ejemplos de masificaciones alentadas por intereses particulares. Piense en el narcotráfico. Sus pioneros crearon un mundo lleno de patrones de contagio que se mantienen vigentes.
Detrás de cada mafioso hay hordas de seguidores movidos por esa cultura traqueta donde la legalidad no existe. Piense en el fenómeno del sicariato. Miles de jóvenes desesperanzados tratando de “ser parte de algo” sin importar el daño social que con causa cada muerto en el camino. Podríamos también ejemplificar el asunto con los políticos que ignoran su obligación de pensar desde lo colectivo, como reza la teoría política.
Si en Colombia quienes detentan el estatus de figuras públicas se vuelan la ley y no les pasa nada, ¿por qué el del promedio tendría que cumplirla? Cuando eso pasa, las normas no importan y la ética es un embeleco de la Grecia antigua. Los desmanes de Miami mostraron una sociedad sin valores. Por eso, el colombiano es propenso a fenómenos de masas donde actúa desde lo más reptiliano de su ser.
Su autodeterminación está cooptada un sentido inexistente de los cívicos. Triste, porque los pocos incentivos para sentir orgullo, como la selección Colombia, terminan siendo expresiones individualistas para hacer lo que se dé la gana. Eso, perdón la expresión, nos tiene jodidos.