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Sobre el teatro necesario

hace 4 horas
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  • Sobre el teatro necesario

Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com

Estación Ver-vernos, a la que llegan directores que entienden de actos y de cuadros, seguidos por los que se acomodan en sillas y, colocando los codos en las rodillas, ponen las manos en la cara para no perder detalle; los que quieren verse en los actores del escenario (que es como estar en los zapatos de uno mismo), los que saben de literatura o la escriben y buscan vivirla en la obra que oyen y ven, los que buscan diversión intelectual para resolver preguntas o hacerse otras, los críticos atentos a la actuación, la música, el vestuario y el escenario; los que saben que el teatro es encuentro, así sea en caricatura; los que entran y al salir ya tienen de qué conversar, sin que falten los que se duermen o suspiran y hasta babean, los que ven veneno político escondido en la obra (cazadores de opositores), los que se escandalizan y protestan (pasó en todas las obras de teatro Elías Canetti), los envidiosos que señalan errores por todas partes, los que hablan fuerte y así los otros no oyen, los que se van a la mitad maldiciendo, y así, que como el teatro es la vida, gente variada aparece en los carteles y, viéndose, se acomoda las medias.

El teatro, quizá el ejercicio literario, más antiguo de todos, es una representación de lo humano, de la sociedad vivida y los espacios por los que se mueven aciertos y absurdos, mitos y creencias cuestionadas. Y su esencia es lo tragicómico (de ahí las dos máscaras, la triste y la burlona, que en el teatro griego también servían de altavoces), siendo la tragedia un prepararse para morir de acuerdo con un destino particular (por eso tiene nombre: Hamlet, Edipo) y la comedia, la burla contra las costumbres y las maneras de gobernar. Y viendo la obra, la gente se ve en sí misma y no tiene dedo para acusar a otro.

En las grandes ciudades (Nueva York, Londres, Berlín, París, Buenos Aires) los teatros abundan y los ciudadanos asisten no para pasar el tiempo sino para saber qué pasa en ellos, cómo están pensando y actuando, hasta dónde son capaces de cuestionarse y qué tan cultos son. Y esto es una medida de civilización basada en el teatro, las obras, los actores, los directores, los escritores y la gente sentada en la silletería, que está ahí porque se resiste contra la barbarie. En obras como La ópera de los tres centavos, de Bertolt Brecht, Mackie Messer es el personaje matón y fullero, que no es uno solo sino un colectivo social y político que se avecina. Cosas así se aprenden en el teatro.

Acotación: Tengo un vecino que ha embellecido la calle. Su local se llama Café-Teatro La musa rosada. Y pasa algo maravilloso: los humanos se están tomando la acera, conversan, se reúnen, entran.

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