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Francisco, constructor de puentes

hace 4 horas
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  • Francisco, constructor de puentes

Por Aldo Civico - @acivico

El pontificado de Francisco comenzó con un gesto que marcó el camino: el viaje inesperado a Lampedusa, el 8 de julio de 2013. Apenas unos meses después de su elección, sintió dentro de sí una llamada que no pudo ignorar: “Debo ir”. Y fue. A esa isla olvidada, frontera y cementerio para miles de migrantes. Allí lanzó flores al mar. Rezó. Y, sobre todo, alzó la voz contra lo que llamó “la globalización de la indiferencia”.

Ese día, no solo honró a los muertos. Fundó una manera de ser Iglesia. Una Iglesia que no mira desde la ventana, sino que baja a la calle, que se mancha las manos, que carga sobre sí las heridas del mundo. Fue un acto de compasión, sí. Pero también fue la toma de una posición clara y radical: contra la indiferencia, al olvido, a la exclusión.

Esa elección marcó todo su pontificado. Mientras en Europa, en Italia, en el mundo, se levantaban muros y se sembraba el miedo al extranjero, Francisco insistía: “Hay que construir puentes, no muros”. No era un lema vacío. Era su verdad. La verdadera seguridad, enseñaba, no nace del rechazo, sino de saber quién eres.

“El soberanismo es un encierro”, repetía, como quien golpea una campana para que el eco despierte a los dormidos. Por qué la afirmación de la superioridad de la propia identidad en contraposición a la de los demás desenmascara el soberanismo como el enemigo de la apertura. Francisco lo desarmó sin rodeos: “El populismo nos empuja a los soberanismos. Y esos ‘ismos’ nunca traen nada bueno”. En una entrevista al periódico La Stampa, dijo: “El soberanismo es una actitud de aislamiento. ‘Primero nosotros. Nosotros, nosotros’: son pensamientos que dan miedo. Un país debe ser soberano, pero no cerrado.” Para Francisco, la fe no construye murallas. La fe tiende manos. No teme la diferencia, la abraza como un don.

Su apertura no se limitó a los migrantes. Se extendió a todas las periferias humanas: los pobres, los enfermos, los presos, las personas LGBT, los divorciados que volvían a casarse. Recordó al mundo que “Dios es Padre. Y no reniega de ninguno de sus hijos”. Quería una Iglesia que no juzgara desde arriba, sino que acompañara desde el mismo barro donde todos estamos.

En Fratelli tutti, su gran carta sobre la fraternidad, escribió que “el amor rompe barreras de espacio y de geografía”. Invitó a mirar al otro no como un enemigo, sino como un hermano perdido y reencontrado.

Pero su verdadera fuerza fue otra: el coraje del diálogo. Francisco no se negó a escuchar a nadie. Ni siquiera a quienes representaban lo opuesto a su visión. Con la primera ministra Giorgia Meloni, cercana al soberanismo, mantuvo puentes. Meloni misma confesó: “Con él no había barreras. Te hacía sentir único, irrepetible”. En un mundo que prefiere cerrarse, el pontificado de Francisco es una lección viva. Apertura. Valentía. Fe en el ser humano. Intentar estar a la altura de su ejemplo, hoy, es la mejor forma de decirle: gracias.

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