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Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com
Radamel Falcao, quien para nuestro orgullo fue durante algunos años probablemente el mejor 9 del mundo, nos concedió a los colombianos la ilusión de verlo jugar el ocaso de su carrera en nuestra liga, aunque fuera con Millonarios. Sin embargo, al momento de escribir esta columna, su continuidad estaba en entredicho. El privilegio de verlo jugar en Colombia amenaza con no durar ni siquiera un año: podría limitarse a apenas 183 días, el tiempo máximo que “el Tigre” podría permanecer en el país sin adquirir la condición de residente fiscal.
El impuesto al patrimonio, entre otros factores, no solo dificultó que se concretara su llegada al fútbol colombiano, sino ahora amenaza con ser el responsable de la brevedad del reencuentro.
Basta un cálculo de servilleta para entender por qué las cuentas no le cuadrarían a Falcao. Según reveló El Tiempo, de aceptar una reciente oferta para continuar en Millonarios, el delantero habría tenido que pagar $3.548 millones de pesos solo en impuesto al patrimonio, un patrimonio construido fuera del país. Esto, sumado a otros tributos, habría elevado su carga fiscal anual a unos $5.800 millones: ante esta realidad, un salario de $500 millones al mes –aunque totalice $6.000 millones al año– deja de parecer tan atractivo, especialmente considerando que en muchos otros países podría evitar una carga tributaria tan elevada.
Porque, aunque gravar directamente la riqueza pueda parecer intuitivo, es una medida poco común. De un pico de 12 países miembros de la OCDE que aplicaban algún tipo de impuesto al patrimonio en los años 90, hoy en día solo cuatro lo mantienen. Incluso Francia, célebre por ser un infierno fiscal, eliminó en 2018 la mayor parte de este impuesto. Y aunque han surgido iniciativas dentro del G20 para implementar un impuesto global al patrimonio, este tipo de medida no parece viable ni en el corto ni en el mediano plazo.
¿Será entonces que Colombia es quien lo está haciendo bien y el resto los equivocados?
Los impuestos al patrimonio de carácter permanente, como el aprobado en la reforma tributaria de 2022, han sido gradualmente abandonados en todo el mundo debido a las numerosas distorsiones que generan en la economía. El impuesto adoptado en Colombia no solo desincentiva el ahorro y la atracción de talento y capitales al país – como se ve en el caso de Falcao –, sino que fomenta el éxodo de los grandes capitales ya establecidos en el país, quienes tienen mayor capacidad para maniobrar estrategias de planeación tributaria que les permitan evitar esta carga.
Entre quienes sí terminan pagando este impuesto en Colombia, donde la normativa no distingue entre si el contribuyente tiene o no liquidez, se encuentran principalmente propietarios de bienes raíces: propiedades adquiridas con el ahorro de flujos ya gravados por impuestos como renta o ganancia ocasional, y que además ya enfrentan otra tributación importante: el impuesto predial, que, por más que sea municipal, igual pesa en la carga impositiva.
Y todas estas consecuencias negativas acaban dando, como resultado, un recaudo marginal: el poco más de un billón de pesos anuales que recauda este tributo no alcanza ni para cubrir el presupuesto del Ministerio de la Igualdad – que poco ha hecho – ni para compensar el hueco fiscal ocasionado por la reducción del 50% en el costo del SOAT para motos, entre otras decisiones populistas que están incrementando la presión sobre el gasto público.
Que la carga tributaria de Colombia lo convierta en un destino poco competitivo para figuras como Falcao o James no es un fenómeno exclusivo del fútbol: es un problema se extiende a todos los sectores de la economía. Frente al resto del mundo, quedamos en fuera de lugar fiscal.