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Con la presencia del gobernador de Boyacá y representantes de varios países como testigos, se firmó el armisticio al conflicto de 120 años entre ambas naciones.
Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com
José de los Santos Gutiérrez, boyacense de pura cepa, nacido en El Cocuy en 1820, fue presidente de los entonces Estados Unidos de Colombia entre 1868 y 1870, épocas del caótico federalismo que trajo consigo la Constitución de Rionegro. Militar, abogado y acérrimo liberal, combatiente en las guerras civiles que asolaron el siglo XIX colombiano, durante su periodo presidencial Santos Gutiérrez estuvo involucrado en importantes episodios del país como la primera concesión para exploración de un canal en Panamá, o la delimitación de las fronteras del país.
Pero, para propósitos de esta columna, nos interesa más su época como máximo mandatario del Estado Soberano de Boyacá, cuando Gutiérrez hizo lo que cualquier caudillo latinoamericano se hubiera soñado: declararle, desde Tunja, en nombre de Boyacá, por un trágico desamor, la guerra a la Bélgica de Leopoldo II. Una guerra que duraría más de 100 años.
Para comprender el porqué de esta historia hay que saber que, antes de llegar al poder, Gutiérrez fue parte de una delegación de colombianos seleccionados para estudiar en la Universidad de Lovaina, en el Reino de Bélgica. Allí, entre libros de Bentham y Kant, conocería a Josefina, el amor de su vida: un amor correspondido, un amor puro destinado a ser eterno entre la niebla y los tubérculos de Boyacá. Sin embargo, los suegros belgas no compartieron el entusiasmo: el altiplano cundiboyacense quedó vetado para Josefina, quien terminó atrapada en Europa, y su amante neogranadino, futuro presidente, regresó a Tunja desolado, con un corazón incicatrizable.
Los años pasaron, y el resentimiento de Santos Gutiérrez contra los belgas no hizo sino crecer, hasta que, en 1867, siendo presidente de su Estado Soberano, decidió por fin resarcir sus penas y enviar una carta a Bruselas declarando la guerra entre su feudo boyacense y la monarquía belga. No hubo ultimátum: solo una acción contundente y definitiva. De hecho, ni siquiera hubo respuesta, porque la misiva, por deficiencias del sistema de correos colombiano que aún subsiste, nunca llegó a destino.
Sin ninguna evidencia que respaldara la leyenda, esta historia pudo haber quedado sepultada en el anecdotario del altiplano, si no fuera porque, en 1988, el embajador de Bélgica en Colombia conoció el relato de esta centenaria guerra y no se vio en otra opción que darle vida, organizando un pomposo acto para terminarla. Con la presencia del gobernador de Boyacá y representantes de varios países como testigos, se firmó el armisticio al conflicto de 120 años entre ambas naciones.
La carta desde Santos Gutiérrez a Bélgica jamás llegó, cosa que no le ocurre a otro egresado colombiano de la Universidad de Lovaina con sus mensajes por X (mejor cuando era Twitter).
El “último Aureliano Buendía” —cuando no se autoproclama Gaitán, Allende o Simón Bolívar— ahora dispara frenéticamente desde su celular, a las 3:41 a. m., sus misivas a otro poderoso monarca extranjero, declarando su beligerancia como un consuelo subversivo ante un mundo que dejó de teñirse del rojo que soñaba. Con una diferencia —y sus lamentables consecuencias—: a diferencia de las de Santos Gutiérrez, las cartas de Petro sí llegan, aunque aún no sabemos hasta dónde nos llevarán sus consecuencias...