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Dejó en la lista de espera la adopción del celibato sacerdotal opcional. Teólogos como Hans Küng lo plantearon como necesidad para conservar la unidad en la diversidad.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Le atribuyen a Jorge Luis Borges haber dicho en su momento que Jorge Mario Bergoglio “es una persona inteligente y sensata. Con él se puede hablar de cualquier tema de filosofía, de teología, de política... Pero he observado que tiene tantas dudas como yo”. En esa época de la observación borgiana, Bergoglio movía su báculo en Argentina. Y dudaba. Dudaba porque pensaba, porque existía. Tenía la duda selectiva –aquella almohada de los hombres despiertos– esencia del ser racional para llegar a la verdad. La misma verdad de la cual dijo Cristo que solo ella nos haría libres.
Quizás con duda teológica y filosófica, Francisco provocaba a aquellos que no querían adaptarse a las nuevas realidades de hombre del siglo XXI. Se enfrentó a purpurados que pretendían esconder la autenticidad del Evangelio que interpreta al hombre como es, como debe ser, con todas sus debilidades y aspiraciones. Sacó, le confesaba al escritor ateo Javier Cercas, “a Cristo de la sacristía y lo puso en la calle”. La misma calle que dos mil años atrás recorrió Jesús con pobres, analfabetos y con quienes “no tenían donde caerse muertos”. Fue un hombre/ pastor que hizo cambios audaces y “desitalianizó la Iglesia”.
Francisco reconoció a la mujer como ser fundamental en el desenvolvimiento del catolicismo. La llevó a ejercer protagonismo en la curia romana. Aunque debido a las presiones del alto clero misógino, no logró darles el diaconado, figura que existió desde los primeros cristianos. ¿La consagración de mujeres en el sacerdocio, como existe en algunas religiones cristianas separadas de Roma, aun será un sueño lejano? Ojalá su sucesor no olvide las palabras de Francisco de que las diferencias que aún existen entre el hombre y la mujer en su papel dentro de la Iglesia “son una grave injusticia” que debe ser abandonada. Abrió las puertas de los sigilos cómplices que había para tapar delitos de abusos sexuales en el clero. Dejó que la justicia entrara a investigar las denuncias de pederastia, para darle así mayor transparencia a la función apostólica. La llamó “vergüenza y humillación para la Iglesia”. Suspendió desde cardenales hasta curas de misa y olla que violaron el juramento de castidad.
Dejó en la lista de espera la adopción del celibato sacerdotal opcional. Teólogos como Hans Küng lo plantearon como necesidad para conservar la unidad en la diversidad. ¿Compartió Francisco ese criterio del teólogo suizo? ¿O acaso entendió que debía ir despacio, sin tocar el tema para no alebrestar a unas sombras que dentro del Vaticano eran capaces de desatar un cisma y hasta cometer cualquier acto temerario? ¿Será capaz su sucesor de abocar tan importante materia pendiente?
El mundo espera que del cónclave cardenalicio salga un hombre/pastor –¿acaso asiático o africano?– que siga abriendo, como lo hizo Francisco, las ventanas vaticanas para que circule aire fresco, renovador, realmente cristiano. Un hombre que obre dentro del concepto dejado por Francisco “de una iglesia pobre y para los pobres”, y rompa con cualquier boato, recordando que su fundador “no tenía ni una piedra en donde reclinar su cabeza”.