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Incendio de la plaza Cisneros motivó hasta la ‘escasez ficticia’ de comida en Medellín

Voraz incendio de 1968, que dejó casi destruida la plaza de Cisneros, marcó el declive de la edificación inaugurada por Coriolano Amador en 1894. La especulación de los precios fue el pan de cada día.

  • El incendio de la plaza de mercados tuvo amplio cubrimiento, desde el operativo para apagar las llamas, hasta la atención de los 450 damnificados. FOTO: EL COLOMBIANO
    El incendio de la plaza de mercados tuvo amplio cubrimiento, desde el operativo para apagar las llamas, hasta la atención de los 450 damnificados. FOTO: EL COLOMBIANO
  • Incendio de la plaza Cisneros motivó hasta la ‘escasez ficticia’ de comida en Medellín
  • Incendio de la plaza Cisneros motivó hasta la ‘escasez ficticia’ de comida en Medellín
24 de agosto de 2024
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“Un pavoroso incendio, cuyo origen tratan de descubrir las autoridades de investigación, semidestruyó ayer a las 4 de la mañana la plaza central de mercado de Medellín, donde el fuego logró propagarse rápidamente a merced de los techos de cañabrava y madera, las casetas de tabla y un sinnúmero de cajones, encerados, canastos, costales y otros elementos de fácil combustión”.

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Ese fue el resumen que salió en la portada de EL COLOMBIANO el 8 de abril de 1968, un día después del grave incendio que volvió cenizas una quinta parte de la plaza de mercados de Guayaquil, evento que marcó el declive de la otrora boyante edificación inaugurada por el rico de la época, Carlos Coriolano Amador, en 1894.

El edificio ocupaba 9.000 metros cuadrados, delimitados por muros de cal y ladrillo, fundados con piedra. Tenía cinco galerías, ocho patios y 31 puertas. Tuvo tres décadas de apogeo hasta que un primer incendio en los años 30 obligó a reconstruirlo en parte. En esas décadas seguía siendo el corazón de la ciudad, la esquina del movimiento, incluso fue testigo de la multitud que copó las afueras de la plaza para recibir a Jorge Eliécer Gaitán en 1946.

Incendio de la plaza Cisneros motivó hasta la ‘escasez ficticia’ de comida en Medellín

Pero esa madrugada del 7 de abril de 1968 todo cambió. Una llamada alertó al cuerpo de bomberos de Medellín pasadas las cuatro de la mañana y casi la totalidad de los efectivos —43 hombres y 10 máquinas— llegó en el término de la distancia a luchar contra las llamas para no permitir que siguieran consumiendo todo a su paso en esa esquina del viejo Guayaquil. La tarea tomó unas ocho horas hasta que el lugar se enfrió y se pudieron remover los escombros. Quedaron en cenizas las galerías Cisneros, Carabobo, Fernando Restrepo y buena parte de las alas Central y Ayacucho, ubicadas en el costado suroriental de la plaza, hoy la esquina de San Juan con Carabobo. Una quinta parte de la plaza quedó destruida y las pérdidas se estimaron en un millón de pesos; 450 comerciantes quedaron damnificados, entre permanentes y ocasionales, en su mayoría pequeños negociantes de verduras, frutas y flores.

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Muchas versiones circularon sobre el origen de las llamas. Como siempre, la primera hipótesis fue un corto circuito, aunque se insistió con recelo, como pasa con las teorías de la especulación, que había mano criminal y motivos para pensarlo no faltaron. Los celadores dijeron que no pudieron llamar antes a los bomberos porque encontraron varios teléfonos dañados; otras personas achacaron la primera chispa a personas ofendidas por haber sido desalojadas de los puestos callejeros en las entradas de la plaza. Quedó en manos del F2 investigar el porqué unas prendas de vestir, un pantalón viejo y una camisa, fueron hallados impregnados de gasolina en una de las entradas laterales del edificio, precisamente donde se originó el incendio. “Es un asunto muy delicado que deberá ser investigado”, dijo ese día el jefe del cuerpo de bomberos, Alfredo Escobar Meneses.

Incendio de la plaza Cisneros motivó hasta la ‘escasez ficticia’ de comida en Medellín

Escasez y especulación

Otra de las medidas tomada por la alcaldía fue el control de precios porque hubo innumerables vendedores de verduras y frutas que ofrecían sus productos a un precio más alto del normal indicando que “esto es por el precio de la quema de la plaza. Si no quiere así, pues vaya a que le vendan en Cisneros”. Las autoridades trataron de frenar la especulación aumentando la capacidad y la atención en la Placita de Flórez. Incluso se llegó a denunciar que se había creado una escasez ficticia de artículos de primera necesidad, haciendo circular “la perniciosa versión” de que los productos de obligado consumo diario estaban limitados a unas pocas existencias, lo cual era falso porque en las demás plazas de mercado seguía el movimiento habitual, lo mismo que en las proveedurías y cooperativas.

En su momento, en una columna en este periódico, se advertía: “Ojalá que se establezcan mercados libres en los barrios porque hay que frenar la especulación, obligando a los acaparadores a vender los productos que tienen almacenados en espera de obtener ganancias fabulosas”.

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Desde el día siguiente al incendio, el entonces gerente de Empresas Varias, Fabio Echeverri Correa, le envió una carta al presidente Carlos Lleras Restrepo en la que describía la bomba de tiempo que había en Guayaquil, agravada por la destrucción que dejó el incendio. Le pedía plata para construir otra plaza. “Se ha venido estudiando de tiempo atrás la posibilidad de construir la Gran Central de Abastecimiento, capaz de alimentar a varias plazas satélites. Estoy seguro que conversación con usted puede darme luces a fin de lograr en este momento grave y difícil alguna solución que pueda ser benéfica para la ciudadanía y los agricultores de Antioquia”.

Al fin de cuentas, el incendio de 1968 fue el tiro de gracia que marcó la ruta de salida de plaza Cisneros de la historia de la ciudad. El surgimiento de mercados satélites en otros barrios fueron sumiendo en el abandono a Guayaquil, a tal punto que los lujos y la clase alta que se había instalado allí se fueron a otras zonas. “Los que se resistieron a abandonar la plaza se fueron marchitando entre nostalgias y soledad”, cuenta Néstor Armando Alzate, en su libro La bella villa.

En 1984, cuando La Alpujarra estaba en construcción y la Minorista abrió, los últimos venteros fueron expulsados de sus toldos y tuvieron que aceptar, con resignación, su éxodo. Todos recordaban que esa madrugada del 7 de abril de 1968 se desató la fatalidad.

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