Radovan Karadzic, el expresidente serbobosnio que ayer fue condenado a cadena perpetua como el responsable del mayor genocidio de Europa luego del Holocausto Nazi, pudo pasar a la historia de otra forma, como un gurú de la medicina alternativa en Belgrado.
Esa era su identidad mientras fue el criminal de guerra más perseguido del mundo. En 1996, acosado por la presión internacional por su responsabilidad en el genocidio de los bosnios, Karadzic dimitió a la presidencia de la república Serbobosnia (que intentó imponer durante 4 años de conflicto) y se convirtió en Dragan Dabic.
Oculto con papeles generados por sus propios servicios de inteligencia, se dejó crecer la barba y comenzó a usar unos lentes que ocultaban, tras la fachada de una mirada apagada, los ojos de un asesino.
Sarajevo en llamas
El médico Dabic no fue el primer alterego que tuvo. Antes de sucumbir al sueño de una Gran Serbia bajo el cual cometió sus crímenes, Karadzic fue un estudiante de psiquiatría y aspirante a poeta que llegó de su pueblo natal en las montañas a estudiar en Sarajevo.
Su pasión por la poesía medieval serbia, aquellas gestas épicas que casi siempre describían la muerte de un turco, pasó desapercibida en la gran ciudad.
Pero en uno de esos poemas leídos por pocos, puesto ahí como por casualidad, había una premonición. Karadzic describió a Sarajevo envuelto en llamas, unos años antes de dirigir él mismo el asedio de cuatro años a la ciudad, –el mayor de las guerras modernas–, entre 1992 y 1996, en el que murieron 10.000 personas.
¿Cómo un psicólogo infantil, que en los años previos a la guerra trabajaba como médico del Sarajevo Fútbol Club llegó a esto? Como señala Gonzalo de Cesare, fiscal del Tribunal para la antigua Yugoslavia, al primer paso lo empujó la historia y luego él comenzó a dar los demás.
En 1992, tras la disolución de Yugoslavia, Bosnia declaró en un referendo su independencia. Karadzic y otro grupo de intelectuales se opusieron y, por un vacío de poder, el psiquiatra se convirtió en el líder. Llegó por azar a la posición desde la que haría realidad las fantasías de sus poemas.
El carnicero de los Balcanes
Una vez autodeclarado presidente la República Serbobosnia, en 1992, se instaló en Pale, a 22 kilómetros de Sarajevo. Él y sus aliados convirtieron una vieja estación de esquí en la sede de su Estado soñado, con el apoyo militar del antiguo ejército yugoslavo.
“No creo que él planeara un genocidio”, dice De Cesare. En esos meses, cuando ordenó los primeros bombardeos con morteros a Sarajevo, puede que en su mente no fuera tan claro que para cumplir su ideal de un estado Serbio en Bosnia sin ningún rastro de croatas y musulmanes, debía cometer una masacre.
Pero lo supo pronto. El Tribunal para la antigua Yugoslavia probó que él mismo redactó desde su escritorio la orden de la masacre en la ciudad de Srebrenica, en junio de 1995.
El encargado de ejecutar las instrucciones fue el coronel Rakto Mladic, llamado luego ‘el carnicero de Bosnia’.
Él, personalmente, tal como lo registró la televisión serbia de la época, se reunió con el Cornel de los Cascos Azules que defendía Srebrenica, Thomas Karremans y lo convenció de entregarle los refugiados musulmanes que estaban allí.
Incluso, se tomó un aguardiente con él antes de ir al campamento de Potocari para tranquilizar a los refugiados, prometerles que serían trasladados a territorio bosnio, y repartir dulces entre los niños.
En los días siguientes, los varones –ancianos, jóvenes y menores de edad– empezaron a desaparecer de los autobuses. Hoy, algunos de los 8.000 cadáveres siguen desaparecidos.
Ser recordado
Como relata la periodista Jack Hitt en un artículo para The New York Times, todos los días, una empleada de la Interpol residente en Belgrado se levantaba y miraba dos fotos: la de Osama Bin Laden y la de Radovan Karadzic. Luego, salía al jardín y saludaba al gurú Dabic, sin asomo de sospecha.
Karadzic podría haber muerto así, bajo otro nombre y con otro rostro, libre de culpas. Pero en 2008, un policía serbio se le acercó al señor Dabic en un autobús y le dijo: “Usted es Radovan Karadzic”.
Ese día, se rompió la ilusión de los vecinos del viejo de barba, y la de la propia Serbia, que aún se debate como sociedad entre asumir la verdad de la guerra de los balcanes o vivir bajo una fachada de inocencia.
La sentencia de ayer fue, como señaló el fiscal Serge Brammertz, “contra un hombre, no contra el pueblo serbio”. Sin embargo, para De Cesare, es también un paso hacia la redención de la identidad en cuyo nombre se cometió el genocidio.
Esas dos palabras, cadena perpetua, fijaron con fuego la identidad con la que la historia recordará a Karadaczic. El rostro que se impuso no fue el del poeta de Sarajevo ni el gurú de Belgrado, sino el del criminal que diseñó, desde un escritorio, la muerte de 18.000 personas y que ayer bajó levemente la mirada al escuchar que moriría encerrado por ello