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Se imponen espacios exclusivos para hacer la siesta en Chile

04 de marzo de 2013
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Mientras afuera reina el bullicio callejero en plena mitad del día laboral y en el centro de Santiago de Chile, Carmen Castillo duerme tranquila su siesta, olvidándose del estrés en un paraíso de velas aromáticas, suevas almohadas y masajes relajantes.

Castillo se encuentra en el Espacio Siestario, donde siete habitaciones silenciosas están en alquiler por 30 o 45 minutos para profesionales de todo tipo. Cuestan unos 10 dólares, pero los usuarios dicen que la ventaja de regresar a la oficina descansados es invaluable.

"Esto es un oasis en la jungla de Santiago", dijo Castillo, una abogada de 32 años, mientras se despertaba de una siesta refrescante. "¿Qué hay mejor que dormir? Descansas, quemas calorías, recuperas neuronas".

En otra época, la siesta era una tradición sagrada en Latinoamérica y tanto oficinas como comercios y negocios cerraban a mitad del día para el descanso. Pero en este mundo moderno, globalizado, donde la economía es digital y las transacciones corren las 24 horas del día, no se puede interrumpir el trajín para irse a dormir. Además, la urbanización ha llevado a los trabajadores a estar lejos de casa a la hora de la siesta.

Y en este mundo acelerado, la economía chilena ruge con una de las tasas de crecimiento más robustas de la región y una fuerza laboral dedicada y productiva que es el sueño para todo inversionista.

Los chilenos en promedio trabajan 2.068 horas al año, después sólo de los surcoreanos entre los 34 países que comprenden la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo. En Estados Unidos la cifra es de 1.695 horas.

Ante esa dedicación al trabajo, cunde el estrés, y con ello la falta de sueño. Pero no son bien vistos los que se echan a dormir a mitad del día.

"Creo que la gente cuando dice: 'voy a dormir siesta', el resto la califica como una persona perezosa y que no puede cumplir con las horas laborales", expresó Karin Schirmer, la propietaria de Espacio Siestario.

"Estamos con el chip de que tenemos que producir, que tenemos que pasar muchas horas en la oficina para ser socialmente aceptados, pero muchas veces esas horas no son productivas", añadió. "La gente asume que la siesta le quita tiempo pero es una ganancia invaluable. Tu salud vale más que toda la plata que tienes en el banco".

Estudios recientes han demostrado las bondades de tomarse una siesta.

En la edición de noviembre del 2009 de la Harvard Health Letter, la escuela de medicina de esa universidad dijo que desde el 2000, expertos de allí y de otros países han determinado que "el sueño mejora la capacidad de aprendizaje, la memoria y la creatividad".

"En muchos casos el sueño reponedor consiste en una siesta", dijo el artículo.

Las investigaciones han determinado que los controladores aéreos tienen mejor capacidad de reacción cuando se toman pausas de 40 minutos para dormir. Un estudio financiado por la NASA y financiado por la Universidad de Pensilvania halló que la capacidad cognoscitiva aumenta si uno se toma 24 minutos de sueño.

El tema de las siestas salió a la palestra en Chile cuando un legislador trató en el 2003 de implementar una legislación que contemplaría como un derecho legítimo la siesta de 20 minutos. El legislador mencionó figuras históricas como Napoleón, Winston Churchill y Salvador Dalí, quienes gustaban de tomar siestas, y ofreció una cita en la que Albert Einstein elogiaba ese descanso diario. Sin embargo el proyecto no prosperó y hasta hoy es objeto de burlas.

Sin embargo, tomarse una siesta es una costumbre arraigada en muchas partes del mundo. En España es bien conocida la costumbre de cerrar la tienda para tomarse esa pausa, mientras en China se le permite a los trabajadores descansar sobre sus escritorios y en medio del bullicio de Nueva York, hay spas que ofrecen habitaciones con sábanas y música relajante.

En Viena, hay un estudio que se llama Reflexia y ofrece una habitación de tenue luz para dormirse por media hora, a un precio de 11 euros (15 dólares) donde sillones de cuero negro yacen separados por pantallas japonesas. Una hora en una recámara privada cuesta 40 euros (60 dólares). Los clientes escuchan música suave, una bandeja con prosciutto y pan; café, té y gaseosas, y un leve despertar.

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