¿Por qué ser un ciudadano común y corriente, a veces, puede resultar tan complejo?
¿Por qué de vez en cuando uno tiene que tener cierta actitud retadora para que quien atiende, por ejemplo, no le "mame gallo" y lo ponga a dar vueltas?
¿Por qué, no pocas veces, hay que enojarse para que ese asunto que antes no se podía ahora sí se pueda, e incluso, termine por pedir hasta disculpas?
¿Por qué no pocos empleados corren apenas les dicen: "usted sabe quién es mi tío o mi abuelo o mi yo no sé quién"?
Parecería que en este país no bastara ser uno mismo cuando se supone que ese insignificante gesto de autonomía ya debería ser suficiente.
A unos cuantos se les olvida que no hay que rogar mucho ni ser más que un ciudadano común y corriente para ser atendido con diligencia.
Ese asunto de "depende el marrano" nos ha hecho tanto daño que sin pretenderlo, creo yo, nos ha puesto a comportarnos como si viviéramos en una pocilga.
En realidad no todo (o nada) debería depender de una apariencia, ni de un poder especial. Cuando esto se dé, con seguridad este país de apariencias será más equitativo, más incluyente y sobre todo más honesto; de lo contrario seguiremos anhelando intensamente ser "alguien" con poder para ganarnos el mínimo respeto, aunque en realidad terminemos pareciéndonos más a esos payasos que se roban el show burlándose del otro.
Varias veces he entrado a un restaurante donde "no hay mesas", y lo repiten hasta que uno, desde luego, termina por creerlo, pero, de repente, llega cualquier "poderoso" escoltado y de inmediato la reverencia es odiosa, lambona y casi que destella el flash de los recuerdos, se fija el legítimo reconocimiento de esas apariencias absurdas que le gustan tanto a ciertos personajes y a ciertos propietarios.
Detesto las reverencias y esa manía de que quien recibe las reverencias termine por creérselas.
Ahora que hablo de escoltas y de séquitos de simples "poderosos", nada me enerva más que aquellos que creen que su afán es más valioso que el de los demás.
Interrumpen el tránsito normal, no les importa agredir al otro por el simple hecho de tener vidrios blindados y unas cuantas motos que hacen que parezcan, más que servidores públicos, un grupo de mafiosos huyendo.
Colombia, lastimosamente, es uno de esos países que le rinde pleitesía al servidor público cuando debería ser al contrario.
Ser un "don nadie", como despóticamente se le llama al ciudadano común y corriente, debería ser una virtud.
Que baste la cédula y el nombre para obtener por derecho propio lo que se necesite.
Que no sea necesario un carné de prensa para obtener información pública.
Que baste la simple cara para que se respete el orden natural de las filas.
Que no sea necesaria una llamada para que se priorice un trámite.
Que basten éstas y otro par de cosas para que el ciudadano común y corriente reine en un país que por años se lo han tratado de apropiar unos pocos que se les olvida que ser ciudadano es más digno que ser un oportunista que abusa de su "poder".
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6